Capítulo 27

Hola CHICAS!!!! :D GRACIAS por sus comentarios en el capi anterior y en el de 200 mil visitas! GRACIAS por estar y por hacer eso posible! Me pone feliz como siempre lo digo poder entretenerlas y distraerlas un rato… Nadie vive en un cuento de “hadas” pero, por ahí está bueno leer diferentes cosas para darse cuenta que siempre hay algo más allá de lo que nos pasé y, que siempre por más caídas que tengamos o por más perdidos que nos sintamos, hay alguna forma de salir de adelante ;) “Tras las nubes…” you know it! Les dejo este capi y si hay más de 35 firmas subo otro más tarde :D Besos y una vez más GRACIAS por tanto, por ser tan GENIAS y bancarme SIEMPRE!!!

Twitter: @Caparatodos

___________________________________________________________________

—¿Por qué? —Juan Pedro estudió su expresión, tratando de ignorar la brusca tensión en su pecho ante la idea de que ella se hubiera tropezado con aquella bomba. Había forzado la entrada a su casa, violado su santuario. Pero no cabía duda de que ahora se preocupaba por ella.

Capítulo 27:

—La casa estaba provista de una seguridad bastante buena por todas partes, a pesar de lo ineficaz que resultan la mayoría de los sistemas, y de pronto un maldito cable aparecía cruzando el pasillo. Era una estupidez. Guardias e invitados se tropezarían con ello a todas horas y dispararían la alarma, o se harían daño. Y entonces noté que no estaba del todo paralelo al suelo, y eso… me molestó.

Peter se agachó junto a ella.

—La asimetría le molestó. En medio de un robo.

—Me preocupó que el resto de las cosas de esta casa fueran refinadas, meticulosas y cuidadas. No encajaba, y sin duda aquello no había sido aprobado por un hombre como usted. Para empezar, no habría estado allí, y por otro lado, no habría estado torcido. Pero no estuve segura del todo hasta que vi a Fernández que se dirigía hacia mí sin bajar la vista.

Y él que se había creído un observador razonable.

—Yo me habría tropezado —farfulló. En la oscuridad, distraído y enfadado por la estúpida llamada del fax, pensando en dos reuniones, un contrato y el viaje a Pekín previsto para la semana siguiente, no lo habría visto hasta que se lo hubiera llevado por delante. Y entonces habría estado muerto—. Gracias —dijo en voz queda.

Una sonrisa hizo aparecer sendos hoyuelos en las mejillas de Lali.

—Sí, bueno, mire lo que conseguí.

Peter comenzaba a pensar que definitivamente hasta el momento había salido airoso en esta asociación. Se puso de pie y, debido a que deseaba tocarla, le ofreció la mano para ayudarla a levantarse. Ella le agarró los dedos y se puso en pie, y le miró fijamente bajo sus largas pestañas.

¡Dios! Juan Pedro sabía que estaba jugando con él, que probablemente mirara del mismo modo provocativo a otros hombres, sabiendo que le darían todo lo que ella quisiera. Pero seguía sin poder evitar reaccionar ante ello. A ella. Le devolvió la sonrisa pausadamente. Mientras supiera qué estaba sucediendo, tranquilamente podría disfrutarlo.

—¿Tiene alguna teoría, entonces? —preguntó, soltándola después de un momento y retrocediendo otra vez para darle espacio mientras ella se encaminaba al fondo de la galería.

—Únicamente hay cable en este lado —apuntó—, lo que me indica que quien lo hizo se marchó en esta dirección. A menos que no lo hiciera.

—Eso no es muy útil.

—Lo sé. Lo que sucede es que…

—¿Qué? —la urgió.

—Que no estoy acostumbrada a considerar un robo desde esta perspectiva. Quiero decir que sé lo que yo haría en tales circunstancias, pero esto no tiene nada que ver con mi estilo.

—Aparte de la bomba, ¿qué otras cosas lo diferencian de su estilo? No estoy buscando problemas, Mariana. Yo también intento comprender esto.

Ella dejó escapar el aire.

—De acuerdo, está bien. Bueno, a mí me gusta entrar y salir rápidamente. Miro planos, fotografías, o cualquier cosa, encuentro el modo más fácil y rápido de conseguir lo que quiero y lo llevo a cabo. Dejar alguna evidencia de allanamiento no me preocupa en realidad, siempre y cuando nada de eso apunte específicamente en mi dirección.

—Una vez que un objeto desaparece es que ha sido robado —comentó, y la vio asentir—. Tiene sentido.

—Pero este tipo no quería que nadie supiera que había estado aquí. Así que, a mí me parece que hay sólo una conclusión respetable. —Se acercó lentamente hacia él y, al hacerlo, pisó sin querer una figurita aplastada y decapitada de un caballero—. Conocía la distribución muy bien y entró para robar la tablilla y volar en pedazos la galería.

—De modo que no le importó matar.

—O pretendía matar. Pero no a usted. Se suponía que usted no debía estar allí.

—Ni usted.

—De acuerdo, empecemos desde acá —dijo, sus hermosas cejas se fruncieron debido a la concentración—. Quien estuvo aquí…

—Partamos desde este lugar a la planta de abajo —la interrumpió—. ¿Le gusta el jugo de fresa?

—Vaya, que amable es —dijo, lanzándole una mirada valorativa—. Igual, recuerde que intentaba robarle.

—Sí, pero ¿le gusta el jugo de fresa? —repitió, permitiéndose sonreír ante su expresión. Esta mujer era demasiado atractiva para su tranquilidad mental, pero al menos también él se le estaba metiendo un poquito bajo la piel. Aunque donde realmente quería estar era bajo sus ropas.

—Claro.

Cuando llegaron al comedor, Peter dejó que ella fuera por delante. Bajó la mirada para admirar su trasero, y de pronto notó que había un hilito de sangre que descendía por su muslo izquierdo.

—Mariana, está herida —exclamó, y la cogió del hombro para hacer que se detuviera.

—No, no lo estoy.

—Le sangra la pierna.

Ella se zafó de él.

—Me estaba mirando las piernas, ¿no? —preguntó fríamente mientras miraba a Reinaldo y a José, el otro asistente, en el comedor—. No se preocupe por eso. No es más que un corte. ¿Tiene un pegamento potente?

—¿Un qué?

—No importa. Tengo uno arriba, en el bolso. —Se dio la vuelta para salir.

Juan Pedro le bloqueó la salida.

—Enviaré a José a buscarlo. —Antes de que ella pudiera protestar, Peter le hizo una señal con la mano al joven, quién asintió y salió por la puerta—. Siéntese… no, inclínese y lo daré un vistazo.

—Me parece que no, su señoría. No antes del postre. Y no arme tanto alboroto. Estoy bien. Mi amigo lo acomodó. Lo que pasa es que, me imagino, al ponerme en cuclillas he hecho que se abriera.

—Tráeme un paño limpio —gruñó, y Reinaldo reapareció un momento más tarde con una toalla de mano. El mayordomo abandonó el comedor con una medio sonrisa, y cerró la puerta detrás de sí.

—¿Qué cree que está…?

Continuará…