Capítulo 45

Hola chicas, hoy ando sin palabras y con un dejo de melancolía! Solo me queda agradecerles y decirles que disfruten la vida y de la gente que quieren… Nunca se sabe cuando nos harán falta o no estaremos para recordarles cuanto los amamos! Aférrense y vivan al máximo de los momentos, que al final son los únicos que quedan y dejamos… Las quiero!

Twitter: @Caparatodos

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Parafraseando a Sherlock Holmes: algo sucedía. El cosquilleo de su sentido arácnido le decía que no había nada ordinario ni accidental en la muerte de Bartolomé Bedoya-Agüero. Como mínimo, algunas de las respuestas seguían estando en esa residencia. A menos que estuviera equivocada, ya había visto algunas de las pistas. Y tal vez Peter tuviera unas cuantas más para ayudarla, si se las pedía de la forma adecuada.

Capítulo 45:

Lunes, 12:53 p.m.

Juan Pedro dejó las llaves de su carro en el valet parking, Lali se acercó a él desde el final de la calle. Habría estacionado el Bentley al doblar la esquina; detestaba ceder sus llaves y la ubicación de su auto a otra persona.

Algo la preocupaba. Lo había apreciado en su voz por teléfono y ahora podía verlo en su semblante. Juan Pedro tomó aire, avanzando los últimos pasos para encontrarse con ella.

—Estás muy linda —dijo, tomando sus manos y extendiendo sus brazos para verla mejor con su corto vestido amarillo y las sandalias que llevaba a juego.

Se había reunido con alguien que esperaba esa clase de atuendo. Posiblemente podría sacar algunas conjeturas, pero significaría mucho más si ella se lo contaba. Siempre había sido un hombre paciente, pero desde que conocía a Lali, había aprendido a convertirlo en un arte.

—Tú también —dijo, inclinándose para depositar un pequeño beso en sus labios mientras le arreglaba las solapas de su saco gris.

—Eso no basta —respondió, tirando de ella y bajando la boca hasta la suya. El calor se extendió por su cuerpo ante el contacto, como siempre sucedía. Obsesión. Parecía que cuanto más refinados eran sus gustos, más primitivas eran sus necesidades. Y ella había copado el primer puesto de la lista desde que se habían conocido. Había dejado de intentar descifrarlo con lógica, porque obviamente la lógica nada tenía que ver con ello.

—Está bien, estás realmente lindo —se corrigió, regalándole una sonrisa al tiempo que liberaba su boca y una de sus manos—. Invítame unos tallarines chinos.

—No creo que sirvan tallarines chinos en las Lilas, pero veré qué puedo hacer. ¿Unas papas fritas, puede ser?

—Con cebolla y ajo.

—Si comes eso, no vendrás a casa.

El maitre los saludó con la cabeza cuando entraron en el restaurante. A pesar del pequeño gentío que esperaba una mesa en el restaurante, había una ya reservada para ellos en el comedor principal, o debería haberla, dado que Peter había llamado para hacer la reserva en cuanto terminó de hablar con Lali. Al cabo de un momento de disimulada búsqueda, apareció el encargado para guiarlos por la fresca y poco iluminada estancia hasta un lugar frente a la enorme ventana principal.

—Gracias, Eduardo —dijo Peter, dándole un apretón de manos al encargado antes de retirarle la silla a Lali.

—¿Cuánto le has dado? —murmuró Lali, tomando asiento.

El se sentó frente a ella.

—Error. Mi gratitud se verá reflejada en la propina. —Apareció otro mozo y pidió un vino para él y una Coca Cola Light para Lali.

Ella esperó hasta que estuvieron de nuevo a solas, luego tamborileó los dedos sobre la cuchara.

—Ya comiste, ¿no?

—Una manzana —reconoció, sin mencionar el pollo al horno y el pan recién hecho, gracias a Dios que siempre tenía caramelos de menta.

—Eres un buen chico.

El sonrió.

—No dejo de repetírtelo.

La sonrisa de Lali se unió a la de él, sus pensativos ojos escudriñaron su rostro.

—¿Sabes qué es lo que quiero hacer ahora mismo?

Peter se colocó la servilleta sobre el regazo. Debería haber pedido una mesa más privada.

—Cuéntamelo.— Lali cogió un palito de pan, lo examinó durante un momento, seguidamente lo lamió lentamente y por completo—. Mmm, qué salado —murmuró.

—Listo, ya entendí. Ahora, por favor, córtala porque si no me parece que voy a necesitar un nuevo pantalón.

—Ah, entonces tendría que sentarme sobre tus piernas con mi corto vestido para proteger tu falta de control. —Se inclinó hacia adelante, mirándolo con serenidad—. ¿Estás cómodo?

Él emitió un bufido, sin estar seguro de si ella se sentía de verdad con ganas o si intentaba distraerlo para que no le hiciera preguntas incómodas.

—No. Mi único consuelo es que después voy a ocuparme de que hagas todo lo que acabas de sugerir.

Lali se enderezó de nuevo y mordisqueó un pedazo de pan.

—Hasta entonces, ¿puedo compartir algo contigo?

Y allá iba ella, cambiando de nuevo de personaje.

—¿Se supone que ya soy capaz de pensar? —respondió, dividido entre la diversión y el resentimiento—. Has hecho que toda la sangre abandonara mi cerebro.

—Sigues siendo más inteligente que el cavernícola común. —Agarró otro pan de la canasta—. ¿Qué opinas de los hijos de Bedoya-Agüero?

Su cerebro comenzó a llenarse de nuevo, deshinchando su erección. Todo un profesional en ese instante.

—Eso depende.

—¿De qué?

—De si esto está o no relacionado a la apuesta. Apuesta que tú propusiste, por cierto.

Lali le sacó la lengua e hizo un gesto en tono de burla.

—¡Ajá! Así que con esas estamos. Ok. Igual, acuérdate que siempre puedo meterme en su casa y averiguarlo yo sola. —Se recostó y se terminó el pan—. O puede que Laura necesite una nueva y mejor amiga. —Sonrió sin humor—. O puede que Daniel…

«¡Maldita sea!»

—¿Qué quieres saber?

—¿Conoces bien a Daniel?

—A Daniel. Mejor que a un simple conocido, no tan bien como a un amigo —respondió.

—¿Qué opinas de él? ¿Cómo es?

Continuará…