Capítulo 72

Twitter: @Caparatodos

___________________________________________________________________

—Entonces esto debería resultar sencillo —murmuró, y dio un paso adelante para saludar a Gastón.

Capítulo 72:

Siempre le había gustado la casa de los Dalmau. Parecía… cálida, íntima y acogedora de un modo en que nunca podría serlo una mansión de más de ochenta mil metros cuadrados. Aquél era un hogar en el que vivían personas, no una atracción turística donde uno entretenía jefes de Estado, organizaba eventos benéficos y pasaba un mes o dos al año en ella.

—Rochi sigue aún en la cocina —dijo Gastón, cerrando la puerta cuando entraron. El hombre intentó disimularlo, pero Peter notó la mirada calculadora que le dirigió a Mariana. Recibiría más en un momento, pero advertirle sobre eso sólo haría que saliera corriendo.

O tal vez no. Mariana estrechó la mano de Gastón, brindándole una calurosa sonrisa y sin mostrar signo alguno de considerarlo una especie de archienemigo.

—Esto es muy bonito.

—Gracias. Tumbamos la vieja casa hace unos seis años y construimos ésta. Todavía estamos con reformas, pero eso forma parte de la diversión —respondió Gastón, con el orgullo de un hombre que ha supervisado personalmente la colocación de cada ladrillo y listón de madera—. ¿Qué les provoca para tomar? Hemos puesto unos faroles en el patio.

—Para mí, una cerveza —dijo Juan Pedro, con su atención fija en Mariana.

—Una cerveza sería genial —convino.

Así que, nada de coca-cola dieta, por lo visto. Contempló la salita de estar con lo que parecía verdadero interés. Incluso cuando estaba nerviosa se comportaba serena y relajada. Debía de ser el instinto de supervivencia… pero había dejado que viera su nerviosismo. ¿Eso significaba que confiaba un poco en él? ¿O sólo quería que lo pensara?

A la izquierda de Peter resonaron unos pasos que descendían por la escalera.

—¡Tío Peter!

Él se dio la vuelta y Olivia se arrojó contra su pecho, rodeándole la cintura con los brazos. Sonriendo de oreja a oreja, le devolvió el abrazo, dándole un sonoro beso en la mejilla.

—¿Cómo estás, chiquitina? Estás muy alta. Has crecido al menos quince centímetros, ¿no que sí?

—Sólo tres —respondió la niña de nueve años, sonriéndole con entusiasmo. Dentro de unos años sería una rompecorazones con su pelo rubio y corto, y sus ojos azul claro, y ella lo sabía—. ¿Qué me trajiste?

—Primero saluda a mi amiga. Lali, ella es Olivia. Olivia, te presento a Mariana.

Olivia le tendió la mano y Lali se la estrechó.

—Encantada de conocerte, Olivia. —Lanzó una fugaz mirada a Peter—. Deja ya de torturarla y dale el regalo.

Sacó el regalo de la espalda, lo colocó a la altura de los ojos de la niña y se lo entregó.

—Dijiste japonesa y roja, así que será culpa tuya si no es la que querías.

—¡Ayy!, no me digas que… —dijo, le brillaban los ojos mientras arrancaba el lazo y levantaba la tapa de la caja. Introdujo con sumo cuidado los dedos en el paquete para sacar una pequeña muñeca de porcelana, vestida con el tradicional kimono japonés de un vivo tono rojo con orquídeas blancas. Dio un gritito—. ¡Es justo la que vi en el libro! —exclamó, rodeándole con el brazo libre—. Se llama Oko y es muy guapa. ¡Gracias, tío Peter!

—De nada.

Gastón también sonreía.

—Ve a enseñársela a tu madre, Liv.

—¡Mamá! ¡Mira lo que me regaló el tío Peter! —gritó, y salió corriendo hacia el fondo de la casa.

—Colecciona muñecas de porcelana de todo el mundo —explicó Gastón, lanzando una mirada a Mariana antes de dirigirse de nuevo hacia Peter—. Y apuesto a que te costó mucho conseguirla.

Él se encogió de hombros.

—A ella le gustan.

—Claro que sí. —Mariana sonrió un poco—. Te llamó tío.

—La conozco desde que nació —respondió, preguntándose aún qué pasaba por esa mente suya tan ágil.

—Peter, te has superado a ti mismo —llegó una voz femenina desde la puerta, y él alzó la mirada, sonriendo.

—Rochi —dijo, acercándose a darle un beso en la mejilla a la rubia.

—¿Cómo sabías que buscábamos justamente ésa? —preguntó, alzando el brazo para limpiarle el lápiz de labio de la mandíbula—. Nos ha sido imposible conseguirla. Y créeme que la hemos buscado.

—En realidad Olivia me mandó una foto por fax a Londres, y me pidió que tuviera los ojos abiertos. Ya me conoces. No puedo resistirme a un desafío.

—Ajá. —Sus ojos azules se pasearon de él hacia Mariana, que sostenía aún el otro regalo y parecía mucho más cómoda de lo que él hubiera creído posible. Gracias a Dios que había alcanzado el punto en el que distinguía que eso era fachada—. Tú debes de ser Lali. He oído que tiraste a Gastón a la piscina. ¡Bien por ti! Algunas veces puede ser tan pesado.

—¡Qué linda, amor!. Gracias —refunfuñó ofendido.

—Hola —dijo Mariana, con una sonrisa como respuesta que por un instante casi pareció tímida—. Tienes una casa preciosa. Me encanta la madera de pino.

—Eso fue idea de Gastón. Una vez que lo convencí de que no quería una casita en el campo y después de que bajara el tono un poco, creo que quedó muy bien.

La sonrisa de Mariana se hizo más amplia.

—Hum. Creía que era más del estilo Bonanza.

Rochi se echó a reír.

—Deberías haber visto los planos originales. Cornamentas en las paredes y todo eso. Era un espanto. —Posó la mano en torno al brazo de Mariana—. ¿Sabes cocinar?

—Sándwiches y pochoclos —respondió Lali con expresión todavía más encantadora—. Ni siquiera me acerco a lo que puedes hacer tú, por lo que me han dicho.

—Me encanta la presión. —Rochi sonrió de nuevo—. Necesito cortar unas aceitunas, pero no quiero que pienses que te estoy insultando con una labor de menor importancia.

Con un sonido a caballo entre un bufido y una carcajada, Mariana dibujó una amplia sonrisa.

—Soy una excelente cortadora. —Le devolvió el otro regalo a Peter y se dirigió a la cocina junto con Rochi y Olivia.

—¿Dónde está Daniel? —preguntó Peter a Gastón, alzando el regalo restante.

—En el entrenamiento de fútbol. En un rato ya viene —Gas lo llevó al bar ubicado al fondo del salón—. ¿Qué está pasando con Espósito?

Continuará…