Capítulo 30

Hola, hola!!!!!! ¿Qué tal arrancaron la semana, muchachas? Espero que bien y con todas las pilas para cerrar octubre con ganas!!!!! :D Gracias por leer y el tiempo que dedican a leer! Sé que andan complicadas, y agradezco ese momento que se toman tanto para leer como para comentar!!! Besos y hasta mañana!!!! 

P.D.: FIO!!!!! Ayer se me hizo tarde para subir otro, pero el capítulo doble lo tienes para cuando quieres o si no en estos días lo subo ;) #DobleteCumpleañero

Twitter: @Caparatodos

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-Lo siento, abogada, busqué en el departamento de arriba a abajo y solo fui capaz de encontrar a un Juan Pedro Lanzani –hizo una pausa-. Estará en tu oficina mañana a las dos. Espera un montón de trabas.

Capítulo 30:

Alrededor de la una y media de la tarde del día siguiente, la fiscalía al completo estaba revolucionada.

En un principio, Lali no estaba disponible para las dos pero había terminado reestructurando su agenda para acomodarse a la petición de un testigo, particularmente quisquilloso, que parecía creer que era él quien tomaba las decisiones. Tras eso, le pidió a su secretaria que incluyera a Juan Pedro Lanzani en la lista de visitantes y la noticia se había extendido como la pólvora.

Pablo se acercó a su oficina, justo antes de la reunión, para dedicarle un breve aplauso.

-Bien hecho. ¿Cómo lograste convencer al Terrorista de Twitter?

-Tengo mis métodos –repuso Lali misteriosamente. Aunque ella misma no estaba muy segura de conocer la respuesta-. Por cierto, creo que deberíamos limitarnos a llamarlo Juan Pedro Lanzani.

Pablo alzó una ceja con curiosidad.

-¿Deberíamos?

Una llamada de su secretaria, anunciando que el visitante acababa de llegar, los interrumpió.

-El deber me llama –dijo Lali, poniéndose de pie.

Pablo caminó junto a ella, de regreso a su despacho. Mientras pasaban junto a los escritorios de las secretarias y las oficinas de los demás ayudantes, Lali tuvo la sensación de que todos los ojos estaban puestos en ella.

-Parece que estuviera a punto de recibir a Al Capone –murmuró entre dientes.

-Vete acostumbrando. Cuando se trata de Juan Pedro Lanzani, la gente siente curiosidad

-Pablo le hizo un gesto de despedida mientras se metía en su despacho-. Buena suerte.

Lali giró al llegar al final del pasillo, aminorando el paso mientras observaba el área de recepción.

Peter se encontraba de perfil, contemplando la fotografía panorámica de Buenos Aires.

Sorprendentemente, parecía estar solo.  Tenía puesto un blazer, dándole un aire más informal, con el botón superior de la camisa desabrochado, que le daba un aspecto profesional y confiado, pese a su pose indolente con las manos en los bolsillos.

Irónicamente, impresas en letras plateadas en la pared que se encontraba justo detrás de él, se leían las palabras “fiscalía de los Estados Unidos”.

Lali tuvo que admitir que se sentía impresionada.

Claramente, no existía el menor rastro de afecto entre él y su oficina. Cinco meses atrás lo habían perseguido con dureza. Probablemente con excesiva dureza, a juzgar por lo que Pablo le había dicho. Y, pese a ello, ahora que lo necesitaban, ahí estaba Peter: con la cabeza bien alta y sin tratar de ocultarse o protegerse detrás de un equipo de abogados que la mayoría de hombres en su posición hubiera insistido para que estuvieran presentes.

Peter se volteó y la observó acercarse con una expresión cautelosa en el rostro. Le había dicho un montón de cosas la última noche, y ella a él. Pero, aún así, había aparecido. Y, para Lali, eso pesaba mucho más que unas cuantas palabras en caliente.

-Parece que tenemos público –le dijo cuando se detuvo frente a él.

Lali miró a su alrededor y descubrió que varias secretarias y abogados los observaban mientras fingían caminar hacia la zona de la recepción.

-¿Sin abogados, esta vez? –le preguntó.

-No tengo nada que ocultar, señorita Espósito –respondió él con frialdad.

-En realidad, me alegro de que los hayas dejado al margen. No habría podido invitar a los cincuenta a tomar café.

La sorpresa claramente se dibujó en su rostro.

-¿No nos vamos a quedar aquí?

Lali sabía que si lo llevaba a la sala de conferencias, como había pensado en un principio, la gente no dejaría de mirarlo embobada y de cuchichear. Y, sinceramente, pensaba que ya era hora de que el personal de su oficina le diera un respiro a Juan Pedro Lanzani.

-Se me ocurrió que podríamos ir a un sitio algo menos… sofocante –dijo en voz baja-. Sé que es una situación extraña, Peter. Pero me estoy esforzando por ponerte las cosas más fáciles.

Él la estudió por un momento, dando la impresión de que consideraba si debía aceptar o no la mano que le estaba dando.

-Me gusta más tu pelo así –dijo finalmente.

Lali sonrió para sí misma. Bueno, era un comienzo.

-¿Eso significa que tenemos una tregua?

Peter comenzó a caminar hacía los ascensores.

-Significa que lo estoy pensando.

Pero cuando, tras llamar al ascensor, le dirigió una mirada fugaz, el familiar brillo diabólico que se apreciaba en sus ojos le indicó a Lali que lo había logrado.

Continuará…