martes, 31 de diciembre de 2013

Capítulo 8



Hola, hola!!!!! ¿Qué tal va el día? Ya preparando todo para recibir el 2014 supongo ;) Gracias por haber estado un año más conmigo, por compartir tantas historias y, sobre todo, por disfrutarlas! Les mando un beso ENORME y un abrazo gigante y espero que el nuevo año las llene de sorpresas y cosas buenas, pero principalmente, que las llene de salud, felicidad y mucho mucho amor!!!!! Nos leemos mañana, siendo un nuevo año! Esperen mi saludo a las 12 ;) y posiblemente un capítulo programado mañana al mediodía jijijiji Las quiero!

P.D.: Un capítulo bien… como para terminar el año ;) #Enjoy jijijiji

Twitter: @Caparatodos
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—Pero…

—Lograrás ir, tengo absoluta fe en ello.

Capítulo 8:

Lali vio alejarse a su amiga, deseando tener su seguridad. Porque en aquel momento, su única idea para ir a la gala era pedirle una invitación a Pablo. Y ésa no era la imagen que quería que él tuviera de ella. Necesitaba que él la viera como una mujer capaz y competente. Una mujer que pudiera representar sus intereses legales e introducirse fácilmente en su vida. Quería impresionarlo a todos los niveles.
Y no se conseguía impresionar a nadie rogándole por una habitación.

No, llegaría al hotel por sí misma, o no llegaría. Desafortunadamente, ésa parecía ser la opción más probable. Tal vez podría reservar habitación en algún hotel cercano y pasar por el complejo Martínez para la celebración.

Tras un vistazo por Internet, también ese plan se fue abajo, al quedar claro que la privacidad había sido una de las principales preocupaciones de Pablo al diseñar el hotel: no tenía nada cerca.
Maldición.
Tenía que haber alguna manera. Sólo que no la había.

Suspiró, bebió otro sorbo de chocolate, y decidió que ya era hora de olvidarse de sus locas fantasías y empaparse del espíritu navideño. En la esquina de su departamento, el pequeño árbol que había comprado pareció hacerle señas. No lo había decorado aún porque, a pesar de las luces, los villancicos y las fiestas, no le parecía estar en navidad. No, cuando se encontraba allí sentada, sin opciones de cita.

—Patético.

Con un suspiro, acercó una silla al closet del vestíbulo, algo mareada por el alcohol y por no haber comido nada. Su departamento era antiguo y tenía unos buenos closets, aunque pobremente diseñados. El closet de la entrada se dividía en dos secciones: la principal estaba al alcance de todo el mundo, pero la parte superior sólo era accesible para gigantes. Eso, añadido a que tenía bastante fondo, llevaba a Lali a preguntarse muchas veces por qué no se compraba una escalera para poder llegar a todas sus cosas.

Balanceándose en la silla, abrió el closet y sacó las gigantescas bolsas de plástico llenas de ropa de verano. Detrás de ellas, estaban guardadas las cajas con adornos de Navidad. Se puso en puntitas de pie, intentando llegar a ellas.
Sólo un poco más…

Sus dedos tocaron el cartón, pero no logró agarrar la caja. Maldición. ¿Qué podía hacer? Sacó una escoba de la despensa y volvió a subirse a la silla, esa vez armada. Metió la escoba entre la pared y la caja e hizo palanca. Sin embargo, la caja no parecía dispuesta a cooperar, así que movió con fuerza la escoba, al tiempo que maldecía en voz alta.

La caja se movió. Y no sólo eso, sino que salió disparada hacia adelante. Al parecer la bloqueaba una protuberancia de la madera, y su insistencia había hecho que la superara.

La caja se tambaleó al borde del closet. Lali la detuvo con las manos, concentrada en mantener el equilibrio a pesar de que la cabeza le daba vueltas. Inspiró hondo. Lo único que tenía que hacer era moverse un poco y agarrarla entre sus manos.

Pero, cuando intentó hacerlo, la caja con los delicados adornos de cristal de su abuela se inclinó en un ángulo muy peligroso. Lali se imaginó la caja escurriéndosele de las manos, cayendo al suelo, y los adornos heredados de su abuela hechos añicos por el suelo.
¿Quién iba a decir que decorar el árbol borracha podía ser tan peligroso?

Intentó volver a meter la caja dentro del closet, pero no lo consiguió. Parecía que su destino iba a ser quedarse allí, de pie en la silla, con los brazos en alto, y cansándose mientras evitaba que la caja cayera. Y así se quedaría hasta que se desmayara por el agotamiento, o los brazos se le atrofiaran por falta de sangre.
Sonaron tres golpes en su puerta. Lali sintió tal alivio, que casi soltó la caja.

—¡Peter, entra!
Oyó moverse el picaporte pero recordó que había cerrado con llave.

—Está cerrado, Lali —lo oyó decir frustrado.
La caja se movió, ella se inclinó hacia atrás para agarrarla, con la cabeza dándole vueltas.

—¡Peter! —gritó.

—¡Espera! —exclamó él.
Lali lo oyó entrar a su departamento, y a los pocos instantes abría su puerta. Ella agradeció en silencio haber entregado copias de sus llaves tanto a Peter como a Candela, y luego murmuró un desesperado «socorro».

—¿Qué estás…? —lo oyó preguntar confundido al entrar en el piso.

Ella no pudo girar la cabeza para mirarlo, pero no tuvo que hacerlo. Sintió las manos de él en su cintura, sujetándola firmemente, y ese simple contacto le dio tal sensación de seguridad, que quiso llorar. Ya no se caería de espaldas ni se rompería el cuello. Tampoco se destrozarían los adornos heredados de la abuela.
Peter había llegado, y todo iba a solucionarse.

—¿En qué estabas pensando?

Él movió el brazo y Lali sintió la piel de él contra su ombligo, expuesto porque, al levantar los brazos, había hecho que la parte de arriba del pijama también se levantara. Durante un fugaz instante, un estremecimiento sensual la sacudió. Se le erizaron los pezones, se le aceleró la respiración, y maldijo a Candela por su charla sobre novios y aventuras amorosas en Navidad. Porque entonces todos esos viejos pensamientos acerca de Peter que ella tanto había reprimido salieron de golpe.

Al principio, ella había ignorado el cosquilleo porque salía con Benjamín cuando Peter había entrado en su vida. Luego, lo había sepultado aún más al conocer sus frecuentes viajes y su despreocupación respecto al dinero y a su trabajo.

Mejor ser sólo amigos, se había dicho a sí misma. Había sido fácil mientras salía con Benjamín. Pero, una vez soltera, a pesar de que Peter no era un buen candidato a marido, no podía evitar el deseo que la consumía.
Se dijo a sí misma que se debía al alcohol.

Porque él era Peter. Su mejor amigo, junto con Candela. Y ella no iba a permitirse perder la cabeza por él. Apreciaba demasiado su amistad como para dejar que la animación navideña y un contacto inocente arruinaran todo lo bueno que había entre ellos.
Aun así, cómo le gustaría sentir la pasión de su beso en aquel momento…

—¡Lali!

—¿Cómo? —dijo ella, dándose cuenta de que él le había estado hablando—. ¿Qué decías?

—He preguntado cuánto pesa la caja.

—No mucho.

—Entonces, suéltala.

—¡De ninguna manera! Está llena de adornos de navidad de mi abuela. No voy a permitir que se hagan añicos. ¿O por qué crees que estoy en puntitas, para empezar?
Notó que la mano que la sujetaba por el abdomen cambió, y ahogó un gemido. El alcohol y el contacto piel contra piel no eran una buena combinación, sobre todo si quería mantener la cordura. Y la distancia.

—¿Confías en mí? —preguntó él, con voz grave y cálida.
Lali carraspeó, incómoda porque le costara tanto hablar. Se recordó que debía ser producto del alcohol y el hecho de que estaba en mitad de un hechizo romántico. Pero tenía un plan, un objetivo: Martínez. Se concentraría en él.

—Sí, confío en ti.

—Entonces, suelta la caja.
Lali respiró hondo y abrió los dedos, sujetándose a la puerta del closet mientras él la soltaba para agarrar la caja.

—Ya la tengo. Y ahora, déjame agarrarte a ti.
Lali miró por encima del hombro y vio la caja sana y salva en el suelo. Luego se giró de nuevo de cara al closet y sintió las manos de Peter en su cintura desnuda.

—Gírate —ordenó él.

—No.

—Voltéate.

Así lo hizo, y él la sujetó en brazos y la bajó suavemente hasta dejarla en el piso. Fue un momento muy sensual y, aunque seguramente había durado unos segundos, a Lali le parecieron horas. Horas apretada contra el cuerpo musculoso de Peter, invadida por un cosquilleo al rozar sus senos contra aquel torso en su descenso.

Una vez que tocó el suelo con los pies, ladeó la cabeza para darle las gracias y, de pronto, la boca de él estaba ahí, con una sonrisa compradora y arrogante. Ella quería probar esos labios más que respirar. Y, aunque la Lali razonable y racional le gritó que estaba a punto de cometer un grave error, la que se encontraba en brazos de Peter hizo oídos sordos, se puso en puntitas, y tomó justamente lo que deseaba.

Continuará…

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