Capítulo 106

Hola chicocas!!!! Estoy por aquí otra vez! Primero que vi sus comentarios y no daba ser tan mala no?! Segundo ya con sus pedidos de más me aflojaron y gracias a Inma que me hizo la cabeza y firmo bastante acá tienen un nuevo capi! Les cuento que si las deja más intrigadas no es mi culpa... a parte ya se viene el final, es decir, comenzamos a resolver todo así que a disfrutar! Las quiero Y GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS por sus comentarios acá y por tw! GENIAS, GENIAS! Y gracias por la ayuda para buscar la foto a Mary y Dani y a todas las que me mandaron o me querían matar por “jugar” con la ansiedad! En serio no es de mala, pero no puedo subir sin foto, se vería feo! Besos y empiecen el sábado con el pie derecho ;)

Twitter: @Caparatodos

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—Peter, te has vuelto loco. —La cara de Ignacio se ensombreció—. ¡No sé qué demonios está pasando, pero no tienes derecho a entrar en mi casa a la fuerza y a amenazarme! Yo…

—¡Peter!

Peter se dio la vuelta y fue corriendo por el pasillo al oír el grito de Mariana.

Capítulo 106:

—¿Mariana?

—Aquí. Tienes que ver esto.

La encontró en el escritorio de Ignacio. Todos los cajones del escritorio estaban abiertos y, a juzgar por el aspecto doblado del abrecartas que sostenía en la mano, no había sido demasiado cuidadosa con la madera. Lali sostenía en alto una foto.

—¡Lo atrapamos! —dijo con una sonrisa amenazadora.

La tablilla. Parecía ser un duplicado de una de las fotos del seguro. Durante un breve instante quiso levantarla entre sus brazos y gritar. Habían estado en lo cierto. Y eso significaba que Ignacio sabía quién era el hombre, el Doctor Maligno.

Pérez entró corriendo en su escritorio con el rostro rojo y brillante de sudor.

—Largo de mi casa, Peter. Tú y quienquiera que sea ésa. Ahora.

—Se me ocurre una idea mejor —bramó Juan Pedro—. ¿Por qué no te sientas y me cuentas una historia? —Agarró la foto y la agitó delante de Ignacio—. Una muy buena historia. Con nombres y todo.

—Tú… ella… podrías haberla puesto ahí. No significa nada.

—Tal vez no para la policía, pero sí para mí. Siéntate, Ignacio, o lo haré yo.

Durante un momento el hombre grande se quejó de no poder confiar en nadie. Luego se hundió en la ahuecada silla junto a la puerta.

—Yo no he hecho nada malo.

—Cabe la posibilidad de que no presente cargos si me cuentas quién más está involucrado en esto. —Juan Pedro se sentó en el borde del escritorio—. Y podría prestarte el dinero suficiente para que tu banco tenga liquidez. Puede.

—¿El banco? —Sus ojos se ensancharon con una patética esperanza que hizo que su grueso mentón temblara—. Esto… Cortés sólo dijo que iba a sacar algo al mercado y que si estaba interesado en probar. Eso es todo.

—Dante te llamó. Por línea directa —insistió Juan Pedro, conteniendo su propia furia. Respuestas primero. Aquello no le correspondía sólo a él. Mariana seguía de pie detrás del escritorio, revisando archivos como si estuviera completamente sola en la habitación.

—Sí. Y ahora voy a llamar a mi abogado y a la policía.

—Además de Cortés, ¿quién más te ofreció la tablilla? —interrumpió Mariana, sin levantar la vista.

—¿Quién eres tú? —exigió Ignacio.

—Soy quien se suponía que debía ser el ladrón cuando el otro tipo que contactó contigo envió a otro a robar a la casa de Lanzani y a matar a Cortés.

La cara del hombre se volvió color papel.

—¿Qué?

—Así es —retrucó Juan Pedro, adoptando el lenguaje franco de Mariana. Dios, a ella le funcionaba asombrosamente bien—. ¿No lo sabías? ¿O fuiste lo bastante estúpido como para dejar que te echaran la culpa de todo? El tipo que robó la tablilla está muerto, el tipo que contrató a mi amiga para que entrara al mismo tiempo está muerto, y esta tarde alguien intentó arrojar mi auto al Támesis conmigo adentro. —Se inclinó hacia adelante—. Por lo que puedes suponer que no estoy muy contento. Quiero nombres.

—Parece que también tiene el Remington —dijo Mariana, todavía revisando los archivos—. Tal vez más. —Levantó la vista para clavarla en Ignacio—. Empiezo a pensar que quizá él sea el tipo que lo ha armado todo.

—Soy coleccionista —dijo Ignacio, el rubicundo color de su piel se oscureció al punto de que Juan Pedro comenzó a preguntarse si tenía un historial de problemas cardiacos—. No tengo nada que ver con la muerte de nadie.

—¡Demuéstralo! ¿Quién es el otro tipo? ¡Dímelo, carajo!

La cara redonda de Ignacio se tornó ceñuda.

—Oh, por el amor de Dios, Peter, ¿todavía no lo has descubierto?

Eso hizo que se detuviera por un minuto. Había algo de lo que ya debería haberse dado cuenta o algo que debería haber sospechado, pero no era así.

—Finge que soy retrasado y dímelo, Ignacio. Contaré hasta tres y luego iré a traer el bate. No más juegos. ¡Quiero el maldito nombre!

—Dios —farfulló Pérez, el sudor comenzaba a chorrearle por la cara.

—¿Qué te parece mi nombre?

Continuará…