Capítulo 87

Hola, hola!!!! ¿Cómo les va? Espero que bien!!! Yo para no variar la rutina de estas semanas, a la volada!!!! Gracias por leer y hasta mañana! ;) besos!

Twitter: @Caparatodos

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Inmediatamente empujó a Santiago en el armario y cerró la puerta. Eso debería protegerlos en caso de que sucediera lo peor y hubiera onda expansiva. Peter miró el reloj. Los tipos llegaban quince minutos antes de lo que habían estimado. Eran rápidos, y buenos.

Pero él era mejor.

Capítulo 87:

Tres cuadras más allá, Lali oyó la explosión. Los vidrios de las ventanas de Sortie se tambalearon un poco y después no se oyó nada más.

Lali miró a su alrededor y vio la expresión de terror de los demás; salvo Alonso, Salvador y Pablo, que habían puesto gesto serio y no se habían movido de sus sitios.

—No —murmuró Lali. Euge miraba al piso; Nadia avanzó un poco para rodear los hombros de Lali con el brazo, pero Lali la alejó—. No —dijo más fuerte.

Nadie dijo nada.

Con dedos temblorosos, Lali volvió a comprobar por enésima vez el cañón de su arma. De pronto, se dio cuenta de que si algo malo le hubiera sucedido a Peter, sería capaz de utilizar su pistola. Le quitó el seguro y salió por la puerta con tanta rapidez que los hombres de Peter no se dieron cuenta.

—¡Lali! —oyó gritar a Pablo—. Peter ha dicho que...

Pero, para ese momento, ya había salido a la calle. No quería escuchar a Pablo decir lo que hubiera dicho Peter; quería que Peter se lo dijera directamente. Quería que fuera el propio Peter, en cuerpo y alma, quien la regañara y se quejara de que no le hubiera hecho caso. Quería que Peter le gritara, le dijera que se había puesto en peligro y que no iba a tolerarlo. Quería que Peter... quería a Peter.

Vivo.

Lali corrió a su casa, limpiándose las lágrimas y la lluvia que caía sobre su cara, resbalándose un poco, porque no tenía el calzado apropiado para el mal tiempo. La lluvia era cada vez más fuerte, pero nada iba a impedir que siguiera avanzando. Sólo quería llegar hasta Peter.

Recorrió el último tramo que quedaba hasta su casa deslizándose y, al llegar, subió los escalones de un salto y abrió la puerta de par en par. Jadeando y con los ojos como pelotas, entró a la sala y le llevó unos minutos asimilar la escena.

Había dos hombres esposados sentados en el suelo, con la espalda contra la pared, y Santiago les estaba leyendo sus derechos con voz monótona. Peter salió del baño chupándose los nudillos y con el ceño profundamente fruncido.

El corazón de Lali dio un vuelco y la voz se le quebró en la garganta. Temblando, volvió a poner el seguro a la Tomcat y la dejó sobre la mesita de la sala.

—Peter... —Las palabras no salieron de su boca. Tuvo que probar de nuevo—: Peter. —Fue un susurro apenas perceptible, pero la oyó.

Se volteó, con el ceño aún fruncido, que frunció más cuando la vio.

—Qué dia... —empezó a decir—. Pablo, creí haberte dicho que la mantuvieras a salvo.

Pablo abrió la boca para contestar, pero estaba sin aliento. De todas formas, poco importó porque Lali se lanzó a los brazos de Peter con un grito de alegría.

—Ay, Dios, Peter, cuando oí la explosión pensé... pensé...

—Lo sé. —Peter la abrazó con fuerza—. Oye, creí haberte dicho que te quedaras donde estabas.

Incapaz de hablar, Lali se limitó a asentir con la cabeza.

—Te dije que te quedaras con los demás en Sortie, ¿no? Tampoco era pedir demasiado. Deberías haberte quedado donde estabas hasta que yo volviera.

Lali asintió, sacudió la cabeza, volvió a asentir y no pudo evitar reír.

—Yo también me alegro de verte.

Era maravilloso tenerlo cerca, sentir su fuerza, su solidez, hasta el olor a mojado de su casaca. Se puso tensa y se quedó mirando a los dos hombres que estaban contra la pared. Se soltó del agarre de Peter para acercarse a observarlos más de cerca.

—¿Qué les pasó en la cara? —preguntó.

—Se dieron contra una puerta —dijo Peter.

—Se resistieron al arresto —dijo Santiago.

Lali estudió los golpeados rostros del enemigo. Uno de ellos era rubio, y tenía el pelo largo y sucio; el otro era morocho, y tenía un corto punk y tres piercings. Pese a las diferencias superficiales, tenían la misma mirada. La misma mirada que había visto en Fadul. El tipo de expresión que se le quedaría grabada para siempre en la memoria: fría, cruel, brutal. Supo con una certeza enfermiza que no habrían dudado en matarla.

Y Fadul aún pensaba hacerlo.

Se giró para mirar Peter con cara de horror.

—Peter. —Apoyó una mano en la pared para no caerse—. Peter, Fadul ya sabe dónde estoy. Puede mandar a otros...

—Fadul no va a mandar a nadie más aquí —respondió Peter—. Está muerto, chiquita. Murió hace un par de horas. De un ataque al corazón. La pesadilla terminó.

Tardó un par de segundos en entender lo que le decía.

La pesadilla terminó. Repitió las palabras mentalmente una y otra vez. La pesadilla terminó. Apenas tenían sentido.

—Ah —dijo neciamente—. Ah, qué... qué bien.

Peter la miró con el ceño fruncido.

—Siéntate, La. Siéntate, no te vayas a caer.

No quería sentarse, pero las rodillas le fallaron. Le estaba costando asimilar lo que Peter acababa de decirle.

La pesadilla terminó.

Continuará…