sábado, 15 de febrero de 2014

Capítulo 10




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—Es gas de pimienta —mintió—. No te muevas... un solo movimiento y te lo echo.
No quería volver a lavarse los dientes, así que se quedó quieto.

Capítulo 10:

¿Y ahora qué?

Lali mantuvo el dedo en el spray, confiando en que no se le resbalara de las manos. Una gota de sudor le caía por los ojos, pero no se atrevía a limpiarla. Apenas podía respirar, y la falta de oxígeno le estaba haciendo ver destellos de colores. El tratar de derribar a ese terrorífico hombre era la cosa más valiente que había hecho nunca, pero no tenía sentido que hiciera el papel de Xena, la princesa guerrera, cuando en realidad se sentía al borde del desmayo.
Se oyeron pasos en el pasillo y, sin perder de vista al aterrador tipo que tenía sentado contra la pared, se dirigió a la puerta.

—¡Jorge! —gritó—. ¡Llama a la policía! Dile que tengo a un peligroso delincuente aquí. ¡Dile que venga ya mismo! —Lali levantó la mirada lo justo para ver que Jorge tiraba el trapeador al piso y se alejaba arrastrando los pies. Volvió a fijarse en el hombre que había contra la pared.

Era aterrador, pese a que estaba sentado. Lo había golpeado en la cabeza con Don Grande, pero no había logrado derribarlo. Era alto y fuerte, de espalda ancha, e iba vestido con una chompa negra de cuello alto, una casaca negra y jean; tenía facciones intensas y delicadas a la vez, ojos verdes y despiertos... pero a la vez la las mejillas estaban decoradas por lunares que suavizaban sus facciones. De cualquier manera, todo en él delataba que era un asesino. Le tembló la mano. ¡Menos mal que se había acordado del spray contra el mal aliento que tenía en la cartera!

—No te muevas —repitió Lali, jadeando. Estaba tan asustada que tenía el corazón en la boca. El terror de los meses previos volvió multiplicado por mil, envuelto en un paquete alto, delgado y de espalda amplia. La miraba fijamente con sus oscuros verdes y supo que el tipo estaba calculando su próximo movimiento. Aquel hombre era un asesino profesional. ¿Cuánto tiempo podría mantenerlo quieto con el spray?

La puerta del colegio se abrió y oyó a alguien correr por el pasillo. Abrieron la puerta de la clase de par en par y el oficial Santiago Prado apareció con una pistola en la mano.
Se detuvo al ver al asesino en el suelo y a Lali.

—Oficial —dijo Lali con un hilo de voz. Carraspeó para aclararse la garganta y comenzó de nuevo—: ¡Oficial, arreste a este hombre! ¡Es un delincuente peligroso!
El oficial Prado volvió a guardar la pistola y se apoyó contra el marco de la puerta.

—Hola, Peter.

—Santiago.
Lali sacudió las rodillas, pues sentía que estaban a punto de fallarle. Miró al sheriff y aspiró con fuerza.

—¿Conoce a este hombre?
El oficial Prado cambió de pie su considerable peso y se pasó el chicle de un lado a otro de la boca.

—¿Que si lo conozco? —preguntó con tono filosófico—. Depende de qué implique «conocer» a una persona. Puedes pasar años junto a una persona y no percibir nunca…

—Santiago —repitió el tipo del suelo, esta vez con un gruñido.
Prado se encogió de hombros.

—Sí —dijo mirando a Lali—. Conozco a Juan Pedro Lanzani. Lo conozco de toda la vida y conocí a su padre. ¡Dios, pero si hasta conocía a su abuelito!

—Ay, Dios mío —se quejó Lali. El estómago le daba vueltas a mil por hora y no lograba detenerlo. La adrenalina aún corría por sus venas y era incapaz de pensar nada coherente.

Le habría gustado morirse allí mismo; se había defendido con valentía contra un asesino a sueldo y ahora resultaba que había noqueado a un respetable ciudadano de Fiambalá.
El tipo seguía sentado en el piso, observándola.

Lali trató de pensar en algo razonable que decir. ¿Cómo iba a disculparse? «Siento muchísimo haberlo atacado, pero pensé que era un asesino a sueldo». Era de locos.

Claro que su imaginación tampoco andaba tan mal encaminada. El hombre este, el tal Juan Pedro Lanzani, parecía de verdad peligroso. Parecía un asesino a sueldo cualquiera. Todo en él era aterrador: una espiral de poder oscuro emanaba de él y, aun desde el suelo, parecía un tigre a punto de saltar sobre su presa. Su rostro parecía tallado a mano. Todo en él era oscuro, por eso había asumido instintivamente que no era de Fiambalá.

Tenía el pelo castaño y los ojos verdes, y el principio de una barba cubría sus mejillas. Además, el puré de calabaza cubría su cuerpo.
Lali tragó con fuerza, sintiéndose culpable, y volvió a guardar el spray en su cartera.

—Mmm... ¿qué tal? Me llamo Ma... Daniela Rinaldi. —Trató en vano de que no le temblara la voz.

—Juan Pedro Lanzani —dijo. Apoyó la mano en el suelo y se levantó con un único y ágil movimiento tan repentino que hizo que retrocediera con miedo. Empezó a sacudirse las semillas y Lali volvió a sentirse culpable.

—Casi todos lo llaman Peter —comentó Santiago.

Lali se preguntó qué habría pensado su madre acerca del protocolo de la situación. ¿Podías llamar a alguien a quien habías tratado de dejar inconsciente por su apodo?
Seguro que no.

—Señor Lanzani.

—Señorita Rinaldi. —Dudó por uno segundo. Su voz era como la de un asesino... profunda, baja y ronca. Lo miró de reojo una vez más.
Seguía pareciéndole peligroso.

—¿Está seguro de que conoce a este hombre, oficial?
—Sí, señorita —replicó el oficial Prado con una sonrisa—. Cría y entrena caballos en un terreno que hay entre Fiambalá y El Puesto. Todo tipo de caballos, pero especialmente purasangres y árabes.

—Creo... mmm... creo que le debo una disculpa, señor Lanzani. —Lali trató de pensar en algo lógico que decir—. Lo... lo confundí con otra persona.
La clase se sumió en un silencio embarazoso.

—No puedo creer que te hayan tomado desprevenido, Peter —dijo el sheriff riéndose—. En especial una chica.

—Mujer —murmuró Lali, conteniéndose para no poner los ojos en blanco.

—¿Qué? Ah, sí, ya no se puede llamar chicas a las chicas. —El oficial sacudió la cabeza con pesar ante la forma de pensar del mundo actual. Observó a Lali de arriba a abajo y se rió de Lanzani—. Te estás volviendo un debilucho. —Se giró hacia Lali—: Peter era miembro de la brigada especial de las fuerzas armadas, ¿sabes?
¿Miembro de qué?

Por unos instantes, Lali se preguntó si el mes de terror habría acabado con sus neuronas. ¿Qué había dicho el oficial?
Ah. Se refería a que había sido un soldado. Entrenados para matar.
Al fin y al cabo, no había estado tan mal encaminada.

Continuará…

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