Capítulo 8

Hola!!! ¿Cómo les va? Ojalá que terminando bien el día y ya preparadas para empezar la semana ;) A darle con todo, eh!!!!! Un beso y mañana nos leemos! Buena semana y buen lunes, chicuelas!!!!

Twitter: @Caparatodos

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Al parecer Lali no era tan tranquila y relajada como había pensado. Su tono irritado demostraba que después de todo era humana.

Capítulo 8:

Desde donde estaba, al lado de la cama, Peter dirigió la atención hacia la menor de las Espósito. Candela se estaba mordiendo el labio.

       

–Ibas a preguntarle a Candela sobre el nombre –Peter interrumpió el incómodo silencio que había seguido a la tajante respuesta de Lali.

       

–¿El nombre? Ah, sí.

Candela giró la cabeza y lo miró interrogándolo con la mirada.

       

–¿De qué nombre hablas?

Peter frunció el ceño.

       

–Del que estabas pensando para la bebé –su cuñada no debería necesitar que se lo recordaran. Él tenía a la niña presente constantemente. ¿Cómo podía no ser lo mismo para ella ni para Lali? ¿Qué les pasaba a las hermanas Espósito?

       

–Todavía no lo elegí.

       

–Eso fue lo que le dije –agregó Lali al instante, protegiendo a su hermana y agarrándola de la mano–. No tienes que pensar en eso si te pone mal, Can.

Candela compuso una expresión de alivio cuando se giró para mirar a su hermana.

–Lali, eres la mejor. Sabía que te tú te encargarías de todo.

Aquellas palabras terminaron con la paciencia de Peter. Se alejó de las hermanas y cruzó la habitación, tenía un mal presentimiento.

La confianza que Candela tenía en su hermana no lo tranquilizaba en lo más mínimo. Porque le quedaba claro que Lali quería librarse de la bebé.

Y eso era lo último que él quería.

         

         

A pesar de todos los dramas del día, Lali logró dormir varias horas esa noche. Sin embargo, se despertó antes de que los primeros rayos de luz se filtraran a través de las cortinas. Se quedó un largo rato mirando hacia el techo pensando en lo que debía hacer. Cuando por fin amaneció y el sol inundó suavemente la habitación, prendió la luz de la mesa de noche, abrió el cajón y sacó el cuaderno que había guardado allí la noche anterior.

       

Cuando la enfermera de día entró para recordarle que traerían a la bebé en quince minutos para que el pediatra la revisara, Lali ya había escrito varias páginas de notas. Después de una breve ducha, se puso un poco de maquillaje y se vistió con un pantalón gris y una blusa blanca. Luego se acomodó en una de las sillas para visitas cerca de la ventana para esperar la llegada del médico.

       

Llevaron a la bebé a la habitación al mismo tiempo que llegaba el pediatra, lo que significaba, para alivio de Lali, que no tendría que quedarse a solas con la niña despierta. El médico se hizo cargo y procedió a hacerle una revisión a fondo a antes de declarar que estaba perfectamente sana.

       

Una tensión que Lali no sabía que tenía se liberó al escuchar las palabras del médico. La bebé estaba sana. Por primera vez reconoció cuánto temía que algo estuviera mal. Por supuesto, un bebé sano tendría más posibilidades de ser adoptado por unos padres que lo quisieran y cuidarían de él.

Cuando el pediatra se fue, la enfermera volvió a llevarse a la bebé y el desayuno de Lali llegó justo a tiempo para contener los crecientes remordimientos. Fruta, jugo de naranja y cereales acompañando un café muy aromático para ser de hospital. Lali acababa de disfrutar de una segunda taza cuando Lucía Torres entró en la habitación. Lali se alegró cuando descubrió que Lucía había sido asignada para procesar la adopción de la bebé para Candela y Agustín. Por supuesto, todo aquello había cambiado. Ahora estaba todavía más aliviada de contar con la ayuda de Lucía.

–¿Cómo estás?

La comprensión que reflejaban los ojos de Lucía le provocaron un nudo en la garganta. Lali le señaló la otra silla para que se sentara, agarró el cuaderno que estaba en la mesa y le sonrió a la asistente social.

–Todo lo bien que puede esperarse dadas las circunstancias. Esto no es lo que tenía pensado.

Lucía asintió con simpatía, y Lali estuvo a punto de dejarse llevar y que el control que había estado ejerciendo en sí misma desde que Candela lanzó la bomba, el día anterior, se viniera abajo.

–Quiero lo mejor para ella, Lu.

Centrarse en lo que necesitaba la bebé ayudó a contener las lágrimas que amenazaban con salir. Lali arrancó las tres primeras páginas del cuaderno y se las ofreció a la asistente social.

–Sabía que me lo preguntarías, así que he hecho una lista con las cualidades que me gustaría que tuviera la pareja que la adopte. Sería ideal que ya tuvieran otra hija, tal vez dos años mayor–. Así la bebé tendría un lazo como el que ella compartía con Candela. Con suerte, las hermanas crecerían tan unidas como ellas.

–Si es posible, me gustaría que ella fuera la hermana menor, como Candela. Pero sobre todo quiero que vaya a una familia que la quiera, que la cuide… que le dé todo lo que yo no puedo darle.

Lucía volvió a asentir. Por eso en vez de leer la larga lista de deseos que Lali tanto había tardado en hacer durante la madrugada, Lucía la puso encima de la carpeta que había llevado y miró a Lali.

–Hablé con Candela antes de venir. Agustín y ella no han cambiado de opinión.

Lali sabía desde el día anterior que su hermana no iba a cambiar de opinión.

       

–¿Hay alguien más en la familia que consideraría la posibilidad de adoptarla? –preguntó Lucía.

–Mis papás ya están mayores. No están en posición de hacerse cargo de una recién nacida.

       

Aunque quisieran adoptar a la niña, Lali no lo permitiría. Su mamá la había tenido cumplidos ya los cuarenta y a Candela cinco años después. Cuando llegaron a la adolescencia, sus padres estaban ya cansados de serlo. No permitiría que la niña creciera con aquella distancia emocional.

–Y no tenemos más familia –concluyó Lali.

–¿Y qué hay de la familia del padre biológico?

Continuará…