Capítulo 5

 

Hola, hola!!!!! Espero hayan tenido un lindo domingo y puedan haber recargado energía, paciencia, cariño, fuerza y buen humor para empezar la semana ;) Que la arranquen con todo!!! Mil gracias por sus mensajes y nos leemos mañana! Besos :D

Twitter: @Caparatodos

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—¿Y por qué alguien iba a hacer eso? Es un centro para mujeres. Los hombres tienen sus clubes privados y campos de golf. ¿Ahora unas cuantas mujeres abren algo sólo para mujeres y tú quieres demandarlas? Hazme el favor…

Capítulo 5:

Peter hizo una mueca de desagrado. Su padre formaba parte de esos clubes privados. Pero esa no era la cuestión. Se suponía que un gimnasio tenía que estar abierto para todo el mundo.

—Por favor —dijo—. Eso es ilegal, y lo sabes —tendría que consultar los libros de derecho que su padre le había comprado con la esperanza de que él abriera su propio estudio y sacara provecho a su título universitario.

Mabel no pareció para nada impresionada.

—Tendrás que hablarlo con las propietarias, pero te aconsejo que no lo hagas. Rocío Igarzabal es la mejor abogada de la zona. Nadie en su sano juicio se atrevería a enfrentarla.

Peter asintió lentamente. Después de la desazón que le había dejado su primer día de trabajo, le provocaba demandar al gimnasio que discriminaba al sexo masculino. Podría canalizar su malhumor en aquella discusión, en vez de continuar una inútil batalla con Osvaldo sobre los adornos navideños.

Por otro lado, si su primera labor como residente de Monte Grande fuera demandar a una conocida abogada y mujer de negocios, su carrera como secretario local quedaría marcada desde el principio.

Tendría que pensarlo bien.

—Gracias por el dato —le dijo a Mabel con una sonrisa.

Después de ponerse algo más cómodo, se dirigió hacia el centro a paso rápido. Seguramente terminaría en el gimnasio Hardy, pero primero quería ver cómo era aquel otro centro exclusivo.

Se equivocó de calle unas cuantas veces, pero finalmente encontró la vieja casona. Subió los escalones de la entrada y miró por una ventana. Las máquinas que se veían en el interior parecían de última generación. Un grupo de mujeres ejercitaban los músculos en las caminadoras y las elípticas, y también había un par de hombres. Confiando en que Mabel se hubiera equivocado con la política de admisión, Peter se disponía a abrir la puerta cuando oyó unos pasos detrás de él.

—¿Puedo ayudarlo en algo? —le preguntó una mujer. A pesar del tono calmado en su voz, parecía estar desafiándolo más que ofreciéndole ayuda.

Peter se dio la vuelta para encontrarse con una mujer de escasa estatura, pelo castaño y grandes ojos oscuros. Si no la hubiera oído, habría pensado que era europea. Su ropa parecía haber salido de una feria americana, pero sus zapatos de taco bajo y el pañuelo amarrado elegantemente al cuello le recordaron a Peter el estilo que había visto en París durante el tiempo que pasó ahí después de la universidad. Tenía muy buenos recuerdos de ese viaje… y de las mujeres que conoció.

Le dedicó su sonrisa más encantadora.

—Eso depende. ¿Tiene alguna autoridad o influencia en este lugar?

—No soy una de las propietarias, si esa es su pregunta. Es Candela quien recibe a los proveedores. Puedo darle su tarjeta, si quiere.

—No soy un proveedor. Quiero inscribirme.

—Lo siento, pero solo se admiten mujeres.

—He visto a un par de hombres —contestó él.

—Son entrenadores, los únicos hombres que pueden entrar durante el horario de funcionamiento. Con mucho gusto le puedo dar la dirección del gimnasio Hardy, si no se ubica muy bien por acá.

—Puedo encontrarlo yo solo —declaró Peter—. ¿Sabe que esa política de admisión puede ser ilegal?

—Lo dudo —dijo Lali con expresión divertida—. Rocío Igarzabal, otra de las propietarias, se encargó de ese detalle cuando crearon el centro de belleza. También puedo darle su tarjeta, si quiere.

Peter dejó las cuestiones legales por el momento y observó de arriba abajo a la mujer, intentando alterarla.

—¿Cuándo vas a ofrecerme tu tarjeta?

—No lo voy a hacer, a menos que quiera venderme cremas, cosméticos o aceites aromáticos. Pero lamentablemente, ya me dejó en claro que no es un proveedor.

El tono de satisfacción en su voz molestó a Peter, pero decidió seguir utilizando su encanto.

—Es una pena… Pero tal vez podamos encontrar algo más en común.

El brillo de satisfacción en sus ojos se apagó de inmediato.

—No creo—dijo fríamente—. Que tenga una buena tarde.

Abrió la puerta y entró rápidamente, dándole un portazo en las narices. Peter sospechó que si el gimnasio no hubiera estado abierto en esos momentos, también habría echado llave.

Se quedó mirando la puerta. Su malestar debido a la discriminación de género había quedado atrás convirtiéndose en fascinación absoluta por aquella mujer que acababa de cerrarle la puerta en la cara.

Siendo el heredero de la fortuna Lanzani, Peter no había tenido muchos rechazos en su vida, especialmente entre las mujeres de la clase más alta. Descubrió que no era una sensación agradable, y menos después de haber perdido una batalla con el intendente.

Su padre diría que se merecía todo lo que le había pasado aquel día por no haber elegido la carrera que él esperaba que eligiera desde que nació. La imagen con la cara de satisfacción y prepotencia de su papá lo hizo paralizar y decidió que mejoraría a partir de ahora. Tenía mucho que demostrar, no sólo a su padre, sino a sí mismo.

Se había mudado a Monte Grande porque creía que tenía algo que ofrecer en aquel lugar. Su experiencia como administrador y jefe contable lo había preparado para tratar con cualquier problema que se encontrara ahí. Si tenía que enfrentarse a un intendente exigente y sufrir el rechazo de una mujer misteriosa, podía superarlo.

Miró por última vez a través de la ventana y decidió ir al gimnasio Hardy y volver al hotel con una cerveza y comida para llevar.

Continuará…