martes, 27 de mayo de 2014

Capítulo 25



Twitter: @Caparatodos
____________________________________________________

—¿Causa de divorcio?

Capítulo 25:

—Son tonterías sin importancia —lo tranquilizó Peter—, pequeñas rarezas de esas que tenemos todos.

A él por lo menos le daba igual que no fuera la mejor de las cocineras o que tuviera una cierta tendencia a entusiasmarse demasiado cuando algo le gustaba.

—Me hace reír, me siento bien cuando estamos juntos, y siento que puedo hablar con ella de cualquier cosa —le dijo a Agustín.

Sin embargo, aunque había conseguido que le diera una oportunidad a su matrimonio, sabía que no era algo definitivo ni mucho menos que accediese a permanecer a su lado después de esos tres meses.

—Bueno, me alegra que hayas encontrado a una mujer con la que puedes hablar. Sé que siempre habías querido un matrimonio que se pareciera más a una fusión empresarial que a un matrimonio, y después de lo de Belén...

—Agus, estoy a punto de entrar a casa —lo interrumpió Peter, aminorando  la velocidad al acercarse a la entrada—. Hora de enfrentarme a un nuevo round con mi esposa —bromeó.

—Lo capto —contestó Agustín riéndose—. Bueno nada, suerte. Me parece que la vas a necesitar.

 Peter cortó la llamada, y un rato después se bajaba del auto, ansioso por ver a Lali. Ya no estaría  en  pijama  como  al  despedirse  de  ella  esa  mañana.  Medio  dormida  como  estaba,  había ronroneado como un gatito cuando la había besado.

Sin embargo, no pudo evitar fantasear con que apareciera con el pelo revuelto, ese pijama de seda, y que se lanzara a sus brazos y le diera uno de esos besos que decían: «Estaba ansiosa porque volviera». Sí, claro, ¡como si eso fuese a pasar...!

Entró en la casa, cerró la puerta y la llamó con un: «¡La, ya llegué!».
Solo le respondió el silencio. Soltó las llaves en la mesita de la sala y subió las escaleras.

El segundo piso estaba a oscuras e igualmente en silencio. El tercer piso también. Frunció el ceño y miró su celular por si tenía algún mensaje de ella. Nada.

No era que fuera una novedad para él volver a casa y encontrársela vacía, pero con Lali viviendo allí con él había esperado... algo distinto.

Y no era que estuviera decepcionado. Siempre había tenido claro que quería por esposa a una mujer independiente que no lo hiciera sentirse culpable por los horarios que tenía o que estuviera pegada a él como una lapa. Sin embargo, tuvo que admitir que no había esperado que las cosas fueran a ser así ya, cuando recién tenían una semana casados.

A medio camino por el pasillo a oscuras Peter se detuvo frente a la puerta del estudio, que le había cedido a Lali como oficina. Por debajo de la puerta cerrada se veía una rendija de luz, y al quedarse escuchando oyó un ruido, como un tecleo. Así que estaba ahí...

Giró la chapa, abrió lentamente la puerta, y vio que en el escritorio, de espaldas a él, estaba sentada Lali con la mirada fija en la pantalla de la computadora mientras tecleaba sin parar.

Tenía puesto un polo y un pantalón de buzo, se había recogido el pelo en una cola alta, y no lo había oído entrar porque tenía unos auriculares puestos. No podía decirse que estuviera sexy, pero Peter no podía apartar los ojos de ella.
Nunca se habría esperado llegar a casa y encontrarse una escena así si se hubiera casado con Belén.

Habría estado toda arreglada, y al verlo llegar se habría mostrado atenta y habría iniciado una charla insustancial, como uno hacía con los extraños en una fiesta.

Desde el marco de la puerta, Peter se planteó qué hacer, ya que no lo había oído llegar. Podría entrar y, aprovechando que estaba distraída, apartarle la cola y besarla en el cuello, en ese punto tan sensible detrás de la oreja, y luego dejaría que sus labios siguieran por donde quisieran.

O podría ir a llamar por teléfono para pedir comida a domicilio, porque con lo abstraída que estaba en el trabajo seguro que ni se había acordado de la cena. Además, cuando reclamara su beso de «bienvenido a casa» quería tener toda la atención de Lali. Estaba dándose la vuelta cuando ella lo llamó a gritos, sin duda porque con los auriculares no se escuchaba a sí misma.

—¿Peter?

Él  se  giró  y  vio  que  se  había  quedado  mirándolo  con  una  expresión  confundida  que  resultaba adorable. Cuando sonrió y se señaló la oreja, ella se dio cuenta de lo que quería decirle y se quitó los auriculares.

—Hola, preciosa. ¿Qué tal tu día?

Lali debió de tomarse lo de «preciosa» como una crítica, porque se apresuró a arreglarse un poco el pelo que se le habían escapado de la cola y a sentarse bien en la silla.
Y entonces, de repente, ocurrió algo muy interesante: esa timidez se disipó y Lali apretó la mandíbula, como si fuera a afrontar un reto.

—Perdóname, a veces cuando estoy trabajando pierdo la noción del tiempo. A algunas personas les resulta bastante molesto.

Ah, más revelaciones. En fin, si con decirle esas cosas se quedaba más tranquila...

—¿Te falta mucho? Porque estaba pensando que podría llamar y pedir comida china.

—¿No te importa? —le preguntó Lali.

—No, claro que no; hoy por ti, mañana por mí —respondió él—. Voy a llamar y luego me daré una ducha rápida. Nos vemos abajo cuando termines.
Al ver a Lali fruncir ligeramente el ceño, Peter se detuvo.

—¿Pasa algo?

—¿No quieres tu beso de «bienvenido a casa»?

—Por supuesto que lo quiero —contestó él con una sonrisa traviesa—, pero no hasta que tenga toda tu atención.

Cuando salió y cerró la puerta, Lali se quedó mirando la pantalla de la computadora. Se sentía aliviada de que Peter hubiese aceptado tan bien haberla encontrado enfrascada en el trabajo y vestida de entre casa, pero seguía sin poder desechar sus dudas. Tenía la sensación de que si aquello no lo había echado para atrás, alguna otra cosa lo haría. Antes o después ocurriría, estaba segura.

No quería pensar así porque había muchas cosas que le gustaban de él, pero sospechaba de esa calma que mostraba cuando hacía algo que se suponía que tendría que molestarlo o desagradarle, y se preguntaba qué podría esconder.

Era cierto que tampoco era un crimen quedarse trabajando hasta tarde, pero es que era como si no le molestara en absoluto nada de lo que hiciera o dijera, como si le resultan indiferentes sus malos hábitos y sus defectos. Era como si Peter  estuviera tan empeñado en demostrarle que aquel matrimonio era algo maravilloso, que hubiera decidido cerrar los ojos a cualquier cosa que no encajara con la ecuación. Pero un día ya no sería capaz de seguir haciéndolo, ¿y qué pasaría entonces?

¡Dios!, quería creer en aquello, en ellos, pero con tanto en juego necesitaba que Peter viese más allá de esa ilusión de perfección, necesitaba que la viera tal y como era.


Continuará…

11 comentarios: