Capítulo 19

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Quienquiera que hubiera decorado la casa sabía de tapicería lo mismo que de tuberías: nada. Las sillas estaban cubiertas de gigantescas rosas con sombras rojas y rosas muy poco reales. Cuando Peter se sentó, con su chompa negra y el pelo castaño, pareció absorber toda la luz como un eclipse de sol. Su silla tenía un agujero negro con la forma de un hombre y rodeado de un montón de flores de colores vivos.

Capítulo 19:

Se hizo un silencio en la habitación, roto sólo por el sonido de la lluvia al golpear contra la ventana. Lali odiaba los silencios y solía hablar sin parar para llenarlos. Siempre había algo de lo que hablar con la otra persona. Con frecuencia había estado en sitios en los que la política y la religión eran temas tabúes, pero el tiempo solía ser un campo neutral perfecto.

Salvo en Arabia Saudí, donde la política y la religión estaban completamente vedados y donde no había tiempo del que hablar. Allí solía hablar de películas. Todo el mundo en Arabia Saudí, desde el conductor de camello hasta el más alto cargo, tenía un reproductor de DVD y estaba completamente al día en el tema cine.

Pero ahora no tenía la más remota idea de qué hablar con Juan Pedro Lanzani. Ella lo había atacado y él lo había salvado de morir congelada, le había empapado la chompa con sus lágrimas, le había provocado una erección y, a su vez, había sentido un intenso deseo por él y, aun así, seguía sin saber de qué hablar con él.

No tenía fuerzas suficientes para mentirle y la verdad era demasiado peligrosa. Había una razón para que estuviera en aquel lío y saltara a la mínima de cambio; una razón para tener los nervios destrozados; una razón para estar tan loca como para sentirse atraída por un hombre al que no conocía. Pero no podía contársela. Lavalle se lo había dejado muy claro: su vida dependía de que nadie supiera que era un testigo protegido.

Silencio. Lanzani la miraba fijamente y sin ninguna expresión en los ojos. No tenía ni idea de en qué podía estar pensando; aunque no podía ser nada bueno.

—No puedo hablar del tema —dijo cuando el silencio empezó a hacerse incómodo. Levantó la barbilla.

Peter asintió una vez con la cabeza, como si acabara de oír la cosa más razonable del mundo, y Lali suspiró aliviada. Pegó un brinco al sentir algo frío y húmedo contra la mano.

—¡Ah! —Lali se inclinó sobre el apoyabrazos y observó los conmovedores ojos castaños. Era una locura, probablemente se debiera al alcohol y al estrés, pero tenía la extraña sensación de que el perro comprendía perfectamente bien por lo que estaba pasando. La miró con adoración y le lamió la mano. No había un solo ser humano en la faz de la tierra que le mostrara la misma gratitud por los restos de una ensalada y una vieja manta.

—¿Arregla animales con la misma facilidad que las tuberías señor... eehh... Lanzani?

—Sólo Peter, señora.

Se levantó de la silla con facilidad, algo que no era tan sencillo; Lali sabía que esa silla tenía los resortes rotos. Ella misma lo había descubierto y padecido más de una vez para levantarse. Si no hubiera estado tan desconcertada, le habría advertido a Peter de que estaba sentándose en una silla devoradora de hombres. Pero Peter se levantó con tal facilidad que parecía que la silla lo hubiera expulsado, lo que sólo podía significar una cosa: que tenía unos increíbles abdominales, a juego con los asombrosos músculos de sus muslos. «De hecho, —pensó Lali sumergida en sus pensamientos al ver que Peter se inclinaba sobre el perro—, todo en él era increíble».

Se movía con ágil y poderosa gracia. Los músculos bien ejercitados se marcaban a través de la chompa. Las manos, que movía suavemente sobre el perro, eran grandes, de dedos largos y elegantes. Se agachó para murmurarle algo al perro y Lali se vio de nuevo inmersa en sus muslos. ¿Cómo podía alguien tener unos músculos como aquellos? Dios, se dedicaba a la cría de caballos, así que probablemente montara a menudo.

Lali tuvo una repentina y mordaz visión de Peter sobre ella y esos increíbles muslos flexionados firmemente sobre su cuerpo mientras le...

Peter levantó la cabeza para mirarla y Lali se puso colorada de golpe. Ay, Dios mío, confiaba en que no pudiera leerle la mente. Acariciaba la cabeza del perro callejero con su mano y Lali aprovechó para centrarse en cualquier cosa que no fuera Juan Pedro Lanzani.

—El perro no es mío, ¿sabe? Hace días que ronda por aquí, rebuscando comida en el tacho de la basura, y siempre lo echo. Pero esta tarde, cuando llegué a casa después de... —«...de darte en la cabeza con una calabaza...».

Lali pestañeó y sintió que volvía a enrojecer.

Peter no pareció darse cuenta. Sus maravillosas manos masculinas acariciaban el cuerpo entero del animal, deteniéndose junto a la pata delantera derecha.

—También me di cuenta de eso, ¿está rota? —Lali se asomó por encima del apoyabrazos.

—Nop.

—¿Entonces?

—Torcida. Y alguien lo ha estado tratando muy mal. —Peter emitió unos sonidos para tranquilizar al perro que hicieron que hasta Lali se calmara, y volvió a levantar la mirada—. ¿Tiene nombre?

—No. Ya le dije; apareció esta tarde.

—Necesita un nombre. —Peter acarició suavemente el pelo que había entre las orejas del animal.

—Eehh... —Aquel raído y amarillento perro no tenía nada que ver con Federico, su elegante gato siamés. Y aun así... el animal tenía cuatro patas, cabeza y cola, como Federico. Con eso le era suficiente—. Frodo. Se va a llamar Frodo.

—Perfecto. Hola, Frodo. —Peter dejó que el perro volviera a olisquearle los dedos—. En unos días estará perfecto si no se apoya sobre esa pata. Lo único que necesita es un par de buenas comidas y un buen sitio en el que dormir. —Peter hizo un ruido con la boca y se levantó de un salto. Lali estiró el cuello para observarlo.

—¿Se va? —Se sintió inexplicablemente invadida por el pánico.

Continuará…