Capítulo 48

Hola Chicas!!!!! Cómo les va?! Espero que bien! MUCHAS pero MUCHAS gracias por sus comentarios y me pone feliz que muchas de a poco se animen a firmar por acá o en Twitter me pone feliz! ;) Espero les guste el capi y va especialmente dedicado a Vale (@Vagomi) porque no esta pasando un buen momento… te mando FUERZAS y un beso grande!  Besos a todas y hasta mañana!

Twitter: @Caparatodos

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Bajó de la cama después de brindarle una rápida sonrisa y un beso en la mejilla, y se marchó correteando desnuda por la habitación. Juan Pedro se incorporó de nuevo para verla marchar. Seguía sin entenderla. Era extremadamente fuerte, pero tan delicada a la vez. Mariana Espósito le fascinaba, y pasar una noche dentro de ella, sobre ella, debajo de ella y a su lado no había hecho que disminuyera aquella sensación lo más mínimo. 

Capítulo 48:

También él deseaba darse una ducha, y unirse a ella en el baño le parecía una muy buena idea. Se puso de pie con un gruñido. En treinta y tres años de vida no había conocido demasiadas noches como aquélla. Ni siquiera se acordaba de alguna, así, de pronto. Luciendo una amplia sonrisa se encaminó por entre los restos de ropa de la noche anterior que estaban dispersos por la sala de estar. Ella salía justo cuando llegó él.

—Voy a al auto —dijo, ajustándose una bata de seda blanca a la cintura.

Juan Pedro alargó la mano detrás de la puerta, sacó otra y se la puso.

—Iré contigo.

—No voy a fugarme —dijo, suavizando la queja al ajustarle la bata azul y atársela a la cintura.

Peter esperó a que ella agregara un «todavía», pero a pesar de que no lo hizo, la palabra parecía flotar en el aire. La atrajo contra su cuerpo mientras se obligaba a sonreír y la besó.

—Quiero tener la seguridad de que no me vas a dejar sin desayuno.

—Está bien.

Juan Pedro se pasó la mano por el pelo para no espantar a los empleados y la siguió escaleras abajo. Ella se dirigió hacia la puerta principal y él le rodeó la cintura con el brazo.

—Está en el garaje —dijo, conduciéndola hacia el fondo de la casa.

Tal como esperaba, Lali toleró que su brazo la rodeara durante unos momentos, luego se zafó de él. No creía que fuera la manifestación pública de afecto lo que la molestaba; por el contrario, salvo la noche anterior, parecía tener cierta necesidad de espacio a su alrededor, literal y figurativamente. Bueno, tendría que esforzarse por hacer que comprendiera que ir de la mano no significaba que fuera vulnerable, débil o que estuviera atrapada. No en lo que a él respectaba. Por esa mañana le bastaba con quedarse detrás de ella y observar como meneaba su trasero bajo la suave seda.

No ponía en duda que ella supiera dónde estaba situado el garaje; había dicho que tenía estudiados los planos de la casa. Tampoco le sorprendió su reacción cuando cruzaron la puerta junto a la cocina.

—¡Es una burla! —exclamó, su voz resonó bajo el alto techo—. Esto no es un garaje; es un… estadio.

—Me gustan los autos —dijo a modo de explicación, tomándola de la mano para sortear con ella la multitud de vehículos nuevos y antiguos en dirección al SLK amarillo—. ¿Alguna vez has practicado sexo en el asiento trasero de un Rolls Royce? —Deslizó la mano en el bolsillo de su bata, y le acarició el muslo a través de la delgada tela.

Ella le sonrió con malicia.

—No, no que me acuerde.

—Tendremos que remediarlo. ¿Qué te parece un Bentley?

—¡Córtala ya! Vas a matarme.

Ni siquiera le preocupó parecer, sin duda, un hombre engreído y pagado de sí mismo cuando abrió la maletera del SLK.

—Podríamos llevarlo arriba —dijo, cogiendo una de las bolsas.

Ella sacó su mochila.

—¿No te importa que este material esté en tu casa?

—Tú estás en mi casa —respondió, luego se tragó el resto de lo que iba a decir al verla bajar la vista.

Los nudillos de Peter rozaron algo duro y plano que estaba medio fuera del petate. Con el ceño fruncido abrió el saco para extraer el paquete envuelto en tela y empujarlo de nuevo dentro.

—Eh, eso es propiedad privad… —Su voz se fue apagando cuando el semblante de Peter se volvió impenetrable. Se le contrajo la garganta y Lali siguió su mirada—.¡Dios mío!.

Domingo, 10:36 a.m.

—Buenos días, señor Lanzani. Espero que no le moleste que haya entrado sin permiso, pero el guardia me dijo que estaba aquí. —El detective Castillo atravesó las amplias puertas dobles de acceso al garaje.

Con una maldición Juan Pedro metió apresuradamente otra vez la tablilla troyana en el petate y se dio media vuelta. ¡Por todos los santos! Junto a él Mariana se había puesto blanca como la pared, sus manos aferraban la mochila con tanta fuerza que podía ver los tendones de sus nudillos. Únicamente los años de experiencia que tenía como ejecutivo de éxito mantuvieron serena la expresión de su rostro y sus ojos.

—Detective Castillo. Pensaba que nos encontraríamos más tarde en el despacho del doctor Dalmau.

—Sí, pero se me ocurrió que se sentiría más cómodo aquí. Además, he visto cómo maneja cuando está molesto, y no quería poner a los ciudadanos en peligro. —Sus penetrantes ojos oscuros contemplaron con detenimiento el par de batas, dos pares de pies descalzos y el modo en que los hombros de Lanzani y de Espósito se rozaban.

Juan Pedro asintió, manteniendo una fría sonrisa levemente irritada en la cara. Sabía que Castillo los había visto tocarse y era consciente de que de ahí en adelante las acciones de Mariana repercutirían en él… y viceversa. Y teniendo en cuenta lo que había en su petate, ambos estaban hasta el cuello de problemas.

—En realidad, detective, creo que estaríamos más cómodos en la cocina —dijo—. Si le parece bien.

—¿La oferta viene acompañada de un café?

—Por supuesto. —A primera vista no había nada en las cosas de Mariana que indicaran que eran herramientas de un ladrón, pero Castillo ya tenía sus dudas acerca de su historia. Y, sorprendentemente, lo primero en lo que pensó Juan Pedro fue en protegerla… incluso con la tablilla entre sus pertenencias. «¡Maldita sea!» Tenía ganas de darle un puñetazo a algo, pero en vez de eso terminó de sacar el petate y la maleta de la maletera—. ¿Sería tan amable de darnos unos minutos para estar presentables?

El detective se encogió de hombros.

—Claro. ¿Necesita ayuda para llevar eso?

—No, me parece que nos las podemos arreglar solos. —Mariana había recobrado la capacidad de hablar y ahora parecía calmada e inmutable como de costumbre. Tan inalterable como una ladrona y embustera profesional—. Solamente estoy trasladando algunas de mis… cosas personales —prosiguió.

—Claro. Esta mañana leí  en el periódico que están saliendo. —Castillo dio un paso atrás cuando Juan Pedro cargó el petate sobre un hombro—. Podrían habérmelo dicho ayer. Y si me permite que le pregunte, señorita Espósito —continuó el detective mientras caminaba detrás de ellos—, ¿de dónde está trasladando sus pertenencias personales? Es decir, la busqué en la computadora pero no aparecía un lugar de residencia. Ni siquiera un brevete.

«Genial. Probablemente su auto también era robado.» Juan Pedro no estaba seguro de si estaba más furioso con ella o consigo mismo por haber sido engañado. Y ahora ocultaba pruebas —y criminales, al parecer— a la policía; todo porque no podía librarse de su obsesión por una mujer que ya había admitido que no paraba de mentir.

Continuará…