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Lali se entretuvo con su historia, que sacaba de un
montón de películas clásicas, hasta que llegó a la puerta desgastada por el
tiempo de la casita de madera que Héctor Lavalle le encontró. Y, entonces, la
fantasía desapareció. Ninguna heroína de película de los años cuarenta digna de
llamarse así tendría una casita que dejara pasar el viento ni cuya calefacción
estuviera siempre malograda.
Se
vio obligada a volver de golpe a la fría, fría realidad.
Capítulo 14:
Subió las gradas de la entrada, que necesitaban con
urgencia un mantenimiento, e introdujo la llave. Se detuvo al oír unos arañazos
y suspiró con fuerza. Llevaba dos días tratando de ahuyentar a un perro
callejero sarnoso y esquelético que había tirado el tacho de basura dos veces.
Daba igual el grito que le pegara, al final siempre volvía.
Con razón prefería a los gatos; tenían demasiada
dignidad como para portarse como delincuentes juveniles.
Divisó una sombra polvorienta de un marrón
amarillento en una esquina.
—¡Fuera! —dijo con enojo; pero el perro no corrió
como hacía normalmente. Lali suspiró y decidió dejarlo; con lo bien que le
habían ido las cosas hoy, lo más seguro era que fallara en ahuyentarlo y
terminara mordiéndola.
Giró la llave y, al entrar a la casa, oyó un suave
gemido proveniente de la entrada.
Un gemido.
Bueno, no era de su incumbencia. ¡Dios, ni siquiera
le gustaban los perros! Lali entró a la cocina para tomar un té que la ayudara
a tranquilizarse pero se detuvo, entrecerrando los ojos y dando golpecitos en
el suelo con el pie.
«Estoy
loca», pensó, y se giró para volver a salir por la
puerta.
El perro estaba acurrucado en una esquina. Lali se
acercó con cuidado. No sabía nada acerca de perros. Todo lo que sabía era que
ese animal podía tener alguna enfermedad horrible, rabia o cualquier cosa, y podría
atacarla con un gruñido. Trató de recordar todo lo que sabía acerca de la
rabia, pero lo poco que sabía no era nada agradable... sólo que el tratamiento
era espantoso y conllevaba inyecciones en el estómago.
—Perrito —dijo poco segura mientras se acercaba a la
amarillenta bola de pelo. En la penumbra, ni siquiera era capaz de distinguir
qué parte era la cabeza y cuál la cola. El perro resolvió su duda levantando el
puntiagudo y manchado hocico y golpeando la madera del piso con la cola.
Lali se acercó un poco más, preguntándose qué tipo
de vocabulario entenderían los perros. Federico, su gato, era un intelectual al
que se le podía hablar de libros y películas, siempre y cuando antes le hubiera
dado bien de comer; aunque tenía el presentimiento de que los perros preferían
hablar de política y fútbol.
«Esto
es una mala idea, Lali, —se dijo—. No te basta con estar en este lugar,
amenazada de muerte... ¡tienes que ponerte a ayudar a un perro que seguramente
tenga rabia!». Se giró.
El perro lanzó un aullido dolorido.
Lali dio un paso hacia atrás y se agachó para
observar al animal bajo la poca luz que daba el farol de la calle. Al menos el
perro respiraba y no tendría que hacerle el boca a boca. No había aprobado el
curso de reanimación cardiopulmonar que hizo.
El perro meneó la cola débilmente contra el piso al
ver que Lali se acercaba con cautela a acariciarlo. Sintió algo húmedo y retiró
la mano, antes de darse cuenta de que el animal trataba de lamerle la mano. El
perro alzó el hocico hacia la mano de Lali, quien habría jurado que la miraba
hasta lo más profundo de su ser. El pobre animalito parecía perdido y solo.
—Tú también, ¿no? —murmuró y, suspirando, chasqueó
los dedos para que entrara.
El perro tembló y trató de levantarse, pero volvió a
caer y aulló con fuerza.
—¿Qué pasa? ¿Estás herido?
Lali lo acarició suavemente, tratando de no pensar
en pulgas y garrapatas, y se detuvo al sentir la pata delantera derecha.
—¿Está rota? —le dijo al perro; éste se limitó a
mirarla y a mover la cola—. A lo mejor sólo está torcida. No sé. Vaya una a
saber si hay veterinario en Fiambalá. En fin... —Respiró con fuerza y lo miró
con un gesto duro—. Esta noche te dejo entrar sólo porque hace frío y estás
herido. Pero mañana te vas... ¿te quedó claro?
Volvió a sacudir la cola y le lamió la mano.
—Bueno, dejemos las cosas claras. —Lali cargó al
perro, que pesaba más de lo que se esperaba, y se sorprendió un poco. Se acordó
de la sensatez que tenía Federico en la cocina—. No te pienso dar comida
casera; con un poco de pan y leche vas bien. —El perro volvió a gemir cuando
entraron a la casa. Lali suspiró—. Está bien, si te portas muy bien a lo mejor
te dejo comer los restos de mi ensalada.
Puso unas cuantas toallas viejas en el piso, en un
rincón de la sala, y dio un paso hacia atrás. Era un perro grande, pero estaba
desnutrido. Se le veían claramente las costillas a través de la piel; tanto que
podía contarlas si quería.
Lali fue a la cocina, puso un poco de leche en un
recipiente de plástico y las sobras de su ensalada en un plato de plástico.
Sabía que al día siguiente iría al supermercado a comprar comida para perros y
a preguntar por un veterinario.
«Estás
loca, Lali», se volvió a repetir mientras dejaba la comida
delante del perro. Pero se alegró al ver que el perro devoraba la comida y
tomaba la leche con avidez, sin dejar de mirarla con los ojos entrecerrados.
—Lo has pasado mal, ¿no, amigo? —preguntó Lali con
suavidad.
El perro bostezó con fuerza, mostrando la boca llena
de dientes amarillentos, apoyó la cabeza en las patas delanteras y se apagó
como la luz.
Lali lo envidió. No había dormido ni una sola noche
bien desde hacía cuatro semanas. Haría falta algo más que una manta y un poco
de ensalada para arreglar su desastrosa vida.
Lali se estremeció. Hablando de arreglos...
Que linda con el pobre perro!! más me encanta!
ResponderEliminarJajaja ese perrito se gano su corazon.
ResponderEliminarLali se hace la dura pero no es asi jajaj otroo :))
ResponderEliminarArii
Suena fuerte a lo mejor lo que escribo... pero siente como ese perrito: fuera de su lugar, sola sin nadie a quien acudir, lejos de sus amigos... Creo que ambos se harán buena compañia.
ResponderEliminarEspero el proximo... te extraño!
pienso igual que imna se siente igual que alquel pobre perrito! pero bueno pronto Peter va entrar en su vida y ya no se va sentir así!
ResponderEliminarEspero más y quiero laliter!!
ya me adelante los ultimos tres capis muy interesantes,y peter lava a companar en sus problemas y la va ayudar eso esta claro
ResponderEliminarEl perro la compro! Esta tan desamparado y solo como ella,le viene bien una mascota!
ResponderEliminarLali está en empatía con el pobre perro vagabundo, sola, herida y triste.
ResponderEliminarLo mejor que le puede pasar es quedarse con ese perro, que la va a cuidar lealmente en retribución al rescate que le está haciendo.
A que el veterinario es Peter, o el tiene al único veterinario o algo similar.
Quiero más!
Lore