Capítulo 97

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—¿Qué? Teniendo en cuenta el poco tiempo que…

—Y zapatos de tacón. Hay algunos en el closet en caso de que no hayas traído. —Ella seguía mostrándose terca, y Peter agachó la cabeza para besarla—. Confía en mí. Me reuniré contigo en la entrada.

Capítulo 97:

Mariana no tenía ni idea de lo que él pudiera estar pensando, a penas se percató de cuánto tiempo y esfuerzo le había dedicado alguien a planear aquel robo a largo plazo en la propiedad de Peter, supo que tendría que irse. El FBI y la Interpol no tenían aún nada lo bastante sólido como para arrestarla, pero aquello seguramente bastaría. Luego podrían tomarse su tiempo para escarbar en busca de más. Y, como solía decir su padre, escarbando siempre aparecen gusanos.

La decisión de irse ni siquiera debería haber sido difícil de tomar. A lo sumo disponía de otras veinticuatro horas antes de que unos hombres en traje fueran a buscarla. En el fondo de su mente había sido consciente de que aquello sucedería; en cuanto se enteró del asesinato de Maxi había comprendido que había mucho más en juego que la tablilla.

Si se iba antes del amanecer, podría encontrar un vuelo al extranjero. Una vez que Castillo había decidido mirar a otro lado, la red se había aflojado considerablemente.

Lali soltó el vestido de su percha y lo lanzó sobre la cama. Luego estampó un par de zapatos de color tostado contra la pared del fondo. El ruido sordo que hicieron resultó satisfactorio, pero no cambió nada. Seguía teniendo que abandonar Sonne Brilliant… que abandonarlo a él.

¡Quién lo hubiera dicho! Durante casi cuatro años había llevado una vida tranquila, desempeñando un trabajo que le gustaba y que no requería forzar cerraduras o utilizar pistolas de pintura, realizando algún trabajito esporádico para Nicolás si captaba su interés o curiosidad. Luego, una semana después de conocer… probablemente al hombre más fascinante con el que jamás se había cruzado, tenía que largarse. ¡Vaya mierda de destino!

Fuera lo que fuese lo que Peter tuviera en mente, parecía que quería que ella estuviera guapa, de modo que se dio un momento para peinarse y retocarse el maquillaje. Mientras examinaba su rostro en el espejo, sintió el inesperado impulso de ponerse a llorar.

—Anímate, Lali —gruñó. Jamás había llorado. Sólo porque al fin había entendido lo que significaba, lo que se sentía al tener a alguien tan dinámico, tan importante, en su vida, no quería decir que tuviera que tenerlo.

Cuando se encontró con Peter en la entrada, se olvidó de las lágrimas. A punto estuvo de olvidarse de respirar. Él se encontraba junto a la puerta, vestido con un traje negro, camisa gris y corbata roja. A pesar de que jamás podría confundirlo con otra cosa que no fuera un hombre seguro de sí mismo y con éxito, de pronto parecía… poderoso.

—Wow —dijo—. El traje te queda realmente bien.

—Gracias, y ¡hey!, lo mismo digo. ¿Lista?

—¿A dónde vamos?

—A la cárcel.

Lunes, 11:08 p.m.

El agente los llevó a lo que parecía ser una de las salas de interrogatorio como las de la televisión, aunque Lali nunca había visto uno en persona hasta ahora. Miró fijamente el espejo que ocupaba la pared, preguntándose quién demonios había tras él, preparado para observar y escuchar su conversación.

—Relájate —susurró Peter, haciendo que se sentara junto a él.

—¿Cómo sabemos que estamos solos? —le respondió entre susurros, mirando aún el espejo—. ¿Y si digo algo, ya sabes, incriminatorio?

La tomó de la mano y le besó los nudillos.

—Tendrás que confiar en mí, Mariana. No dejaré que nada te pase aquí. Lo juro.

Ella se obligó a sonreír.

—Te asoma otra vez la brillante armadura.

Peter hubiera refutado, pero Dante Cortés apareció en la puerta seguido por otro oficial. Llevaba el uniforme de presidiario y las manos esposadas al cinturón, advirtió Lali con un suspiro de preocupación. No lograba imaginar estar encerrada en un cuarto diminuto y con las manos atadas.

—¿Podría quitarle eso? —pidió Peter, señalando las mano, de Cortés.

—No es realmente… Claro, muy bien. Pero sólo diez minutos.

Tan pronto se cerró la puerta, Dante retiró la silla de golpe y se puso de pie.

—¿Se supone que debo pensar que estás aquí para ayudarme? He trabajado para ti durante diez años, Peter. Y porque esta puta se te mete en tu cama, ¿te crees cualquier mentira que te cuenta?

—Dante, no tenía que haber venido aquí esta noche —dijo Peter, el tono de su voz era tan frío y sereno que Lali tuvo que lanzarle una mirada—. ¿Te tratan bien? Le dije a Gastón que te buscara el mejor abogado posible, a mi cargo.

La cara de Cortés se volvió ceñuda.

—Esto es un caos —dijo con un tono más firme—. No tengo ni idea de lo que dicen sobre mí, que yo robé la tablilla, y que traté de… matarla. ¿Por qué iba a hacer tal cosa?

Por debajo de la mesa Peter dio un empujoncito a Mariana con la rodilla, y Lali se sobresaltó. Imaginó que eso significa que ella debía ponerse manos a la obra con Cortés. Tomó aire, tratando de olvidar dónde estaban y el maldito espejo que había por encima de su hombro.

—Se me ocurre que por dinero —dijo con indiferencia.

—No voy a escuchar nada de lo que digas —le espetó—. Además, ya tengo dinero. Peter me paga bien porque trabajo bien. Pregunta a cualquiera. No tenía motivo para robar la tablilla.

Continuará…