Capítulo 11

 

Buenos días chiquillas!!! Matatirutirulai! :D jajajaja cómo empezaron el sábado… qué tal lo están llevando?! Les dejo un nuevo capi y nos leemos mañana! Posiblemente a la misma hora y ya que estamos por el mismo canal no?! :P Gracias por el aguante siempre!!!!! Besos :)

Twitter: @Caparatodos

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—Creo que empieza a gustarme —admitió Peter, pensando en la mujer que había conocido en su visita al spa—. Tiene personas muy interesantes.

La expresión de su madre se iluminó.

—¿Alguien en particular? ¿Una mujer?

Capítulo 11:

—Posiblemente.

—Quiero saber todo —le dijo ella.

—No hay mucho que contar. Ni siquiera sé su nombre. Me tropecé con ella en la puerta de un gimnasio para mujeres. Intercambiamos unas palabras y luego me cerró la puerta en la cara.

Su mamá lo miró, muy indignada.

—Eso es una malacrianza. No debe de ser de muy buena familia.

Peter sonrió.

—No le pregunté por su pedigrí, mamá. Ya estaba bastante enojada.

—Sólo digo que una señorita no le cerraría la puerta en la cara a alguien.

—Se lo voy a comentar cuando nos volvamos a ver —dijo Peter. Y estaba seguro de que volverían a verse. Él iba a encargarse de que así fuera. Tal vez Agustín pudiera ayudarlo, ya que su esposa trabajaba con esa mujer.

Al pensar en Agustín recordó el proyecto de rugby y decidió comentárselo a su mamá para cambiar de tema. Ella siempre había apoyado la afición de Peter por el rugby, aunque en más de una ocasión hubiera ido a sus partidos vestida como si fuera a tomar el té con la reina de Inglaterra.

—¿Hay un ex jugador de rugby en Monte Grande? —preguntó interesada cuando Peter terminó de contarle sobre su reunión con Agustín—. No tenía ni idea.

Peter no pudo evitar reír al ver su expresión.

—Te sorprendería saber la gente que vive en ese lugar. ¿Sabes quién es Priscila Yanni?

—¿La pintora? Claro. Sus obras se exhiben en varias galería de por acá.

—También vive en Monte Grande.

—Debes de estar en un error —dijo su mamá, sacudiendo la cabeza—. Estoy segura de que vive acá.

—No. El intendente me señaló su casa y su estudio cuando me llevó a conocer la zona. Y el gimnasio del que te hablé antes es muy conocido en también, al igual que el restaurante Delica’s y sus especialidades.

—Por lo viste tengo que ir y ver todo por mí misma. Espera que miro mi agenda. Vamos a buscar una fecha para ir a verte.

—¿Con papá?

—Creo que debería ir sola la primera vez —dijo su madre—. Para estudiar el terreno.

—Por mí, no hay problema —si a su madre le gustaba, tal vez pudiera llegar a convencer a su padre. Su matrimonio se había mantenido gracias a un singular equilibrio de poder.

Su madre salió del comedor y volvió con una abultada agenda, llena de tarjetas de florerías, diseñadores y empresas de catering, junto a otros negocios recién inaugurados.

—Dentro de dos semanas —dijo, después de pasar varias hojas—. Es lo antes que puedo. Tengo que cancelar un almuerzo y mi juego de canasta, pero así tendrán tiempo para encontrar a otra jugadora.

—Perfecto —dijo Peter. Se levantó y le dejó un beso en el cachete—. Gracias, mamá. Estaré feliz de verte por allá.

Sus palabras eran totalmente sinceras. Quería que su mamá le tomara afecta a Monte Grande tanto como él. Un lugar muy lindo donde creía estaba su futuro. Y aunque no se quería admitirlo, era un paso en su carrera hacia un trabajo mejor. A pesar de lo que su padre pensaba, a Peter no le faltaban ambiciones. Pero no iba a seguir el camino que Juan Lanzani había elegido para él.

Debido a que la mayoría de sus mejores clientas trabajaban y sólo podían ir al centro de belleza los sábados, Lali rara vez tenía un fin de semana para ella. Pero le gustaba que fuera así. Los domingos le parecían interminables, sobre todo los que no iba a la iglesia. Una larga y aburrida sucesión de horas pasaba delante de ella.

¿Cuánto tiempo podía pasar lavando los platos o abasteciendo la refrigeradora para las pocas comidas que hacía en casa? Monte Grande no tenía cine y a Lali no le gustaba jugar al golf ni ninguna de las otras actividades que ofrecía el lugar. Era lo único malo que le había encontrado a vivir en aquella localidad después de pasar varios años de su vida en capital. A pesar de todos sus encantos y de su maravillosa gente, la paz y tranquilidad que se respiraban en Monte Grande la ponían nerviosa de vez en cuando, sobre todo por no tener a nadie con quien compartir su vida.

El domingo era el peor día de la semana. Tenía demasiado tiempo para pensar en navidad, en su familia y en todas las razones por las que esa fecha había perdido el significado para ella. A las tres de la tarde empezó a angustiarse. Miró el teléfono y pensó en el tiempo que había pasado desde que había hablado con sus padres. Vivían a menos de dos horas en auto, pero hacía meses que no sabía nada de ellos. Al mudarse había aprendido que tendría que ser ella quien los llamara a ellos. De lo contrario sus padres parecían olvidarse de su existencia.

Siguiendo un impulso, agarró el teléfono y marcó el número antes de que pudiera arrepentirse. Sonó varias veces antes de que su mamá le contestara.

—Hola, mamá.

—¿Lali? ¿Eres tú?

—Sí, mami. Soy yo —no era ninguna sorpresa que su madre no estuviera segura—. ¿Cómo estás?

—Bastante bien —respondió María José, sin ofrecer más información.

—¿Y papá? —insistió Lali a pesar de la frialdad—. ¿Cómo está? —su padre tenía casi setenta años, pero parecía mucho mayor. El trabajo al aire libre y lo que sus padres llamaban «la tragedia» lo habían envejecido antes de tiempo.

—Trabajando, como siempre. El campo es demasiado para él, pero es la única vida que conoce.

—¿Contrató ayuda este año? —preguntó Lali, decidida a seguir hablando con la esperanza de que su comunicación con ellos cambiara.

—Contrató a varios jornaleros para la cosecha, pero como ya falta poco él mismo se encarga de recolectar y repartirlos.

—¿Está ahí? Me gustaría saludarlo —dijo Lali.

Hubo un tiempo en que había sido la niña mimada de su padre, igual que Jessica para Agustín. Todo cambió en un abrir y cerrar de ojos, y aunque Lali entendía la razón a un nivel intelectual, la herida nunca había dejado de dolerle.

—Está fuera, trabajando —respondió su madre. No se ofreció a llamarlo, pero tras una breve pausa pareció recordar sus buenos modales—. Le diré que lo llamaste.

Continuará…