Capítulo 28

Hola, hola!!!! ¿Cómo les va muchachas? Espero que todo bien y disfrutando del sábado :) Gracias a las chicas que están siempre, son lo más!!! Métanle con los comentarios que vamos de mal en peor... jajajaja a las que leen les encanta, pero cada vez leen menos... es algo contradictorio, igual gracias a todas!!!! Besos y nos leemos mañana!!!

Twitter: @Caparatodos

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-¿Crees que te llamará? Me refiero a Juan Pedro Lanzani.

Lali lo pensó. Había dejado la pelota en su cancha y, sinceramente, no tenía la menor idea de lo que él haría.

-El tiempo lo dirá.

Capítulo 28:

Diez minutos después se encontraban sentados en una pequeña sala de interrogatorios, instalados en una mesa de madera frente a Manuel Gutiérrez.

-¿Qué me ofrecen si hablo? –quiso saber el recluso. Levantando las manos esposadas señaló hacia la puerta, haciendo referencia al guardia que se había ido tras escoltarlo hasta la sala-. Porque no podré seguir aquí después de haber delatado a uno de ellos. Sería el siguiente al que sacarían en una bolsa negra.

-Primero dígame lo que sabe, señor Gutiérrez –repuso Lali-. Si decido que necesito su declaración, comenzaremos a discutir los demás pasos.

Gutiérrez lo consideró por un minuto y luego se inclinó hacia delante, bajando la voz.

-Ok. Sabe que solía ocupar la celda contigua a la de Zegarra, ¿no es así? Por lo menos, antes de que lo trasladaran permanentemente por haber matado a Bonelli. Bueno, la cosa es que el día anterior a que Bonelli fuera transferido a la celda de Zegarra oí una conversación entre éste y Tejada. Una conversación que parece bastante sospechosa, considerando lo ocurrido.

-¿Qué fue lo que dijeron Tejada y Zegarra? –preguntó Lali.

-Oí a Zegarra preguntarle a Tejada: “¿Cuánto quieres que lo golpee, jefe?”

Eso captó de inmediato la atención de Lali.

-¿Y cuál fue la respuesta de Tejada?

Gutiérrez carraspeó antes de proseguir.

-Bueno, lo único que dijo fue “Shh”. Ya sabe, como si no quisiera que nadie los escuchara –desplazó su mirada de Lali a Morelli-. Pero es suficiente, ¿no? Quiero decir, les sirve, ¿no?

Lali reflexionó un instante. Obviamente, habría sido preferible una conversación más extensa pero no dejaba de ser otra pieza del rompecabezas.

-Parece útil. Gracias.

Gutiérrez malinterpretó su vacilación.

-Escuche. Todo el mundo sabe lo que pasó. Tejada encerró a Bonelli en una celda con ese racista y le ordenó a Zegarra que se encargara de él. ¿Ha visto alguna vez a Zegarra? El tipo es una mole de noventa kilos de puro músculo. Bonelli medía alrededor de un metro setenta y cinco –levantó las manos esposadas-. Puede que la gente piense que somos la escoria de la tierra pero seguimos teniendo derechos –señaló, aproximándose en exceso al rostro de Lali-. Tiene que detener a ese guardia, señorita.

Morelli se tensó en un gesto protector.

-Tranquilo, amigo –gruñó en voz baja.

Lali depositó la mano sobre la mesa entre Morelli y ella, indicándole que estaba todo controlado. Sin vacilar un instante, mantuvo el contacto visual con el hombre.

-Eso es exactamente lo que estoy tratando de hacer, señor Gutiérrez.

Esa tarde, Peter cruzó la puerta de El rincón del Vino, la tienda de vinos de su hermana, justo a tiempo para ver a Eugenia cargar una pesada caja desde la bodega.

En un par de zancadas, cruzó el lugar en dirección a ella.

-Dame eso, Euge.

Ella obedeció y luego le señaló el mostrador que se encontraba en el centro de la tienda.

-Gracias. Déjala ahí.

Peter dejó la caja sobre el mostrador e hizo un gesto para centrar su atención sobre el yeso que tenía en la muñeca.

-Tienes un montón de empleados en la tienda. Llámalos.

Eugenia arqueó una ceja mientras comenzaba a desembalar las botellas de vino.

-¡Ah, bueno! hoy no estamos de muy buen humor. ¿Algún problema?

No, no estaba de buen humor, para nada, ni lo había estado desde que cierta ayudante del fiscal, prepotente y tenaz, había regresado a su vida amenazando con citaciones y emitiendo juicios morales. Pero no era algo que quisiera hablar con su hermana.

-Solo estoy cansado –dijo quitándole importancia-. No dormí bien anoche.

Evidentemente, porque las palabras de dicha prepotente y tenaz abogada habían estado dándole vueltas en la cabeza.

El Juan Pedro Lanzani que me acompañó a casa y me prestó su camisa, habría hecho lo correcto sin importar lo enojado que estuviera con la fiscalía. Así que, si todavía queda algún rastro de ese tipo en este departamento, dile que me llame.

Ah, eso sonaba tan… moralista. Como si él tuviera que justificar la forma en que había vivido durante los últimos diez años. Bueno, muy bien, esta era su justificación: se había estado divirtiendo. Quizás a Mariana Espósito le viniese bien intentar hacerlo con más frecuencia –suponiendo que le quedara algo de tiempo para divertirse luego de cumplir con su actual plan profesional a cuarenta y dos años, o lo que fuera.

-En serio. ¿A qué se debe esa cara? –preguntó Eugenia-. Estás descomponiendo mis cabernets con tu ceño fruncido.

-Solo trato de solucionar unas cosas –respondió vagamente.

Eugenia alzó una ceja, estudiándolo.

-¿Relacionadas con la cárcel?

-Más bien con la etapa post-prisión. Nada sobre lo que valga la pena hablar –lo último que necesitaba era que su súper perfecta hermana gemela y su súper perfecto novio de la policía descubrieran que volvía a tener problemas con la fiscalía. Ya lo ponía de bastante mal humor la situación como para que Eugenia se metiera. Había sido liberado hacía varias semanas y se suponía que tendría que estar rehaciendo su vida, pese a que aún recordaba ciertos aspectos relacionados con su paso por prisión. Como el mal olor corporal.

Tomó cuatro de las botellas que Eugenia había desempaquetado.

-¿Dónde las quieres?

Ella hizo una seña.

-En aquel botellero vacío de allí. Con los demás cabernets –Eugenia le lanzó una mirada cuando regresó al mostrador-. ¿Qué tipo de etapa post-prisión?

Peter se sintió algo intimidado.

-¿A qué vienen tantas preguntas?

Continuará…