Capítulo 8

Hola, hola!!! ¿Cómo las trató el viernes? Arrancando el finde con todo, espero :D ¡WOW! Gracias por tantos y tan lindos comentarios!!!!! Ustedes si que saben como tirar de la artillería pesada para lograr su objetivo, ah! :P Me pone recontra feliz que les esté gustando! Besos y hasta mañana muchachas!!!

Twitter: @Caparatodos

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Sin quitar la mirada del periódico, Lali volvió a cerrar la puerta, se sentó en la mesa de la cocina, y comenzó a leer.

Capítulo 8:

Diez años después.

El viento soplaba de tal forma que hacía lagrimear los ojos. Pero Peter apenas lo notó. Cuando corría, estaba totalmente concentrado.

A las siete de la noche, ya había oscurecido totalmente y la temperatura había bajado considerablemente. Cada día, durante las últimas dos semanas, había ido hasta la vereda que se encontraba alrededor de los bosques para realizar su recorrido de diecinueve kilómetros, ida y vuelta, comprendido entre el final de esta y su apartamento. Manuel, el portero de su edificio, le había mostrado esa rutina el día anterior y, para hacer las cosas más simples, Peter le había dicho que se estaba entrenando para una maratón.

En realidad, simplemente le gustaba la tranquilidad que experimentaba al correr. Por no mencionar cuánto le gustaba la sensación de libertad que lo invadía mientras corría. Ah… maravillosa libertad. Esa certeza de poder seguir adelante, sin nada que lo detuviera excepto el agotamiento físico. Y, por supuesto, un equipo de policías armados, si se alejaba más de quince kilómetros de su departamento.

Nada importante.

Peter no había tardado en dar con el único inconveniente de sus corridas diarias. Se trataba de algo que había descubierto el primer día, alrededor del quinto kilómetro recorrido: el dispositivo de monitoreo electrónico que llevaba en el tobillo, resultaba sumamente molesto mientras corría. Había intentado poniéndole talco, pero todo lo que había logrado era embarrarse y terminar oliendo a bebé. Y si había algo que no necesitaba un soltero era oler a bebé. Las mujeres tenían un olfato especial para eso y, de repente, empezaban a dispararse todo tipo de relojes biológicos en modo repetición e iban sonando cada vez más alto.

Pero, como muy bien sabía Peter, uno podía encontrarse con problemas más serios que una rozadura y el talco. Podía ser arrestado, por ejemplo, inculpado por varios delitos y terminar en la cárcel. O descubrir que su hermana gemela, terca hasta la médula, casi logra que la maten trabajando con la policía como parte de un acuerdo al que había llegado con ellos, para lograr que lo dejaran libre antes de lo previsto.

Todavía quería estrangular a Eugenia por eso.

Peter vio su reloj y aceleró el paso para recorrer el último kilómetro.

Según los términos de su arresto domiciliario, tenía permitido salir noventa minutos diarios pata atender “asuntos personales”, siempre que permaneciera a quince kilómetros de su casa. Técnicamente, se suponía que debía utilizarlos para comprar e ir a la lavandería, pero había descubierto la manera de burlar el sistema: realizaba sus compras online y pedía que se las trajeran a su casa, y hacía uso de la lavandería del edificio en el que vivía. Eso le dejaba noventa minutos diarios pasar salir de su departamento, noventa minutos durante los cuales su vida parecía casi normal.

Esa tarde, realizó el camino de regreso hasta su edificio con ocho minutos de margen. Puede que hubiera encontrado la forma de burlar al sistema pero no quería ponerlo a prueba. No tenía intención de sufrir un calambre en la pierna por demorarse y activar el monitor en su tobillo. Lo último que necesitaba era que un despliegue de patrullas para esposarlo, solo porque no había realizado los estiramientos adecuados.

La ráfaga de aire caliente que lo golpeó al entrar en el edificio lo hizo sentirse sofocado. O tal vez fue la idea de que traspasar esas puertas significaba que estaría atrapado en su departamento durante las siguientes veintidós horas y treinta y dos minutos.

Solo tres días más, se recordó.

En poco más de setenta y dos horas sería oficialmente un hombre libre. Suponiendo, claro, que la fiscalía mantuviera su parte del trato, lo que era mucho esperar. Parecía bastante acertado decir que últimamente no se encontraba en los mejores términos con la Oficina del Fiscal, pese al trato que habían hecho con su hermana para liberarlo anticipadamente de la prisión donde había cumplido cuatro de sus dieciocho meses de condena. Después de todo, lo habían llamado “terrorista”, tanto en la sesión del tribunal como ante los medios y, para Peter, eso significaba un pase directo a su lista negra. Porque un “terrorista”, como cualquier idiota con un diccionario sabe, es alguien que emplea la violencia, el terror y la intimidación para obtener un resultado.

Él, por el contrario, solo había hecho gala de una enorme estupidez.

Manuel, el portero, miró su reloj cuando Peter pasó delante de la portería.

-¿Ni siquiera puede concederse un respiro el sábado por la noche?

-Los malos no descansamos –le dijo con una sonrisa fácil.

Subió al ascensor y pulsó el botón correspondiente al piso treinta y cuatro, su departamento.

Justo antes de que las puertas se cerraran, un hombre de veintitantos años, vestido con un jean y un sweater, se coló en el interior. Parpadeó en señal de reconocimiento al ver a Peter pero no dijo nada, limitándose a pulsar el botón de la planta veintitrés.

Comenzaron a ascender en silencio pero Peter tenía claro que eso no duraría. Antes o después, el otro tipo diría algo. Algunas personas lo insultaban, otras le chocaban la mano, pero siempre le decían algo.

Cuando el ascensor se detuvo en la planta veintitrés, el tipo le lanzó una mirada antes de salir.

-Por si te sirve de algo, a mí me pareció todo bastante gracioso.

Uno de los “choca esos cinco”.

-Lástima que no fueras uno de los jueces –respondió Peter.

Continuará…