Capítulo 23

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Y ojalá siguiera sin recordarla, pensó Peter. Lo último que quería era que su mamá tuviera alguna impresión equivocada de Lali. Aunque, siendo honestos, Lali ya tenía una opinión de su madre, y no era la mejor precisamente.

Capítulo 23:

—¡Esa mujer me acusó de haberla marcado de por vida! —le dijo Lali a Candela—. Y pensar que Peter es su hijo…

—No lo vas a culpar por algo que hizo la madre, ¿no? —le preguntó Eugenia mientras le daba los últimos retoques a un inmenso recipiente con fruta fresca.

—No, obvio que no. Pero ¿te imaginas lo que habría pasado si nos hubiera visto juntos? Me habría golpeado con lo primero que encontrara.

—No creo que las mujeres top lleven cuchillas o cosas por el estilo en la cartera —la burló Rochi.

—No conoces a la señora Lanzani —dijo Lali.

—En realidad sí la conozco —le recordó Rocío—. Hace años, en un acto benéfico.

Lali no hizo caso a sus palabras.

—Te aseguro que algún tipo de arma tiene en esa cartera de marca —miró fijamente a sus amigas—. Espero que esto acabe con sus intenciones casamenteras. No voy a salir con el engendro de una mujer como ella.

Rocío comenzó a reír, pero enseguida se contuvo.

—Lo siento. No puedo evitarlo. ¿Engendro? ¿Cómo puedes llamar así a un hombre tan guapo como Peter?

—Sabes a lo que me refiero —contestó Lali—. No puedo salir con él y al mismo tiempo querer clavarle una estaca en el corazón a la madre.

—Pareces un poco rara, o más bien loca, hablando tanto de cuchillas y estacas —dijo Candela—. Tómate un margarita. Te va a caer bien.

—Y te ayudará a tranquilizarte antes de que llegue Peter —agregó Eugenia—. No creo que sea bueno que te vea en este estado… y menos si la persona a la que quieres matar es su madre.

Lali tomó un trago, pero no se sintió mejor ni más tranquila.

—Iban a comer en Delica’s —le dijo a Eugenia—. Tú trabajaste hoy. ¿Los viste?

Euge asintió de mala gana.

—Peter nos presentó.

—¿Y?

—Les encantó la comida.

—¡Y claro! ¿Cómo nos les va a gustar la comida? —dijo Lali—. Es riquísima. Pero ten cuidado… Si esa mujer siente unas mínimas náuseas en las próximas veinticuatro horas, te va a demandará sin pensarlo.

Candela le dio unas palmaditas en el hombro.

—Toma un poco más de margarita…

Lali tomó otro trago y esperó a que el alcohol le hiciera efecto.

—Tendría que haber dado la cara, en vez de huir como una cobarde.

—Intentabas evitarle un mal momento a Peter —dijo Eugenia—. No hay nada de cobardía en eso.

—Además, esa demanda no logró afectarte en lo más mínimo, gracias al apoyo que te ofreció Isabella —explicó Rocío—. Aunque si quieres denunciarla por difamación, tal vez yo pueda ayudarte.

Lali la miró con interés.

—¿Puedo demandarla?

—Bueno, podrías haberlo hecho en su momento —dijo Rocío—. Ahora tendría que estudiar el caso.

Candela miró a Rocío con el ceño fruncido.

—Nadie va a demandar a nadie. El asunto quedó terminado, es más, completamente cerrado.

Lali empezaba a sentir los efectos del alcohol.

—Seguramente tengas razón —dijo con un suspiro.

—Obvio que tengo razón. Además, una demanda no sería buena publicidad ni para el centro ni para nosotras.

Rocío puso una mueca.

—Es verdad… ¿Qué me pasa? Estoy tanto tiempo en casa haciendo de mamá que apenas piso un tribunal para hundir a los chicos malos. Me estoy volviendo demasiado blanda.

—Nos encanta tu nueva faceta —le dijo Candela—. Al fin encontraste el equilibrio que le faltaba a tu vida.

En aquel momento los llantos de Sol se oyeron por el monitor que había en la habitación.

—Yo voy —se ofreció Lali, tambaleándose ligeramente al ponerse en pie—. Tengo que estirar las piernas.

Poco a poco fue estabilizándose mientras caminaba hacia el cuarto del bebé, que estaba decorado hasta el último detalle. Rocío podía haber esperado hasta los cuarenta años para ser madre, pero no había escatimado en gastos al tener a Sol. Los muebles y accesorios venían de las mejores tiendas. La cómoda estaba repleta de ropa que no tardarían en quedarle chica a la niña de seis meses. Y, al igual que Rochi, tenía una colección de zapatos para cada ocasión, desde sandalias hasta zapatillas deportivas de todos los colores posibles.

La chiquita se había incorporado en la cuna y tenía sus ojos azules llenos de lágrimas. Estaba despeinada y con el pañal empapado. A Lali se le estrujó el corazón al verla.

—Hola, mi amor… Parece que tenemos que cambiarte el pañal, ¿ah?

Sol le estiró los brazos y sonrió temblorosamente.

Lali la cambió rápidamente y le puso el vestido rosa que Rochi le había dejado preparado para la cena. Además, le puso mediecitas con ribete de encaje y unos zapatos rosas, y le pasó una escobilla por el pelo rubio, lleno de rulos. Al terminar, sus nervios se habían calmado un poco y se había sacado de la cabeza a la señora Lanzani.

—Muy bien, pequeña, vamos a la fiesta —dijo, cargando a Sol y acercándola bastante a ella para sentir su fragancia. Las emociones que la invadían cada vez que abrazaba a Sol, Jessica o a Felipe eran conmovedoras.

Deseaba ser madre. Lo deseaba de verdad.

Pero no lo suficiente como para arriesgar su corazón.

Continuará...