Capítulo 3

Buenas!!! ¿Qué tal todo, chicas? ¿Cómo pasaron el domingo y terminaron la semana? Espero que todo más que bien y listas para arrancar el lunes o al menos con fuerzas para ponerle ganas jajaja gracias por sus comentarios y me pone feliz que la nove les esté gustando! Y, sobre todo, leer sus teorías! :D Un beso y nos leemos mañana!!!!!

¡¡¡¡¡¡FELIZ CUMPLE, CUMPLE a una de las personas más geniales que conocí por acá y que quiero mucho, FELIZ CUMPLE, ADMI (alias Peque)!!!!!!!!

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

-Creo que voy a volver con mis amigos. Ha sido un placer… no llegar a conocerte.

Capítulo 3:

Regresó a la mesa donde sus amigos se encontraban enzarzados en un acalorado debate sobre los derechos otorgados a un abogado durante los interrogatorios bajo custodia.

Todos los chicos de la mesa, incluyendo a Santiago siguieron discutiendo sin prestarle atención –o sin querer prestársela- al encuentro que Lali había tenido con el tipo de la barra.

Cande, sin embargo, prácticamente la arrastró hasta su silla.

-¿Y? ¿Cómo fue? –preguntó con vehemencia.

-Suponiendo que te refieras a Lunarcito, no ha ido.

-¿Lunarcito? –Cande pareció estar a punto de golpearla en la cabeza-. Sabes quién es ese chico, ¿no?

Sorprendida por la pregunta, Lali le lanzó una discreta mirada a Lunarcito, que se había reunido con sus amigos junto a la mesa de billar.

Bueno, hasta ese momento había tenido una teoría. A juzgar por el jean, la camisa y las zapatillas, junto al pelo un poco demasiado largo, había dado más o menos por supuesto que era uno de los chicos de la zona. Uno de esos veinteañeros que iba con sus amigos por los bares, en busca de una presa fácil entre las alumnas.

Pero, considerando que Cande pensaba que debía conocerlo, tal vez tuviera que replanteárselo.

Quizás fuera un deportista. Era lo bastante alto, por encima del metro ochenta y cinco, y sin duda tenía el cuerpo adecuado –y no es que ella hubiese prestado demasiada atención a eso.

Tal vez fuese el nuevo jugador del equipo de rugby o algo así. Lali se había pasado los últimos nueve meses inmersa en el aislado mundo de la universidad y, sinceramente no le interesaba demasiado el deporte, así que podría darse el caso fácilmente. Aunque parecía algo mayor para no haberse graduado todavía.

-Bueno, me doy por vencida. ¿Quién es? –le preguntó a Cande. Se preparó para no sentirse impresionada en absoluto.

-Juan Pedro Lanzani.

Lali detuvo el vaso a medio camino hacia sus labios. ¡Ah, bueno!. Entonces sí era cierto que conocía el nombre. La Universidad completa conocía ese nombre.

-¿El billonario? –inquirió.

-Técnicamente, el hijo del billonario –pero sí, el auténtico y genuino –respondió Cande.

-Pero se supone que Juan Pedro Lanzani es un informático bastante nerd.

Candela cambió de postura para mirar al objeto de su debate.

-Si esa es la nueva imagen de los informáticos nerds, yo me apunto. Está autorizado a pulsarme las teclas cuando quiera.

-¡Ay, Cande! –Lali contuvo el impulso de volver a mirarlo. No estaba al tanto de todos los detalles de la historia pero sabía lo suficiente, a través de los artículos de periódicos y revistas sobre su padre, un empresario que logró llegar muy lejos. Por lo que recordaba, Juan Lanzani procedía de una familia modesta, se había graduado en la universidad con un master en Ciencias de la Computación y, finalmente, había puesto en marcha su propia empresa de software. No recordaba gran cosa sobre su carrera, excepto el detalle que realmente importaba; unos diez años atrás, la compañía había desarrollado Anti-Virus Lanzani, un software de protección que se había comercializado por todo el mundo, por un valor de alrededor de un billón de dólares.

También sabía que Juan Lanzani efectuaba generosas donaciones a su alma mater. O, al menos, eso suponía, ya que la universidad le había dado su nombre a una sección entera del campus –el Centro para las Ciencias de la Computación Juan Lanzani. Con su imperio de varios miles, indudablemente, el antiguo alumno más rico y más famoso de la universidad.

Y, por extensión, Juan Pedro Lanzani, licenciado en Informática y su heredero, también era muy conocido.

Así que Lunarcito tenía un buen nombre, pensó Lali. Bueno, bien por él.

Disimuladamente, lo observó mientras se inclinaba sobre la mesa de billar para efectuar su jugada con la camisa tensándose sobre su amplio y, aparentemente, muy tonificado pecho.

-Siempre puedes volver –dijo Cande con malicia, siguiendo la dirección de su mirada.

Lali sacudió la cabeza. Ni loca.

-¿Tu mamá no te explicó nada sobre esa clase de chicos, Cande?

-Sí, cuando cumplí los dieciséis. El día que Tomás Fernández tocó mi puerta y me preguntó si quería dar un paseo en su moto.

-¿Aceptaste? –preguntó Lali.

-¡Obviamente, Lali! Tenía puesta una minifalda de jean y me quemé el tobillo con el tubo de escape. Todavía tengo la cicatriz.

-Ahí está la moraleja –dijo Lali.

-¿Nunca uses minifalda?

Lali no pudo evitar reír.

-Eso también. Y mantente alejada de los chicos malos.

Abandonaron el tema de Juan Pedro Lanzani y se sumaron a la discusión que tenían sus amigos sobre el código civil. Antes de que pudiera darse cuenta, había pasado una hora y Lali se sorprendió al ver su reloj y notar que era más de medianoche. Se encontró a sí misma mirando hacia la mesa de billar –sus traicioneros ojos parecían tener voluntad propia esa noche- y comprobando que Peter y sus amigos se habían ido.

Lo que le parecía maravilloso.

En serio.

Continuará…