Capítulo 60

 

Buenas, buenas! Qué tal las trata el sábado?! Quiero suponer que bien y con forme siga pasando el día mejor ;) Besos y nos leemos mañana!!!

Twitter: @Caparatodos

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Con un gruñido divertido Antonio se movió pesadamente a un lado. Lali abrió antes de que éste pudiera cambiar de opinión.

—Resulta extraño, ¿no? —dijo Antonio a sus espaldas.

Capítulo 60:

—¿Qué cosa?

—Que ahora no te quieran los ladrones con los que antes no te relacionabas por ser demasiado buena para ellos.

Ella se dio la vuelta para mirarlo a la cara.

—Tú has aceptado mi dinero, Antonio. Si me delatas a este tipo, se pudre todo.

La camioneta no podía quedarse, pero no estaba segura de dónde podía estacionarla para que siguiera allí cuando fuera a recogerla. La próxima vez que saliera en busca de los malos se llevaría un auto menos llamativo y mucho menos valioso. Finalmente optó por estacionarla detrás de un grifo en esquina. Era un lugar complicado para seguir de cerca a alguien, pero no contaba con demasiado tiempo para buscar algo mejor.

A las ocho y cuarto trepó por la tubería junto a la puerta trasera de Antonio y se apoyó sobre el techo. Allí arriba hacía calor aun siendo tan temprano. Se quitó la casaca, usándola para apoyar los codos en ella. Alcanzaba a oler las facturas recién hechas de la cafetería que había a un extremo del centro comercial y su estómago protestó como respuesta. Pero, recordando las indicaciones de Antonio habían sido «antes de las nueve», tenía que quedarse donde estaba.

A las ocho y veinte pasadas, un auto del 84 se detuvo delante de la parte trasera de la tienda. No reconoció al tipo que se bajó, pero Lali se relajó de nuevo cuando éste alargó la mano al asiento de atrás y sacó un televisor. Por lo visto Antonio realizaba la mayoría de sus actividades como perista antes de su horario normal de trabajo. Genial. Siempre y cuando la policía no apareciera y la encontrara trepada en el techo vigilando, le importaba poco y nada lo que él hiciera. El tipo del televisor se fue minutos después sin el aparato y Lali se volvió a acomodar.

Eran nueve menos veinte cuando otro vehículo entró en el área de carga. Lali se inclinó sobre el borde del techo para observar. Un reluciente BMW negro. Muy bien, eso era interesante. El auto no encajaba más de lo que lo hacía el suyo.

El vehículo bajó la velocidad, luego pasó por delante de la tienda de televisores y dio la vuelta hasta la parte delantera. Alguien estaba nervioso. Avanzando en cuatro patas, se acercó poco a poco hacia la parte de adelante del techo. El BMW tenía las lunas polarizadas y Lali solamente pudo distinguir que había una sola persona en el asiento del conductor.

Al cabo de dos minutos, la puerta del auto se abrió unos centímetros, luego un poco más. Lali contuvo el aliento. Aquél era el tipo. Quienquiera que se bajara del vehículo era quien había acabado con la vida de Bartolomé Bedoya-Agüero.

De su cintura comenzó a sonar una melodía. A todo volumen.

«¡Mierda, mierda, mierda!» Agarró su celular y lo apagó. Cuando lo hizo la puerta de abajo se cerró de nuevo de golpe. El BMW arrancó y salió del lugar a toda velocidad. Acababa de arruinar todo.

Consiguiendo levantarse con dificultad, se balanceó sobre una viga y saltó al piso. Comenzó a correr hacia el auto, pero el BMW había desaparecido rumbo. De todas formas ya tenía el número de placa, pero también había visto la calcomanía de la empresa de alquiler en el parabrisas. Quienquiera que tuviera el Van Gogh sabía cómo protegerse.

—¡Ajjj! —gruñó, lanzando su celular al asiento del pasajero. Por eso mismo no llevaba teléfono cuando estaba trabajando.

Ahora tenía que decidir si le pasaba o no el número de placa a Franco, lo cual sería una decisión difícil de tomar teniendo en cuenta que, a menos que delatara a Antonio, no había nada ilegal o sospechoso en que alguien fuera hasta una tienda de arreglos. Mientras tanto, ahora tenía que meterse en la oficina de una empresa, a menos que se le ocurriera algo más efectivo. Todo este caso se ponía cada vez mejor.

—No voy a fingir trabajar para Juan Pedro Lanzani —declaró Nicolás, cruzándose de brazos.

—Es para ayudarme a mí, no a él —respondió Lali, estacionando su auto—. Dale. Arruinaste mi vigilancia. Me lo debes.

—Deberías haberme dicho lo que ibas a hacer. No puedo creer que le pidieras información a Antonio en vez de a mí.

—Estás retirado. Necesitaba a alguien activo.

—¿Qué tiene que ver? Estoy activo.

—No, no lo estás. —felizmente que no sabía nada del allanamiento a la casa de los Olaechea. Esto ya era lo bastante malo—. Dale, Nicolás, podemos discutir más tarde. Por cierto, alguien podría llamarte para vender un prototipo de Alberto Giacometti. Actúa como si estuvieras interesado.

El asintió.

—Podría estarlo, de hecho. ¿Quién, exactamente… ?

—Por última vez —le interrumpió—, si yo estoy retirada, tú estás retirado. Nada de trabajar con alguno que te lleve a la cárcel. Eres mi única familia, ¿te acuerdas?

—Sí, me acuerdo. Claro que también recuerdo que me dijiste que me asociara con otro para lo de Venecia.

—Porque sabía que no conseguirías a nadie que pudiera realizar ese trabajo.

—Es verdad. Y es una lástima ver perder la audacia a la mejor ladrona del mundo.

Ella lo miró con el ceño fruncido.

—No he perdido nada. Córtala.

Dándole una palmadita en la rodilla, Nicolás le dedicó una amplia sonrisa.

—Lo que tú digas, enana. ¿Y el Giacometti?

—Está en la residencia de Bedoya-Agüero. Pero con la investigación por homicidio en curso, la compañía de seguros no suelta nada. Aunque la estatua no figura en la lista.

—Buenísimo.

—«Estás retirado.» Bueno, ¿me vas a ayudar con esto o no?

El suspiró.

—¿De qué se trata?

—Sólo hay que entrar en la oficina y darles este número de placa —dijo, entregándole un pedazo de papel—. Diles que Peter tuvo un accidente y que quien manejaba este auto es el único testigo. Necesitamos un nombre y un número de teléfono.

—¿Y tú no puedes hacerlo porque… ?

—Porque yo no trabajo para Peter. La gente ya me conoce.

Nicolás cerró de golpe la puerta del pasajero.

—Demasiada gente te conoce. Vuelvo enseguida.

Ésa era la mejor forma y la más legal que se le ocurría de conseguir la información sobre el conductor del BMW. A Peter no iba a gustarle que fueran dando su nombre por ahí, pero tal como ella había dicho, sus métodos abarcaban cualquier cosa que pudiera hacerle ganar la apuesta. Claro que ya se había gastado doscientos para ganar una apuesta de cien, pero nunca había sido cuestión de dinero.

Nicolás regresó justo cuando estaba a punto de empezar a morderse las uñas.

—¿Conseguiste algo? —preguntó cuando él volvió a entrar en el auto.

Continuará…