Capítulo 38

Hola Chicas!!! Cómo empezaron la semana?! MUCHAS GRACIAS por sus comentarios!!! Besos ;) y hasta mañana!

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—No. Nada en especial. Pero recuerde, señor Lanzani, si a usted lo matan, a mí me despiden. No debería andar por ahí.

—Iré con cuidado. —Peter tomó a Lali del brazo—. ¿Nos vamos, Mariana? Llegaremos tarde.

Capítulo 38:

—Claro. Y no se preocupe, Castillo. Mi trabajo es mantenerlo a salvo —le dirigió una amplia sonrisa—. Por muy irritante que esto sea.

El bigote del hombre se movió nerviosamente.

—Casi le creo, Espósito.

—Entonces tendré que aprovechar a fondo.

Ambos se metieron en el SLK y Peter puso el motor en marcha.

—¿Crees que se dará por vencido? —preguntó con la atención puesta en el espejo retrovisor.

—Probablemente, pero en caso de que algún otro tenga la misma idea que Castillo, ¿cuánto corre esta cosa?

Juan Pedro regresó a la carretera marcha atrás, subió el volumen de la insufrible emisora de rock que había puesto ella, y pisó el acelerador.

—Averigüémoslo.

Castillo observó el brillante auto amarillo perderse en la amplia autopista como una especie de cohete.

—¡Mierda!

Cuando regresó al asiento del pasajero, el agente a su lado encendió el motor del sedán.

—¿Los seguimos?

—No.

—Podría llamar a una patrulla de carretera y hacer que los detuvieran por exceso de velocidad.

—No.

—¿Qué hacemos?

—Regresar a la comisaría y sacar las declaraciones de daños de los objetos de Lanzani. Que sea un hombre rico no significa que yo no pueda llevar esta investigación.

—¿Cree que está involucrado?

El detective miró la expresión entusiasta del rostro de su chófer.

—Creo que ella sí lo está y que él está con ella por su propia voluntad. Esto es mucho más que un robo y una bomba. Pero creerlo no me sirve de nada, y quedarme aquí sentado es perder el tiempo.

El oficial dio media vuelta hacia la rampa de acceso dirección norte.

—¡Ja! Le dije a su abogado que debería haberme contratado para ocuparme de su seguridad. Debe de estar escondiendo algo o no habría contratado a esa muñequita.

Castillo sacó una tira de chicle del bolsillo y abrió el envoltorio.

—Teniendo en cuenta a quién sacamos del agua esta mañana, puede que esa muñequita sea la mejor ladrona del mundo. Muestra algún respeto.

Cuando la policía giró en dirección norte por la carretera, un BMW negro con lunas polarizadas salió del grifo hacia el otro lado de la carretera y se dirigió al sur a toda velocidad.

El estacionamiento del Butterfly World estaba bastante lleno los jueves por la tarde, pero por para Lali, eso era algo bueno. Pasar desapercibida yendo con Lanzani era suficientemente complicado de por sí sin tener que preocuparse, además, por una atracción turística desierta.

—Por allí estará bien —dijo, señalando con el dedo.

Lanzani se dirigió hacia el punto indicado.

—¿Cualquier lugar es una trampa en potencia? —preguntó, desabrochándose el cinturón de seguridad y bajando del coche—. Supongo que por eso estamos a un metro de la salida y a cuatrocientos metros de la entrada.

—Hoy cualquier lugar lo es —respondió, colgándose el bolso en el hombro y cerrando la puerta del auto amarillo—. Tuvimos suerte de que se tratara de la policía.

—Pero eso ya lo sabías antes de parar, ¿no?

El tono de su voz la acusaba de algo poco honesto, pero ella se negó a dejar que aquello le hiciera mella. Lali se encogió de hombros.

—Como he dicho, ninguno de tus amigos… o enemigos tendría un viejo carro beige, y la gente que yo conozco tienen más autoestima. Lo cual nos deja dos opciones: la policía o la prensa. Y me alegra que no fueran estos últimos.

Una sonrisa apareció en su sensual boca.

—Me parece, querida, que eres más tímida con las cámaras que yo.

Lali asintió.

—Hay que mezclarse en la multitud.

—Mezclarse. Claro. —Le ofreció la mano y ella vaciló—. Somos alegres turistas, ¿te acuerdas? —Bromeó, flexionando los dedos para indicarle que se acercara más—. Tal vez seamos recién casados en nuestra luna de miel.

—Le das demasiadas vueltas a esto, Lanzani —dijo, tomando su mano y fingiendo que su propia imaginación no estaba desbocada.

Sus cálidos dedos aferraron los de Lali.

—Peter.

Ella asintió, porque no estaba preparada para decirlo aún.

—Vamos. A las cuatro ya no dejan entrar a nadie y a las cinco te sacan a patadas.

—Para que nadie pueda seguirnos.

—Ésa es la idea.

Juan Pedro parecía ir comprendiendo sus pequeños trucos y peculiaridades con alarmante velocidad, pero Lali ya había notado que no era ningún inepto. Nicolás y ella tendrían que cambiar todas sus contraseñas y claves, pero eso ya lo habían hecho antes, cuando su padre fue arrestado. Era un rollo, aunque imprescindible para seguir a salvo.

Lali no pudo evitar dar un vistazo por encima del hombro cuando llegaron a la boletería, pero no entró ningún vehículo beige al estacionamiento. Lanzani había superado el récord de velocidad terrestre, de modo que no creía que nadie que no fuera de la NASA pudiera haberles seguido. Sin embargo, no haberse fijado la  hubiera puesto nerviosa.

—Dos adultos, por favor —le decía Lanzani a la joven en la ventanilla.

—Sólo les queda una hora antes de cerrar —dijo la chica con un tono suave.

—Está bien.

—Son 29,90.

Él sacó los billetes del bolsillo de su ajustado jean antes de que Lali pudiera decir algo, y cogió las entradas y el vuelto con una sonrisa. Volvió a tomarla de la mano, conduciéndola haría la entrada.

—Te diste cuenta de que pagué al contado —murmuró, acercándose más—, porque alguien podría rastrear una compra realizada con tarjeta de crédito.

A Lali se le puso la carne de gallina en los brazos.

—Aprendes rápido, Lanzani —dijo, esperando que Nicolás no los estuviera observando. Se estremeció cuando su boca le rozó la oreja. Los músculos se le contrajeron y se obligó a respirar lentamente. «¡Basta!», se ordenó mientras entraban.

Unas puertas dobles protegían el aviario, impidiendo que escaparan las mariposas. Cruzaron la primera y quedaron atrapados en medio cuando Lanzani la acercó más a sí.

—Di mi nombre —le ordenó con voz grave.

—Vamos, Nicolás nos debe estar esperando.

—Dilo.

—Tenemos que…

—Dilo, Mariana.

—Tienes que controlarlo todo, ¿no? —Se obligó a reír entre dientes—. Por favor, debe sacarte de quicio no poder obligarme a hacer algo que no quie…

Él bajó la boca hasta la suya, rodeándole la cintura con la mano libre y apretándola contra su plano abdomen. El calor descendió como un rayo por su espalda mientras los labios de Peter se amoldaban a los suyos. No era un beso indeciso como aquel primero que le había dado en su jardín. Este beso le decía exactamente lo que quería y cuánto la deseaba. Y lo mejor y peor de todo era que ella también lo deseaba.

La cálida humedad del aviario se asomaba por el pasillo, silencioso, tenue y cerrado. Peter le empujó la espalda contra la puerta interior, su boca implacable y exigente contra la de ella, cambiando de posición, moviéndose y absorbiéndola.

—Tranquilo, Tarzán —atinó a decir, tragando una bocanada del aire húmedo y caliente—. Alguien podría vern…

—Di mi nombre —repitió, buscando su labio inferior con los dientes.

«¡Dios bendito!»

Continuará…