Capítulo 38

Holirijirillas chiquillas! Cómo les va?! Bueno, les dejo nove y gracias por sus comentarios :D Nos leemos mañana! Besos y sorry por la “caída” del blog hoy… era necesaria para cambiar el diseño ;)

Les cuento que Irene (Ruizirene897) empezó con una nove laliter en http://bloguay.com/ruizirene897/2012/08/31/1-capitulo-de-mi-nove-espero-que-os-guste-no-falta-mucho-para-el-reencuentro-laliter-recuerdo-que-peter-va-a-ser-muy-tierno-comentad/ si pueden, dense una vuelta! J

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

—Claro, y yo soy Fidel Castro. Mantente alejada de mi radar… y del de cualquier otro.

—No te preocupes por eso, Fidel. Te llamaré mañana.

Capítulo 38:

Lali salió del Departamento de Policía tan rápidamente como pudo sin parecer un criminal a la fuga. «¡Ja, colega!» Aquello la había impactado más que un allanamiento fallido. Respirando profundamente, se subió de nuevo al Bentley y se dirigió hacia su encuentro con Lyon.

Había visto a Michael Lyon solo una vez, cuando se había reunido con Peter en su oficina de Londres para almorzar justo cuando el director general de Fittings-dom se marchaba. Era alto y distinguido, y había sentido el impulso de voltear a mirarlo mientras se iba.

Cuando entró a Starbucks, lo vio sentado en una de las mesas del fondo del local, lo primero que le vino a la cabeza fue que ese día no parecía capaz de invocar miradas. No, parecía preocupado. Las cosas estaban llegando a un punto en el cual, cada una de las personas que deseaba hablar con ella, estaba preocupada por algo. Pero la gente feliz probablemente no necesitaba sus servicios.

—Michael —dijo, retirando la silla frente a la de él.

Él se levantó a medias, y realizó una reverencia británica cuando ella tomó asiento.

—Señorita Espósito. Gracias por aceptar verme.

—Claro. ¿Qué es lo que sucede?

—Trabaja en seguridad.

—Eso ya me lo había preguntado. La respuesta sigue siendo sí. —Llamó a una de las chicas del lugar para pedirle una Coca Cola light.

—Y me ha prometido su discreción. Si esto llega a hacerse público, estaré arruinado. Y me aseguraré de que Lanzani nunca ponga las manos en Fittings-dom.

Lali se recostó.

—Dios mío, hace que parezca tan atrayente. ¿Y qué gano yo, aparte de amenazas?

—Una tarifa neta de diez mil.

No era mucho en lo que a tarifas tradicionales se refería en su caso, pero sí lo suficiente como para cubrir el primer mes del alquiler de la oficina.

—Suena bien —dijo pausadamente—, pero primero, sigo sin saber qué trabajo debo realizar.

—El trabajo. Claro. —Se aclaró de nuevo la garganta—. Esta mañana metieron esto por debajo de la puerta de mi habitación de hotel.

Con una profunda inspiración sacó un sobre del bolsillo interior de su chaqueta y lo dejó sobre la mesa entre ambos.

Lali, desconfiada de inmediato, colocó las manos sobre su regazo. No iba a dejarse engañar para tocar propiedad robada de otra persona o dinero sucio en público.

—¿Por qué no lo abre y me lo enseña? —sugirió.

—Preferiría no hacerlo aquí.

—Usted solicitó esta reunión. Soy asesora en sistemas de seguridad y esto no se parece en nada a eso.

—No, no lo es. Pero necesito su ayuda. —Frunciendo el gesto abrió el sobre y depositó el contenido sobre la mesa.

Lali bajó la vista.

—Mierda.

Le trajeron su bebida y Lali le dio la vuelta a la foto con brusquedad. Una vez que estuvieron nuevamente solos, la volteó de nuevo. Borrosa, posiblemente sacada con teleobjetivo y de noche, no podía distinguir quién era la mujer, sin embargo, era difícil no distinguir ese bigote blanco.

—Así que le dieron una alegría—dijo, manteniendo la voz muy baja para que nadie pudiera oírla—. Bien por usted.

—¿Ha leído el pie de foto?

Se acercó la fotografía. Con letra negra y pequeña en el borde blanco de la instantánea, pudo descifrar la «50,000$, B1648, Buenos Aires, Argentina».

Lali miró de nuevo la fotografía. Había sido sacada desde arriba, mirando hacia el asiento delantero del auto. El volante se encontraba a la izquierda, y la mujer con pelo lacio y oscuro y sin rasgos faciales visibles, llevaba un polo de tirantes rojo y un short blanco.

—Se tomó aquí —dijo—. ¿Y lleva en Buenos Aires, cuanto… desde ayer?

—Prácticamente saltó dentro del auto.

—Y aterrizó justo sobre sus partes. ¡Increíble!.

—Pero no fue así. No recibí nada, y no le pagué por el servicio. Me pidió que la llevara y eso fue lo que hice.

—Si alguna vez viera televisión, vería que el noventa y nueve por ciento de los tipos a los que arrestan dicen lo mismo —de nuevo levantó la vista hacia las huesudas manos que sostenían la taza de café—. Está casado —afirmó, contemplando la gruesa alianza de oro en su dedo anular izquierdo—. Y ésta no es su mujer.

—No, no lo es.

—Entonces pague el dinero.

—No sin tener la garantía de que esta foto no volverá a aparecer de nuevo, y de que no reciba otra copia con la petición de una suma adicional de dinero más tarde.

—Si es que dice la verdad, ¿cómo terminó la chica con la cara en su regazo?

—Estoy diciendo la verdad. Eligió el lugar en el que debíamos estacionar —dijo tras un momento, con la voz teñida de ironía—, y cuando detuve el auto para dejarla bajar, se le cayó el encendedor, luego se agachó para recogerlo. Eso duró tal vez un segundo, y luego bajó del carro y me dio las gracias, y continué de regreso al hotel. Hasta esta mañana, pensé que eso era todo. Mi buena obra, por así decirlo.

—Las buenas obras no existen —respondió Lali, comenzando a creerle muy a su pesar—. ¿Así que cree que alguien le pagó para tenderle una trampa?

—No sé cómo explicarlo si no. —Alargó la mano y puso de nuevo la foto a la vista—. ¿Me va a ayudar, señorita Espósito?

Continuará…