Capítulo 21

Hola Chicas!!! Cómo empezaron la semana?! Me pone feliz que les guste y acá les dejo un nuevo capi… Laliter va llegando de a pocos… Espérenlo que después… ayayyyy!!! Besos y MUCHAS GRACIAS por todo! SON GENIALES!!! ;)

P.D. Lo de la habitación verde es por un tema de estilo y decoración, nada más… aclaro por las dudas!

Twitter: @Caparatodos

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Dejó la llave de la habitación sobre la mesita de café, imaginando que ella se sentiría más segura con esta en su posesión. La llave maestra seguía en su bolsillo. Con una ligera sonrisa recorrió el pasillo hasta el extremo contrario y hasta su escritorio. Esto sin duda era mucho más interesante que comprar un canal de televisión en quiebra, como tenía previsto hacer esta semana. «¡Caramba!» Tendría que aplazar algunas citas… si había sido él el blanco de la bomba, no quería poner en peligro a nadie más. Y quería concentrarse en Mariana… y en su acuerdo.

Capítulo 21:

Viernes, 6:18 p.m.

Mariana había observado a los suficientes ejecutivos poderosos y egocéntricos como para saber que esto era prácticamente un juego para Juan Pedro Lanzani… sobre todo en lo que estaba relacionado con ella. Podía jugar a eso, si se veía obligada a hacerlo. Pero lo que de verdad le preocupaba en ese momento era mantener la atención de la policía apartada de ella, y de Nicolás, para poder escapar de Florida durante un tiempo y poder así evitar ser perseguida por asesinato.

Nicolás. Quería llamarlo desesperadamente para averiguar si la policía estaba haciendo algo más aparte de intervenir su teléfono. Tanto si la había ayudado, como si no, solamente habían tardado dos días en dar con él. Rubén Bauer había trabajado en el límite de la legalidad, como él decía, durante treinta años. No lo había hecho, ni lo había convertido en un modo de vida, el ser descuidado. Lo que significaba que alguien se estaba yendo de boca.***

Con los labios fruncidos, miró el teléfono que había en la mesita de noche. Era evidente que las cosas se complicarían si rastreaban una llamada a Nicolás desde la casa de Lanzani. Sin embargo, tal como había dicho su anfitrión, de momento estaba a salvo. No se arriesgaría. Aún no, en todo caso.

Encontró el closet con vestidor en la enorme habitación y hurgó en su interior. Llevar un vestido y tacones era algo que hacía seguido, generalmente cuando tenía la oportunidad de examinar minuciosamente una casa y otro establecimiento. Habitualmente las cosas bonitas se guardaban en lugares bonitos, y ella tenía que encajar. Aunque faldas y tacos dificultaban sus movimientos cuando estaba trabajando. Y a pesar de que esa noche no estuviera robando nada tangible, no cabía duda de que estaba trabajando.

Al parecer, la mayoría de los invitados que se alojaban en aquella habitación no traían sus propias batas, pero sí encontró algunos pantalones y polos casi al fondo del armario, e incluso algunos trajes de noche brillantes y un esmoquin. Él esperaba que se relajara, por lo que parecería relajada. Cerró casi del todo la puerta del closet, y se quitó el vestido. Lo dobló con cuidado, lo metió en su bolso y luego sacó una sencilla blusa azul y un short amarillo lo bastante largos como para cubrir el vendaje en la parte alta de su muslo.

Apiladas en el suelo había un par de cajas de zapatillas de diferentes tallas, pero optó por unas sandalias. Encajaban con el ambiente relajado de la noche y, a juzgar por el modo en que Lanzani había estado mirándole las piernas, cuanto más dejara a la vista, mejor. Esta noche jugaban a la distracción. Además, que un tipo tan guapo como él se la comiera con los ojos hacía maravillas con su ego… y con varias partes de su cuerpo.

Tomándose un momento para admirar con mayor atención el elegante mobiliario y las obras de arte de la suite, se acercó hasta la mampara que llevaba a la terraza. La luz del sol que quedaba arrancaba destellos a la piscina de abajo, el extremo más próximo aparecía sombreado por frondosas palmeras y aves. A la izquierda, cerca del ala oeste de la casa, había una parrilla  grande, rodeada de un hermoso conjunto de mesas y sillas de hierro forjado.

Así que iba a comer deliciosa carne a la parrilla cocinado por un multimillonario. Qué extraño… y no se parecía ni por asomo a lo que había esperado. Había eludido la cárcel descifrando rápidamente a las personas, y Lanzani la frustraba. Los hombres ricos no trabajaban con sus manos. Se preguntó si su personal de servicio estaba al tanto de que le gustaba hacer asados. Probablemente. La policía posiblemente no, porque, ¿quién sospecharía que a un hombre que podía permitirse comprar un país le gustara estar al aire libre, junto a la piscina, y darle la vuelta a su propio filete? Ella no, hasta ese mismo día.

Con el ceño fruncido, Lali abrió las puertas dobles y salió a la terraza. Sintió el viento de la tarde, fresco y reconfortante, contra sus piernas desnudas, y respiró hondo. La tensión que atenazaba sus hombros no desapareció, pero se estaba acostumbrando a la sensación.

Con las sandalias golpeteando contra sus talones, bajó los escalones de piedra rojiza hasta la piscina. Estaba siendo una idiota, arriesgándose de modo innecesario. Pero con esta alianza, Lanzani había pasado de ser el único testigo en su contra a ser el único hombre que podía limpiar su nombre, y hasta que eso ocurriera no lo quería muerto. Maxi casi lo había matado una vez, pero ella no podía darse el lujo de asumir que él u otro no fueran a intentarlo de nuevo.

El asador de ladrillo y piedra era de estilo español, con una parrilla de acero inoxidable en la parte superior y una campana para el humo a un lado del módulo principal. El gas estaba apagado, tal como debía, y se arrodilló para palpar a lo largo de la tubería bajo el módulo. No estaba segura de qué esperaba; la bomba de la galería había sido puesta de modo inteligente aunque apresurado, y resultaba fácil de ver si sabías dónde mirar. No sabía prácticamente nada de explosivos a excepción de la variedad que servía para abrir una caja fuerte o reventar una cerradura, pero poseía un enorme conocimiento sobre escapadas y distracciones.

La tubería se unía sin problemas y subía en dirección al compartimiento del carbón, y Lali se puso de nuevo en pie. Crujiendo debido al esfuerzo, levantó la parrilla y metió las manos en el polvoriento carbón, apartando pedazos a un lado y pasando los dedos a lo largo del dispositivo de encendido.

—Ponga las manos donde pueda verlas, y hágalo lentamente.

Continuará…