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Sí, eso era.
Capítulo 13:
El cursor se detuvo y parpadeó, como si esperara
pacientemente alguna señal de las profundidades de la máquina. Tosca luchaba con el policía y maldecía
el nombre de Scarpia mientras despacio, muy despacio, las letras empezaban a
borrarse, una detrás de otra, hasta que la pantalla se quedó en blanco.
El profesional se quedó ahí, asombrado. Estaba claro
qué había sucedido. Los archivos tenían una bomba programada. Si no se
introducía un código a intervalos determinados, probablemente cada —miró el
reloj de oro, recuerdo del primer pago al contado de su primer trabajo— media
hora, los archivos se autodestruían.
La copa de cristal se hizo añicos contra la pared de
enfrente y el contenido se derramó por la pared como si fueran lágrimas.
Había estado tan cerca. Tan cerca.
Después de cinco minutos, tras manejar su enojo, el
profesional se tranquilizó. Un mes de trabajo al tacho. La policía cambiaría
todas las claves de acceso y podría costarle otro mes más volver a entrar.
«Respira
hondo. Contrólate. Recuerda que el control es lo que te sacó del hoyo donde
vivías. El control.»
Archivo
5411. La información de
Espósito estaba en un archivo llamado 5411. Nadie más que buscara la cabeza de
Mariana Espósito sabía tanto como él. Debería poder jaquear un código de tres
dígitos en dos semanas como máximo. Y con José Ignacio Ferrero en el caso,
Fadul no iría a juicio hasta principios del próximo año, como pronto.
Aún quedaba tiempo. Archivo 5411... no era mucho,
pero al menos tenía algo.
Aún quedaban esperanzas, el profesional meditó
mientras Tosca se lanzaba por el
precipicio.
Aún quedaban esperanzas.
El camino desde el colegio hasta la casa de Lali era
corto.
El camino a cualquier sitio en Fiambalá era corto. La verdad era que Lali ni siquiera
necesitaba el viejo auto verde limón que Lavalle le había dado. Hacía ruido,
consumía gasolina como troglodita y tenía edad suficiente para votar.
Extrañaba su Fiat.
Extrañaba su vida.
¿Qué estaría pasando en Buenos Aires? Candela
llevaba un tiempo pensando seriamente en independizarse, e incluso le había
dicho a Lali que la aceptaba con ella. ¿Habría dado el salto? Antonio y Paolo,
sus vecinos gays, se habían peleado. Lali esperaba que siguieran juntos
cuando... si volvía algún día. Nadie hacía la lasagna como Antonio, y siempre
podía contar con Paolo para que la acompañara a cualquier evento de arte.
Alguien les enviaría una carta extrañamente alegre
desde Panamá, recordándoles la fiesta de Halloween a la que fueron los tres el
año pasado. Si supieran... Lali sonrió ante la repentina imagen de Antonio y
Paolo yendo a su rescate.
Y Federico, el gato más lindo y con más carácter del
mundo. ¿Se habrían dado cuenta sus nuevos dueños de que le gustaba la carne a
medio hacer y de que se enfriaba con facilidad?
Desearía que su vida fuera una película que pudiera
rebobinar hacia hace un mes y, así, decidiera no ir a hacer su mini safari
fotográfico a los alrededores de la capital. Cualquier cosa habría sido mejor
que eso. Una endodoncia; una operación a corazón abierto; o incluso leer por
fin su copia antigua y sin estrenar de La
Guerra y Paz, de tapa a tapa y con notas al pie incluidas.
Cualquier cosa habría sido mucho mejor que lo que de
verdad hizo: manejar largos tramos para intentar tomar fotografías realistas,
ya que con su intento de fotografiar escenas románticas sólo había conseguido
desperdiciar su tiempo con alas borrosas de mariposas y dientes de león
desenfocados.
Bueno, al final había conseguido su dosis de
realismo.
Lali caminó por la desértica calle, observando las
vitrinas de las tiendas a medida que avanzaba. Pese a que era prácticamente de
noche, nadie había encendido las luces todavía y aquello parecía una ciudad
fantasma. La calle era espeluznante. El lugar era espeluznante. Su vida en sí
lo era.
Trató de repasar la escena en su cabeza como si
fuera una película; un viejo truco que usaba cuando tenía miedo o se sentía
sola o deprimida. En aquel instante tenía aquella amalgama de sentimientos, así
que se sumió en sus pensamientos y observó su propia película.
«Una
película de los años cuarenta, —pensó—. Rodada en blanco y negro. Eso es. El
cielo gris filtra todos los colores. El tipo malo es... ah, Jimmy Cagney. O tal
vez... Humphrey Bogart ».
«Y
yo soy la guapa heredera que sigue la pista de la misteriosa muerte de... de mi
tío aquí, en este pueblo fantasma... y la única pista que tengo es esta estatua
de halcón... y el detective privado que contraté es guapo y misterioso...».
Lali se entretuvo con su historia, que sacaba de un
montón de películas clásicas, hasta que llegó a la puerta desgastada por el
tiempo de la casita de madera que Héctor Lavalle le encontró. Y, entonces, la
fantasía desapareció. Ninguna heroína de película de los años cuarenta digna de
llamarse así tendría una casita que dejara pasar el viento ni cuya calefacción
estuviera siempre malograda.
Se vio obligada a volver de golpe a la fría, fría
realidad.
Continuará…
Seguilaaa(:
ResponderEliminar@Sof_Pi
Holaaaaaaa esta buenisimooo el cap Wow primer comentario, me siento importante!!!!!Besos.
ResponderEliminarel blog me mintio aparecia como primer comentario pero nop era el segundo :(
Eliminarme re cabe
Pooobre!! Otro :))
ResponderEliminarArii
Creo que no falta mucho para que deje de ser tan fría esa realidad jajaja
ResponderEliminarespero mas noveee te quierooo
Peter se presentará como una solución a todos sus problemas! Más me encanta!
ResponderEliminarImaginacion no le falta
ResponderEliminarY Peter?? Cuándo le va a hablar de Rafael?... pobrecito, sufre y está deprimido porque su mamá los abandonó y encima el padre se emborracha.
ResponderEliminarQuiero más!
Lore
Pobre lali! que salga mas de Peteer
ResponderEliminarPobre Lali!! seguro que Peter va llegar a su vida con una solución para ella!! Espero el proximo!!
ResponderEliminarMas
ResponderEliminarMe mataria tanta soledad creo yo!
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