Capítulo 30

Hola Chicas!!!! Cómo están pasando el feriado?! MUCHAS GRACIAS por las firmas y capi dedicado a @LakshmiTole ;) besos y si! Para que no se aburran 35 y más! Veremos cuantos capis dejamos hoy!

Twitter: @Caparatodos

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—No tienes que parecer tan caballeroso —comentó mientras masticaba un bocado de tortita y sirope de arce—. Me desnudaste. 

Capítulo 30:

—Sí, pero no miré.

—Mentiroso.

Lanzani se echó a reír. El sonido era grave y genuino, y le hizo soltar una risita a su vez. Sus ojos se cruzaron y su risa se quebró levemente. Quién lo hubiera pensado… Mariana Espósito disfrutando de la compañía de alguien como Juan Pedro Lanzani. No, no alguien como él. Él. Además de la representación y del inesperado deseo, comenzaba a disfrutar de su compañía… y eso era un problema.

—De acuerdo, miré un poco. Pero era necesario. —Bebió de su jugo de naranja—. No puedo creer que hicieras aquellas acrobacias en mi oficina y que arrojaras a Gastón a la piscina estando herida.

Aliviada por el cambio de tema, ella se encogió de hombros.

—Apostaría a que has fingido estar herido.

—Sí, pero fui al hospital.

—Lo vi en las noticias. —Lali alzó la mano y le apartó el pelo, dejando al descubierto un pequeño esparadrapo en forma de mariposa en su sien izquierda.

Lanzani la tomó de la muñeca.

—¿Me viste en las noticias? —preguntó, su persistente sonrisa hizo que algunos agradables lugares de su interior se calentaran. «Mantén la distancia, Lali.»

—Yo… quería saber el alcance del problema en el que me había metido.

—¿Has tenido antes un problema como éste?

Él sujetaba aún su brazo con sus dedos suaves sobre el pulso que corría a lo largo de su muñeca. Una susurrante brisa ligera se filtró por entre los árboles cercanos, rozando su piel y haciendo que un mechón de su pelo le cayera sobre el ojo izquierdo.

—No. No que recuerde.

Juan Pedro deseaba besarla. Deseaba inclinarse por encima de la mesa y rozar con su boca la de ella, saborear el almíbar y las fresas en sus labios. Si se hubiera tratado de cualquier otra mujer lo habría hecho. Esta, sin embargo, requería cuidado y prudencia, de modo que, con sorprendente reserva, la soltó, inclinándose sólo lo suficiente para retirarle el mechón de cabello de los ojos.

—Te sacaremos de esto.

El celular que llevaba colgado de la correa sonó. Cuando lo descolgó, Gastón Dalmau comenzó a ladrarle antes de que pudiera siquiera terminar de saludar.

—¡Por Dios! —refunfuñó, haciendo una mueca hacia Mariana—. ¿Vas a dejar de gritar?

Gastón bajó la voz, pero aquello no hizo que las noticias resultaran más sencillas de digerir. Juan Pedro loe interrumpió en mitad de la diatriba.

—Tú sólo trae los papeles del seguro y ven para acá —gruñó, colgando el teléfono de golpe.

—¿Malas noticias? —preguntó Lali. Lo había estado observando durante toda la conversación con su ridícula Coca-Cola en las manos.

Peter inhaló una profunda bocanada de aire y se retiró bruscamente de la mesa.

—¿Conoces a Maxi Recca?

Mariana frunció el ceño, sus dedos se apretaron contra el vaso.

—¿Por qué?

—Lo conoces. —Rodeando la mesa, la cogió del brazo nuevamente e hizo que se levantara. La desconfianza asomó a sus ojos, pero él lo ignoró y la arrastró hacia la suite. De pronto ya no pensaba tanto en besarla como en mantener viva a esta enloquecedora mujer—. ¿Qué tanto lo conoces? —exigió.

—No mucho —espetó, liberándose—. ¿Por qué?

—Él… —Juan Pedro contó hasta cinco, paseándose hasta la puerta y volviendo—. La policía lo encontró esta mañana.

Su bonita frente se frunció.

—¿Maxi? Tienes que ser broma. Ni Spiderman podría atrapar a Recca. En cuanto a la policía…

—Está muerto, Mariana.

Su rostro adoptó un tono pálido. Peter retrocedió para cogerla, pero ella lo rechazó con un gesto de su mano, sentándose en cambio sobre los sillones.

—Oh. Oh.

Él Tomó asiento a su lado.

—Eran unidos. Lo siento. —Por muy fuerte que sin duda fuera, no le correspondía a Peter darle las noticias con tanta brusquedad. Por otra parte, quería saber lo bien que conocía a alguien a quien la policía parisina se refería como «le chut nuit». Claro que ella era una criatura de la noche… bien pudiera haber sido su cuerpo el que hubieran sacado del Atlántico e identificado los agentes de la Interpol.

—¿Cómo…? —se detuvo—. ¿Dónde?

—Lo encontraron en la orilla del río. —Tomó aire, deseando de pronto no haber sido quien le diera a ella la noticia—. Gastón ha dicho que todavía no tienen el informe de la autopsia, pero que le habían disparado.

Mariana apretó los puños y se los llevó a los ojos.

—Disparado —repitió apagadamente—. Maxi siempre decía que imaginaba que moriría de viejo, rico y rodeado de mujeres medio desnudas en alguna isla que se iba a comprar. —Se puso bruscamente de pie y caminó hasta la puerta del jardín y volvió de nuevo sobre sus pasos—. Creemos que nunca van a dispararnos, a volarnos por los aires, o que ni siquiera van a atraparnos, ¿sabes? Si piensas que vas a fallar, no lo haces. Pero, Dios mío. Maxi me caía bien. Era como tener un grano en el trasero, pero era tan… vivaz.

—Lo siento —repitió Peter, sintiendo, igual que en ocasiones anteriores, que aquélla era la verdadera Mariana… y que, dejando a un lado el deseo, le gustaba.

—No es culpa tuya. Maxi eligió vivir como lo hacía, lo mismo que yo. Él… —Palideció de nuevo—. Tengo que hacer una llamada.—Se dirigió hacia la puerta del pasillo para volver después donde él estaba, y se arrodilló a sus pies—. Necesito un teléfono que no puedan rastrear —dijo con el rostro pálido y muy, muy preocupado—. No puedo…

Juan Pedro se levantó, la agarró de la mano para tocarla, a pesar de que ella no quisiera que la consolara. A pesar de que ni siquiera estaba seguro de cómo consolarla.

—Sígueme.

La mano de Mariana se aferró a la suya con sorprendente fuerza, pero él fingió no notarlo mientras recorrían el pasillo hasta su oficina. Cerró la puerta al entrar y la condujo hasta el escritorio.

—Podrías meterte en problemas por esto —le dijo, sentándose detrás de la mesa de cromo y metal tal y como él le decía.

—Me las arreglaré. Línea tres. Es directa.

Levantó el auricular, luego se detuvo, y la contempló. Peter esperó a que le pidiera que se marchara; él no pensaba ofrecerse para salir de ahí. Sin embargo, decidiera lo que decidiese, no articuló palabra alguna. En su lugar pulsó siete números de forma rápida y sucesiva. Una llamada local, aunque no logró distinguir más que dos o tres de los números que ella había marcado.

—¿Nicolás? —preguntó, y sus hombros se relajaron notablemente—. No, no pasa nada. ¿Qué son las galletas sin miel cuando se juega al golf? —Juan Pedro fruncía el ceño mientras que ella sonreía un poco—. ¿Qué tal la almohada? Bien. Adiós.

—¿Qué fue eso?

Ella colgó el teléfono, y entornó los ojos.

Continuará…