Capítulo 70

Hola!!!! ¿Qué tal todo, muchachas? Espero que bien y ya preparando los motores para el finde!!!! :D Gracias por estar siempre! Besos y hasta mañana ;)

Twitter: @Caparatodos

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-¿Hay algo más en lo que lo pueda ayudar? –preguntó la recepcionista.

Con una sonrisa, Peter se guardó el celular en el bolsillo del saco.

-No. Creo que tengo todo lo que necesito.

Capítulo 70:

A la mañana siguiente, poco después de las diez, Peter tomó un taxi en la puerta del hotel.

-A Ovidio Lagos y Santa Fe –le indicó al conductor.

Cuando, un rato después, el taxi se detuvo, Peter miró por la ventana y se encontró ante un moderno edificio. Luego de pagarle al taxista, salió del auto, y se ajustó la corbata.

Hora de afrontar las consecuencias.

Billetera en mano, pasó a través de las puertas dobles y tomó un ascensor hasta el sexto piso. Con la mirada fija sobre el panel de control, esperó durante lo que pareció ser un ascenso eterno y, finalmente, las puertas se abrieron revelando una sencilla recepción de estilo minimalista.

La recepcionista se encontraba sentada tras un mostrador de mármol blanco y gris, y abrió los ojos como platos en cuanto Peter salió del ascensor.

La pared que se encontraba tras ella carecía de decoración. Solo mostraba el conocido nombre de la empresa en letras minúsculas: twitter.

-Así que vino –dijo con incredulidad-. Llevamos toda la semana apostando sobre si asistiría a la cita o no. Mucha gente pensaba que debía tratarse de algún tipo de broma.

Peter se había pasado horas al teléfono con los abogados de la empresa para conseguir esa cita –no existía la menor posibilidad de que se echara atrás, después de haber soportado esa tortura.

-¿Deduzco que no es necesario que me presente? –preguntó.

-Definitivamente no. Es usted bastante popular por aquí –la recepcionista levantó el auricular del teléfono y pulsó un botón-. Juan Pedro Lanzani ha venido a verlo –se mantuvo un instante en silencio para escuchar a su interlocutor y luego alzó la mirada hacia Peter, todavía al teléfono-. Usted y yo –luego colgó y le señaló la zona de espera-. El señor Daniels estará con usted en seguida. Tome asiento si lo desea.

Peter miró el sofá marrón sobre el que había dos cojines azules, con las palabras bordadas: “Home Tweet Home”

-Creo que esperaré parado –le dijo a la recepcionista.

Medio esperaba que Daniels lo hiciese esperar toda la mañana y terminara despidiéndolo en algún momento, pero el teléfono de la recepcionista sonó unos cuantos minutos después. Tras mantener una breve conversación en voz baja, colgó el auricular, y se puso en pie.

-El señor Daniels lo está esperando. Sígame.

La mujer lo guió a través del área de recepción, por unas puertas de vidrio pulido, hasta la zona principal de la oficina.

Prácticamente todo estaba pintado de blanco, a excepción de los pisos de madera. La oficina contenía varias hileras de cubículos, cada una de las cuales se dividía en cuatro puestos individuales de trabajo. Y todas y cada una de las personas que ocupaban esos lugares, se habían levantado para observarlo.

En silencio, lo estudiaron con una amalgama de expresiones, la mayor parte de las cuales Peter no habría descrito como amistosas. Cuando llegaron a la enorme oficina que se encontraba al final del pasillo, la recepcionista medio sonrió.

-Buena suerte.

Peter entró a la oficina y se encontró con William Daniels, el director general de Twitter en Argentina, sentado en su escritorio.

Era un hombre relativamente joven, de unos treinta y tantos años, con anteojos, medio pelado, y una mirada seria, que transmitía una mezcla de incredulidad y desprecio.

-Te admitiré una cosa: tienes los huevos del tamaño de un par de sandías, Lanzani –le hizo una seña para que se sentara y luego se giró hacia la recepcionista, que cerró la puerta tras él. Una vez solos, Daniels fue directamente al grano-. Tienes sesenta segundos para explicarme por qué no debería sacarte de aquí a patadas.

Perfecto. Peter se alegraba el poder ahorrarse las presentaciones.

-Como casi todo el mundo tuvo la oportunidad de comprobar hace siete meses, su red tiene unos agujeros por los que podrían llegar a colarse camiones. Mi empresa puede ayudar a solucionarlo.

Daniels soltó una carcajada estrepitosa.

-No soy idiota, Lanzani. Lo actualizamos todo después de que nos bloquearas. Dudo que fuera a resultarte tan fácil hackearnos ahora.

-¿Qué porcentaje de los ingresos obtenidos a través de sus setecientos anunciantes estás dispuesto a apostar?

La mirada de Daniels se volvió acerada.

-Te quedan cuarenta segundos, así que acaba lo que hayas venido a decir. Por lo menos, sacaré algo divertido de esto para poder publicar después en un tweet.

Peter se inclinó hacia delante.

-He leído todas las entrevistas, Daniels. Cuando te hiciste cargo de la compañía hace un año, te comprometiste a convertir, lo que se había transformado en una red de comunicación masiva, en una plataforma publicitaria. Hiciste hincapié en la importancia de la fiabilidad –y, aún así, me las ingenié para cerrar Twitter durante cuarenta y ocho horas desde una simple computadora, estando medio borracho.

Daniels apoyó las manos sobre la mesa.

-Entonces, tu propuesta es que te contrate, al tipo que nos hizo quedar como unos incompetentes hace siete meses, y que te pague escandalosos honorarios por consultoría, para que vengas a solucionar nuestros problemas de seguridad. ¿Eso es lo que estás sugiriendo?

-Sí –Peter le sostuvo la mirada-. Solo que lo haré gratis.

Daniels se detuvo al escucharlo.

-Gratis.

-Construiré una fortaleza cibernética alrededor de este lugar y no les costará un centavo. Supongo que al menos les debo eso.

Daniels lo estudió y se reclinó sobre su silla. Luego habló pausadamente, reflexionando en voz alta.

-Quieres la publicidad que significaría.

Peter curvó las comisuras de la boca, esbozando una sonrisa. Sus sesenta segundos se habían agotado y seguía allí.

-Sí. Y tú también.

Continuará…