Capítulo 46

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—A Daniel. Mejor que a un simple conocido, no tan bien como a un amigo —respondió.

—¿Qué opinas de él? ¿Cómo es?

Capítulo 46:

Juan Pedro miró a su alrededor, cerciorándose de que ningún otro comensal pudiera escuchar su conversación. Uno no criticaba a sus colegas en público, sólo delante de compañía selecta que no le atribuyera a uno el rumor.

—Oficialmente, es el vicepresidente de Bedoya-Agüero Manufacturing Company. Extraoficialmente, dudo que haya entrado a la oficina salvo para conquistar a la última secretaria de su padre.

—No parece estúpido —comentó, desviando la mirada más allá de él y enderezándose—. No por lo que he visto, en todo caso.

No necesitó mirar para saber que el camarero se acercaba con sus bebidas. Lali pidió los fettuccini mientras que él pidió una ensalada. Tan pronto el mozo se alejó, Lali empujó la canasta de grisinos hacia él.

—¿Ensalada de la casa? Espero que tu primer almuerzo fuera más contundente, porque vas a necesitar energía para más tarde, querido.

Al menos esa mañana Lali no había corrido un peligro mortal en la misión para la que había necesitado llevar ese vestido amarillo tan sexy y sofisticado, o no hubiera estado tan excitada por él. Se preguntó si ella se daba cuenta de lo bien que podía calarla.

—Me las arreglaré —respondió, deseando que pudieran dejar a un lado la comida—, y no, Daniel no es estúpido. Lo que pasa es que es vago para los negocios.

—Todo el dinero procede del esfuerzo de papá, ¿no?

—Sí. Pero Bartolomé y él siempre parecieron llevarse bien. Bartolomé podría haberse sentido decepcionado por su falta de ambición, pero Daniel ha ganado algunos trofeos de tenis y otros deportes. Me parece que eso satisfacía a todos.

—Para haberlo calificado entre conocido y amigo, parece que conoces muy bien su carácter.

Él asintió.

—Soy observador.

—¿Qué me dices de la hija, Laura?

—Laura posee una agencia inmobiliaria —comentó, comenzando a preguntarse si se trataba de simple curiosidad por parte de Lali, o era algo más. Tal y como había dicho, había conseguido gran parte de su fortuna siendo observador—. Es la hija inteligente. Por lo que puedo decir, Bartolomé parecía adorarla, incluso más que a Daniel.

—Probablemente porque ella trabajaba para ganar su propio dinero. ¿Y qué pasó con la madre?

—Murió de cáncer. Hace unos nueve años, creo.

—¿A quién le afecto más?

Lali no mostró compasión alguna, pero, claro, su madre la había sacado de su vida cuando tenía cinco años.

—En realidad, eso no lo sé. Calculo que Daniel debía de estar en el colegio aún. También Laura, o acababa de comenzar la universidad. En ese entonces, no los conocía.

—Muy bien. —Los cubitos de hielo tintinaron cuando ella meneó su vaso. Miró el refresco con el ceño fruncido—. ¿Alguna vez has estado en su casa?

—Una vez, en una fiesta que organizaron. Lo siento, pero no me di cuenta de qué tipo de seguridad tenían.

—No importa. De todas maneras, no sé lo que estoy buscando. Tengo los detalles en los planos.

—Así que «sí» se trata de la apuesta.

Lali esbozó una amplia sonrisa.

—Tal vez.

—Mmm, hum. Cambia de tema.

—Está bien. ¿Cómo estuvo tu mañana?

—Rechacé una oferta de venta de Lyon y se la devolví a Gastón para que hiciera revisiones, y llamara a Sarah a Londres para que el resto de la junta directiva de Fittings-dom pueda reunirse con nosotros acá en Buenos Aires a expensas mías.

—Peter, no tienes que…

Él alzó una mano.

—Si yo no puedo hacerte sugerencias de trabajo, chiquita, tampoco tú puedes hacérmelas a mí.

Sus ojos se entrecerraron.

—Hablando de ese tema, hay algo que posiblemente debería contarte.

—Bueno… cuéntamelo.

—No va a gustarte.

Juan Pedro la miró fijamente.

—Eso nunca te ha impedido…

—¿Quién es ése? —lo interrumpió, la mirada fija en algún punto más allá de su hombro.

De cierta forma contento de que el caos de sus diversos negocios lo hubiera, en parte, preparado para la ágil mente de Lali. Se movió para mirar por detrás de su espalda.

—¿Quién?

—El tipo que está con Laura Bedoya-Agüero.

—¿Cómo sabes que ésa es Laura? —Hasta donde él sabía, Lali nunca había visto a la hija mayor de Bedoya-Agüero.

Ella le lanzó una mirada furibunda al tiempo que aparecía el mozo con su almuerzo. Mientras éste servía los platos sobre la mesa, Lali le tocó la mano y le sonrió.

—¿Podría ayudarme? —dijo con voz cantarina, toda ingenuos ojos pardos y descarada inocencia—. Quería expresarle mis condolencias a Laura Bedoya-Agüero, pero no recuerdo cómo se llama el hombre que está con ella.

El hombre, de hecho, se ruborizó.

—Yo… —Miró por encima del hombro—. Ah. Es Augusto Pereira. —El mozo se inclinó—. Es un acompañante.

—Ah, ¿de verdad? —Lali enarcó una ceja—. Muchísimas gracias.

—No hay de qué, señorita Espósito.

Juan Pedro devoró su ensalada. Ignoraba por qué, pero había veces, frecuentes ocasiones, en que sentía que de nuevo estaba en el colegio en lo que a Lali respectaba. Ojalá fuera tan simple, ojalá pudiera tatuarse su nombre sobre el corazón y saber que ella no estaba jugando. Cambiar la naturaleza camaleónica de su carácter podría alterar la esencia de su persona… y no estaba seguro de querer eso.

—¿Ya te sientes mejor? —preguntó, al fin.

Continuará…