Capítulo 23

Buenas!!!! ¿Qué tal estuvo su lunes? Ojalá que todo bien o al menos llevadero, así empezar la semana no empieza tan pesada ;) Gracias por leer y estar ahí, chicas!!!! Son lo más y sepan que para nada me molesta la insistencia o pedidos jajaja me encanta que les guste y disfruten tanto las noves ;) Besos y hasta mañana!

¡Yai, que termines lindo tu día! ¡¡¡Feliz cumple again!!! Y, Ruthy, ¡¡¡¡FELICITACIONES por el trabajo!!!!

Twitter: @Caparatodos

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Viendo la determinada expresión que se dibujaba en el semblante de su jefa, Lali solo pudo responder una cosa.

-Dalo por hecho.

Capítulo 23:

Como no tenía planes para esa noche, Lali se quedó en la oficina hasta a las ocho y, al llegar a casa, pidió comida por teléfono. Se puso un jean y un polo y, después, se instaló en el sofá y llamó a sus papás. Se habían jubilado hacía varios años y ahora pasaban los inviernos en una casa de dos habitaciones que habían comprado en Colonia, Uruguay. Durante el transcurso de los últimos años, Lali había observado que el concepto de sus padres de invierno parecía haberse expandido significativamente y, por lo tanto, tenía la sospecha de que no los vería por esos lares hasta el mes de diciembre.

-¡Ah, bueno!, pero si es la mujer del momento –dijo María José Espósito con una nota de orgullo cuando contestó el teléfono-. ¿Por qué no me dijiste que estabas trabajando en el caso del terrorista de Twitter? Le estuve enseñando tu foto a todo el vecindario. La que te sacaron en el tribunal junto a ese Juan Pedro Lanzani.

-Fue algo de última hora –explicó Lali-. Mi jefa me pidió que cubriera a un compañero.

-Creo que él te está mirando los pechos.

Lali tardó un momento en centrarse. Ok, la fotografía con Peter.

-No me está mirando los pechos, mamá.

-Entonces, ¿a qué viene esa mirada? Es la clase de expresión que tienen los hombres cuando te ven desnuda. O cuando lo desean.

Lali retrocedió inevitablemente hasta el momento en que había sido tomada la fotografía y recordó el matiz provocativo en los ojos de Peter mientras la miraba.

Está bien, se acordaba de ella.

-Yo no noté nada raro en su mirada –mintió.

María José no pareció demasiado convencida.

-Mmm… Me alegro de que hayas terminado de trabajar en ese caso o me habría tocado darte una charla sobre la necesidad de mantenerte alejada de chicos como ese. Deberes maternales y esas cosas.

Lali sonrió al escucharla.

-Dudo que Juan Pedro Lanzani pueda considerarse un chico, mamá.

-Oh, créeme, me di cuenta.

Aggg. Lali estaba a punto de cambiar de tema, evitando deliberadamente mencionar que su trabajo con Peter no había terminado del todo, cuando su madre se le adelantó.

-¿Y qué más te han asignado, aparte del caso del terrorista de Twitter? –inquirió María José. Antes de jubilarse, su madre había trabajado como asistente en un estudio de abogados en Buenos Aires y disfrutaba comentando los casos de Lali –incluso aunque, como con frecuencia comentaba en broma, su hija jugase para el “equipo contrario”.

Durante la mayor parte de la infancia de Lali, los roles tradicionales habían estado invertidos en la casa de los Espósito. De hecho, su mamá había sido el principal sustento durante casi todo ese tiempo. Su padre, un técnico de aires acondicionados, se había lesionado la espalda cuando ella tenía siete años y, después de eso, ya no había sido capaz de trabajar más que a tiempo parcial, pese a la terapia física y al tratamiento. Por tanto, había sido él quien la llevaba y la recogía del colegio, intercalando en el ínterin unos cuantos trabajos, y su madre se les unía alrededor de las seis, a tiempo para cambiarse y de sentarse a comer los tres juntos –entreteniéndolos normalmente con los casos en los que ella y “sus abogados” estaban trabajando.

Pese a no ser más que una niña, al oír esas historias, Lali se había dado cuenta de una cosa: no le gustaba que ganaran los malos.

Y ese había sido el inicio de su carrera como ayudante del Fiscal.

Lali habló unos cuantos minutos más con su madre hasta que sonó el intercomunicador. Luego bajó a recoger la cena y se acomodó para pasar la noche con los expedientes de sus casos, un plato de comida, y una copa del vino que le había tocado en el reparto post-ruptura, al dividir la colección de vinos que Javier y ella tenían. Una tranquila noche de viernes, como tantas otras en los últimos seis meses.

Y, wow, se vio peligrosamente cerca de sentir lástima de sí misma.

Por suerte, tenía trabajo en el que concentrarse. Eso, al menos, no cambiaba nunca.

Sentada a la mesa de la cocina, revisó los expedientes. Aunque el caso Bonelli no era ni el más importante ni el más glamuroso de los que se había encargado, ya encabeza su lista de prioridades. Para empezar, un hombre había sido brutalmente goleado hasta la muerte. Nada hacía aflorar su instinto profesional como eso. En segundo lugar, el caso era claramente importante para la Fiscal. Y si era importante para Emilia, no había la menor posibilidad de que Lali, “la nueva”, se expusiera a meter la pata. Lo que significaba que Juan Pedro Lanzani y ella tenían ciertos asuntos inconclusos de los que ocuparse.

En lunes por la mañana, Lali entró a su oficina con las pilas cargadas y lista para enfrentarse a cierto heredero, ex-convicto.

Apenas se sentó en su mesa, buscó el número de teléfono del estudio que representaba a Peter. Técnicamente, le estaba permitido contactar directamente con él, puesto que el asunto que quería que trataran no requería de asesoramiento por parte de sus abogados ni se encontraba bajo investigación. Sin embargo, le pareció más prudente contactar antes con la firma, como muestra de cortesía.

Una muestra que, por desgracia, no le fue devuelta.

-Le digo lo mismo que le dije a la policía, señorita Espósito. Está mal de la cabeza si cree que le voy a permitir hablar con mi cliente –respondió con mordacidad Marcelo Figueroa, el abogado portavoz de la defensa de Peter-. No después de que su oficina lo condenara injustamente hace cinco meses.

Continuará…