Capítulo 76

Hola! ¿Cómo están? Espero que bien y hayan tenido un buen día! Gracias por leer y apaaa con los comentarios, sepan que me tenté con varios al sugerir el encierro acompañado :P Son geniales!!!! Un beso enorme para todas y hasta mañana!

Twitter: @Caparatodos

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—No puedes hacerme esto, Peter. —Cerró las manos—. No puedes. Creo —dijo suspirando—... creo que preferiría morir.

Peter la miró fijamente, juzgando si lo decía en serio.

—¿Qué estás sugiriendo?

Capítulo 76:

—¿Qué estás sugiriendo? —preguntó frustrado. Se pellizcó el puente de la nariz—. ¿Quieres ir por ahí con un letrero luminoso en la cabeza? ¿Ponemos un anuncio en el periódico? Un mapa y una flecha, tal vez. «Atención asesinos a sueldo. Mariana Espósito está aquí».

Lali se mordió el labio y rogó porque no brotaran las lágrimas de terror que se le agolpaban en los ojos.

—Quiero estar a salvo, Peter. Claro que no quiero correr riesgos innecesarios; pero tampoco quiero que me entierren en vida. A ver, ¿qué fue lo que te dijo exactamente Héctor Lavalle? ¿Saben con seguridad si Fadul ha descubierto dónde estoy?

—No —dijo Peter a su pesar—. Pero lo cree muy posible.

—¿Y en qué se basa? —preguntó Santiago.

Peter se giró agradecido hacia Santiago, confiando en que éste fuera más racional.

—La información relacionada a Lali estaba guardada en un archivo codificado, junto con otros dos casos. —Peter cerró los puños—. Y los dos están muertos.

Las espantosas palabras quedaron suspendidas en el aire. Santiago parecía dubitativo y Lali sintió que el pánico volvía a embargarla.

—¿Muertos... cómo? —preguntó por fin.

—Accidente. Los dos. —Peter tensó los músculos de la mandíbula—. O eso dicen.

—¿Quién lo dice?

—La policía.

—¿Las autoridades creen que las muertes fueron accidentales? —preguntó Santiago.

Peter asintió.

—No lo sé Peter —dijo Santiago rascándose la barbilla—. La policía... No son cualquier cosa, ¿sabes? Lo habrán investigado bastante a fondo. A nadie le gusta que le tomen desprevenido...

Peter tensó de nuevo la mandíbula.

—Y seguro que... —Lali se lamió los labios resecos. Le estaba costando trabajo pensar bien—. Seguro que si alguien supiera dónde estoy... habrían venido a buscarme primero a mí, ¿no? Creo que ofrecen un millón de dólares por mi cabeza.

—Dos millones —dijo Peter con pesar—. Lo han subido.

Lali cerró los ojos y se estremeció. Fadul estaba dispuesto a pagar dos millones de dólares por verla muerta. Nunca la habían odiado tanto.

—No hay pruebas sólidas de que hayan descubierto mi paradero, ¿no?

—No. Pero tampoco hay garantías de que no lo hayan hecho.

Lali se acercó despacio a la ventana y miró fuera. La temperatura había caído y el suelo estaba helado. El mundo parecía frío y sin vida. Lali trató de imaginarse mirando a través de esa ventana, hora tras hora, día tras día, asustada, sola y atrapada.

Peter se acercó a ella por detrás y sus miradas se encontraron en el reflejo de la ventana.

—No puedo hacerlo, Peter —dijo suavemente—. No puedes encerrarme. Por favor, no me obligues a hacerlo.

—No irás a ningún lado sin antes decírmelo —dijo, poniéndole las manos en los hombros. Lali se volteó con los ojos llenos de esperanza.

—No.

—Prométemelo.

—Te lo prometo.

—Irás del colegio a casa. Y Santiago, Pablo, Salvador, Alonso o yo te acompañaremos.

—Sí, Peter.

—Tendrás un arma contigo siempre. Salvo cuando estés en clase, y Santiago estará a la puerta del colegio.

—¿Ah, sí? —Lali lo miró dudosa—. No he usado un arma en mi vida.

—Aprenderás; yo te enseñaré, tampoco es tan difícil.

—Ok. —Lali ladeó la cabeza—. Y quiero que me enseñes lo básico de defensa personal.

—Buena idea. Aikido.

—¿Ai... qué?

—Aikido —repitió Peter—. Un arte marcial. No requiere la fuerza del judo o del kárate.

—Sí, Peter.

—Si quieres ir a ver a alguna de tus amigas, Euge, Nadia o Beatriz, me lo dices y o te acompaño yo, o te acompañan Santiago, Pablo, Salvador o Alonso. También tengo que decírselo a Gustavo y Leonardo —añadió Peter, mirando a Santiago—. Y al resto de los hombres del pueblo. No tienen por qué saber la razón; les basta con saber que no puedes estar sola ni un minuto.

Santiago asintió.

Lali no estaba demasiado convencida de haber tomado la decisión acertada, pero ahora mismo sólo había una respuesta posible:

—Sí, Peter.

—No contestes al teléfono. Nunca. Yo lo haré por ti.

—Sí, Peter... —empezó a decir Lali y se detuvo—: ¿A todas horas? ¿Cómo vas a hacer eso?

—Estaré aquí todo el tiempo que pueda; voy a mudarme aquí, contigo.

—Pero, Peter... Si te mudas conmigo... quiero decir, ¿qué va a pensar la gente? No es muy... —Se encogió de hombros sin saber qué decir y miró a Santiago.

—No pasa nada, linda —dijo éste dándole unas palmaditas en el hombro—. Lo último de lo que tienes que preocuparte es de qué piense la gente de Fiambalá de ti. A todos nos caes demasiado bien. Y bueno, en todo caso, estamos felices de que Peter por fin esté con alguien.

Continuará…