viernes, 28 de febrero de 2014

Capítulo 23




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—¿Por Peter? —Los ojos verdes de Euge se agrandaron—. Pero si Peter es el hombre más simpático del mundo. Lo conozco de toda la vida y no mataría a una mosca. —Se quedó pensando unos minutos—. Bueno, al menos a nadie de por acá y menos aún a una mujer. Ni siquiera cuando Melissa... —Euge se interrumpió y levantó la mirada, sonriendo—: Hola, Peter —dijo.

Capítulo 23:

Lali giró la cabeza de golpe para encontrarse con que, efectivamente, ahí estaba Juan Pedro Lanzani, alto y grande como la vida misma. Seguía vestido de negro, y seguía pareciendo tan oscuro y amenazador. ¿Hace cuánto tiempo que estaba ahí? Esperaba que no creyera que había ido preguntando por él, tratando de recabar más información.

—Euge —dijo, y luego asintió hacia Lali—: Lali.
Lali se llevó una mano al estómago; la voz de Juan Pedro Lanzani era tan profunda que parecía resonar en su diafragma.
O eso, o iba a devolver el café.
Peter alargó la mano y apretó con suavidad el hombro de Euge.

—¿Cómo estás, Euge? —Lali se sorprendió de lo amable que parecía su voz—. ¿Qué tal va la cafetería? —Peter se sentó junto a Lali, que se escabulló y se puso junto a la ventana. La amplia espalda del hombre ocupada dos tercios del asiento.
Los ojos de Euge brillaron por las lágrimas.

—No lo sé, Peter. Es complicado. —Se levantó para llevarle una taza y le sirvió un poco de café, frotándose los ojos clandestinamente. Lali vio que la taza de Peter también estaba rota, sólo que la de él lo estaba a la derecha del asa y la suya a la izquierda. «Awwnnn, qué tierno, —pensó—, nuestras tazas combinan».
Euge volvió a sentarse y soltó un suspiro.

—Me pregunto si estoy haciendo lo correcto. —Movió una mano por la cafetería, rodeando las deterioradas paredes y el mostrador. Aparte de ellos tres, no había nadie más en la cafetería—. Tal vez debería venderlo, aunque dudo que alguien lo compre.
Peter tomó un sorbo de café e hizo una mueca.

—Bueno, al menos mantienes las tradiciones. Mecha hacía un café horrible y tú también. Me alegra saber que hay cosas que no cambian; además, la compañía sigue siendo buena... eso compensa lo del café. —Torció la boca en una sonrisa.

Lali se quedó perpleja. ¿Juan Pedro Lanzani? ¿Haciendo bromas? ¿Y sonriendo? Y además, pensó distraídamente, tenía una sonrisa encantadora. Menos mal que no la mostraba con frecuencia. Le ablandaba los rasgos y lo hacía parecer mucho más humano, mucho más cercano. A la luz del día vio que sus ojos no eran verdes completamente, sino que tenían un marrón que los complementaba. Le sonrió a ella también y Lali contuvo el aliento. «Oh-oh», pensó.
Peter se giró hacia Euge y Lali pudo volver a respirar. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. No era tan difícil cuando le agarrabas el truco.

—¿Cómo está Matías? —preguntó.
Euge miró por la ventana y se mordió el labio.

—No tan bien, Peter —confesó—. No se centra en los estudios y le contesta de malas maneras a papá constantemente. A mí también, pero no es lo mismo. Se pasa el día en su cuarto, escuchando música y en la computadora. Está muy dolido.

—Dale alguna responsabilidad.

—¿Qué? —Giró la cabeza y lo miró fijamente.
Peter rodeó la taza con las manos.

—Dale un par de tareas aquí, en la cafetería. Págale si es necesario, pero mantenlo ocupado y pídele algún consejo de vez en cuando. Involúcralo en lo que estás haciendo.

—Ay, Peter, ese es el problema —gimió Euge—. No sé qué estoy haciendo. ¿En qué estaba pensando? Quiero decir que apenas era rentable cuando mamá vivía, y ya sabes lo famosa que era mamá. La gente se pasaba a tomar una taza de café y a comer un trozo de torta sólo para saludarla. Pero ahora ya nadie viene. Y no los culpo; por favor, solo hay que mirar este lugar —Euge movió la mano y Lali y Peter miraron a su alrededor obedientemente.

«No me extraña que no haya un alma», pensó Lali. Aunque fuera el único sitio en varios kilómetros en el que podías tomarte una copa o algo de comer, tenías que estar muerto de hambre, o completamente desesperado, para arriesgarte a comer algo ahí, debido al café que hacían. Probablemente te iría mejor si te compras un chocolate y un par de manzanas en el supermercado. Las paredes estaban sucias y la única decoración eran un par de calendarios de años anteriores y un retrato familiar con una versión más joven, feliz y delgada del oficial Prado, una adorable mujer de mediana edad y con la sonrisa de Euge, una Euge adolescente y un chiquito desdentado y de cara dulce.

En el mostrador había un pie de manzana que se veía ya pasado, bajo un plato de cristal salpicado de agua. La pizarra que había en la pared opuesta anunciaba hamburguesas y un menú especial barra libre. Lali se estremeció sólo con pensarlo.
La cafetería entera pedía a gritos un decorador de interiores, aunque tampoco le sorprendía. Fiambalá entero pedía a gritos un decorador de exteriores.

Había que hacer algo al respecto. Así que Lali hizo lo que cualquier mujer madura y compasiva habría hecho en su lugar: se encorvó y miró a su alrededor con gesto disimulado.

—Ah, no lo sé —cacareó con su mejor imitación de Igor—. No está tan mal. Un poco de pintura, unos cuantos cojines... —Volvió a cacarear y esperó a que se rieran, pero no obtuvo más que un largo y embarazoso silencio.
Euge la miraba como sí se hubiera vuelto completamente loca. Peter la miraba con la misma seriedad de siempre.

—Eso es de El joven Frankestein, ¿no? —preguntó por fin y miró a Euge—: Eres demasiado joven para acordarte. Es una película antigua. De hecho —volvió a girarse hacia Lali con gesto de perplejidad—: eres demasiado joven para acordarte.

—No —respondió, estirándose con un suspiro—. Por regla general sólo veo películas que tengan por lo menos veinte años. Me ahorra un montón de problemas. Si después de veinte años se sigue considerando buena, es que es verdaderamente buena. Aunque la vestimenta y los peinados suelen ser un poco raros, y te encuentras con gente hablando por celulares del tamaño de un ladrillo.

Peter se había quedado mirando la taza, y ella hizo lo mismo, confiando en encontrar ahí la respuesta a los problemas de Euge. Pero en la taza no había más que un líquido turbio y dañino. Clavó los ojos en el fondo de la taza y, de pronto, se le ocurrió.

Continuará…

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