Capítulo 54

Hola chiquillas!!! Cómo están?! Espero que hayan pasado un buen domingo! Besos ;) que empiecen y tengan buena semana!!!

Les recomiendo las noves de @Flordemariia en http://rinconlalitero.blogspot.com/

Chari:  Ya te mandé el mail ;) ojalá te gusten y podamos leer tus comentarios pronto!

Ale Torrejón: Si se donde, voy y te cuento jajajajjaj

Twitter: @Caparatodos

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—Te dije que seguramente acabaríamos matándonos el uno al otro —jadeó.

Él la besó otra vez, con más tranquilidad y delicadeza esta vez.

Capítulo 54:

Jueves, 2:21 p.m.

Lali odiaba los velorios. En toda su vida había asistido sólo a tres: uno, el de la mamá de Nicolás; otro, el de un viejo amigo de su padre que se había retirado a un país sin ley de extradición y el tercero al de su propio padre, aunque aquél no había sido más que una breve misa justo afuera de la prisión donde cumplía condena, y ella había estado observado con unos binoculares desde una colina próxima mientras algunos policías y el sacerdote de la prisión formaban un círculo y cuatro prisioneros cavaban el hoyo y enterraban el ataúd.

Éste era diferente de los otros, pero igual al mismo tiempo. Había más de doscientos personas dolidas por la pérdida de pie bajo o sentadas bajo un toldo blanco, acompañados por ramos y coronas por valor de varios miles, y vestidos con trajes y ropas también valoradas en varios millones. Pero al igual que en los otros, todo estaba muy silencioso, y alguien como ella, que confiaba en saber qué decir y con quién hablar, se había quedado sin palabras.

—¿Estás bien? —susurró Peter, rodeándola con el brazo.

Por una vez no le importó el contacto posesivo. Lo agradeció, de hecho, y se apretó contra su pecho.

—Sí. Es decir, apenas lo conocía.

—Seguro que lo conocías mejor que algunos de sus amigos —respondió con el mismo tono de voz, señalando con la cabeza el grupo disperso de ancianos caballeros sentados a un extremo del féretro. A juzgar por lo que le había contado Augusto, probablemente se trataba de los compañeros de póquer de Bedoya-Agüero.

La policía mantenía a la prensa a una distancia respetuosa, pero en medio del sigiloso murmullo podía escuchar el click de los obturadores. Una vez más, no le importó. Aunque reconoció a gran cantidad de los asistentes, algunos le eran desconocidos. Y lo más probable era que los rostros y nombres de al menos algunos de ellos aparecerían en los periódicos locales del día siguiente. En ese momento todos eran sospechosos, y Lali deseaba saberlo todo de ellos.

—Laura no tiene buen aspecto —comentó Peter, cuando el grupo central de asistentes desembarcaron de sus limusinas y se dirigieron hasta el lugar por entre las elegantes lápidas y mausoleos desperdigados.

—El negro no le queda bien —convino Lali, observando a los hermanos Bedoya-Agüero acercarse agarrados del brazo.

—Eso es un pelín sarcástico, ¿no te parece?

—Ni siquiera tiene la nariz enrojecida. ¿Cómo sabes que ha tenido mejor aspecto en otras ocasiones?

El se encogió de hombros a su lado.

—En realidad, lo ignoro. Supongo que no es más que algo que se dice en los velorios.

Lali giró la cabeza para así poderlo mirar él.

—Hablo en serio. ¿Te parece alguien que ha perdido a un padre, cuando al parecer eran tan cercanos que hasta vivían en la misma casa? Ayer fue la primera vez que la vi.

—Qué se yo, Lali —le respondió en un susurro—. Y es una casa grande. Compartirla con un miembro de la familia no significa necesariamente que se llevaran del todo bien.

—Lo dices por experiencia, ¿no?

—Shhh. Podemos rebuscar en mi propio armario en otro momento. Pero ya te dije, Bartolomé adoraba a sus dos hijos.

—Claro. Lo que pasa es que no se refleja eso al verlos. —Examinó de nuevo el creciente gentío, tratando de no detenerse en el ataúd que estaba siendo cuidadosamente colocado en el mecanismo de bajada—. Algo estoy pasando por alto —gruñó—. Sé que es así, y no tengo idea de qué.

—Peter, Lali. —La voz de Castillo surgió desde sus espaldas.

—Hola, Franco —respondió por encima del hombro—. ¿Alguna novedad?

Lali sintió un tirón en el respaldo de su silla cuando el detective se acercó.

—Nada. Tengo algunos hombres investigando en casas de empeño y peristas en todo Buenos Aires. Hemos comparado todas las huellas dactilares de la casa y todas pertenecen a la familia, personal de servicios y amigos.

—Con lo que te estás imaginando que quien lo hizo fue un familiar, alguien del personal o un amigo —respondió, omitiendo por el momento el hecho de que ella no hubiera dejado huellas de haber cometido el robo.

—Sí, bueno, siendo policía, necesito alguna prueba, y eso me deja con un montón de gente a la que investigar —apuntó Castillo—. ¿Has visto algo sospechoso aquí?

—Laura no tiene la nariz enrojecida —comentó Peter, intensificando la presión de su mano sobre el hombro de Lali—. ¿Podemos hacer esto en otra parte? No es el lugar adecuado, no está bien.

Su silla se movió cuando Castillo la soltó.

—Claro.

No estaba segura si ese lado correcto se debía al esnobismo, al lado caballeroso que tenía Peter o a otra cosa, pero la sorpresa la hizo quedarse en silencio.

—¿Te sientes bien? —murmuró.

—Malos recuerdos —dijo en voz baja—. Demos el pésame y vayámonos de una vez.

—Tengo que ir al entierro —agregó unos minutos después—. Pero si prefieres no ir, acompañaré a Fr…

—Voy contigo, mi amor.

Se inclinó para besarla en la mejilla, luego se acomodó de nuevo cuando la ceremonia dio comienzo. Lanzando una mirada alrededor, buscó… algo. Parecía una estupidez que pudiera aparecer alguien y ponerse a bailar tap sobre la tumba de Bedoya-Agüero, pero sabía que era capaz de calar a la gente, y alguien había hecho aquello. Alguien había asesinado a Bartolomé.

Continuará…