Capítulo 96

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—Pero no por esta noche. —Abriendo la puerta de Cortés con la misma facilidad con que lo había hecho con la del trastero, entró en el cuarto—. Probablemente guardará aquí la falsificación, ya que Gastón y tú tienen acceso a su oficina. —Observó la habitación, una leve arruga en su ceño hizo aparición en su rostro—. Tenía intención de preguntar antes, ¿por qué no hay ninguna obra de arte aquí?

Capítulo 96:

—No lo sé. No suelo supervisar la decoración de las habitaciones privadas.

—Incluso en las suites de invitados hay cosas bonitas. Aquí tenemos al tipo a cargo de coleccionar y catalogarlo todo, y no tiene más que unas pocas esculturas y un falso jarrón Victoriano.

Asintiendo, Juan Pedro concluyó la visita a la habitación con ella.

—No puede desaparecer nada valioso de aquí, donde a buen seguro sería el principal sospechoso.

—Según esta teoría, en cualquier caso. Muy bien. Hemos desconectado las alarmas y reemplazado la tablilla auténtica por la falsa. Le hemos comunicado… a quienquiera que sea nuestro intermediario el día y la hora en que tendremos el objeto en nuestro poder, y sea quien sea nuestro comprador o intermediario se lo ha contado a su vez a Maxi, o a quien sea que lo contratara.

—¿Cómo sabemos que hizo eso?

—Por la forma en que Maxi entró a la casa sabía que las alarmas estarían desconectadas.

—Es verdad. Continúa.

—El intermediario y el comprador esperan la tablilla, y ésta será trasladada a Londres dentro de una semana, de modo que tanto si Cortés sabe que has vuelto de Punta del Este como si no, debe venir y realizar el cambio. Es probable que Maxi no tenga ni idea de que has vuelto, pero no le importaría. Dante se pone manos a la obra, lleva la radio de seguridad, bien porque está paranoico o porque de esa manera Iván puede avisarle si alguien lo descubre. Tal vez escucha las llamadas del guardia de seguridad igual que tú, que Fernández ha descubierto un intruso. Le entra el pánico y vuelve a su habitación conectando otra vez las alarmas para que nadie piense que era un trabajito interno.

—Y luego todo explota, la tablilla desaparece y se queda forzosamente con la falsificación.

—Claro. Con un añadido. —Mariana volvió a detenerse arriba, por dónde había entrado a la galería desde un principio—. Si yo no hubiera entrado, y si tú no hubieras estado aquí, habría sido él quien se tropezara con el cable.

Juan Pedro la miró. Tenía lógica el modo en que ella encajaba las piezas.

—Dante era el objetivo.

—Con un montón de «síes», «probablementes» y «quizás» de por medio.

—¿Y qué hay de un «por qué»? —respondió—. ¿Por qué contratar a Recca para llevarse la tablilla y matar a Cortés si éste iba a llevarse la piedra de todos modos? Me refiero a que, según lo que has dicho, quienquiera que impusiera la coordinación de esto se lo contó a ambos… lo cual me dice que se trata de la misma persona.

—No estoy segura de eso. Y aún queda la cuestión de quién me quería a mí aquí en el mismo momento en que tenía lugar todo este culebrón.

No sólo alguien le había encargado entrar a robar algo. La habían metido deliberadamente en medio de alguna disputa privada sin hacerle entrever absolutamente nada de en lo que se estaba metiendo. Juan Pedro tragó saliva. Mariana Espósito había tenido una suerte increíble. Y aunque él no había conocido a Juan Cruz, si el intermediario hubiera tenido algún conocimiento de aquello, Juan Pedro se alegraba de que estuviera muerto.

—¿Los habría contratado Cruz a los tres para el mismo trabajo? —indagó.

Mariana negó con la cabeza.

—No poseía la imaginación suficiente para coordinar tres allanamientos distintos al mismo tiempo, en el mismo lugar y sin que los unos supiéramos de los otros. Además, alguien lo mató.

—Para empezar, ¿por qué tú? Desconocías por completo el periódico alboroto que sufrían mis objetos de valor.

—Mi suposición es que yo debía ser el chivo expiatorio. Me culparían a mí de todo el lío tanto si me atrapaban como si acababa muerta. Seguramente esperaban que Cortés y la falsificación fueran hallados entre los escombros. Todos darían por sentado que era la auténtica, naturalmente, y que él me la había arrebatado antes de que yo lo estropeara y acabáramos todos muertos.

—Admiro tu sangre fría para hablar con tanta calma de tu propia muerte.

Se acercó a él y le dio un beso en la mejilla.

—Solamente porque no estoy muerta. Créeme, estoy enojada —maldijo, apartando de una patada un trozo de madera chamuscada—. Y con Maxi y Cruz muertos, no tengo modo de saber quién los contrató. A Nicolás le sería posible averiguarlo, aunque ve tú a saber dónde podría estar en este momento. Podemos preguntarle a Cortés, ya que en unas pocas horas Castillo lo entregará al FBI junto con todas tus falsificaciones.

—Y ellos resolverán todo esto —señaló.

—Claro. Y la mayoría de las malditas pistas siguen apuntando hacia mí. Lo que significa que nuestra sociedad se disuelve y que me largo de aquí.

Con la garganta cerrada, le cogió la mano. «¡Por Dios!» ¿Qué había hecho? Había sido consciente del plan de Castillo y de que el FBI… ¿Por qué no había deducido que ella seguiría siendo sospechosa? La respuesta era evidente: le resultaba inconcebible que se fuera, bajo cualquier tipo de circunstancias, y estaba acostumbrado a estar al mando en todos los aspectos de una situación. ¡Maldita sea! No iba a permitir que se fuera.

—Podías haber mencionado algo de eso antes de que metiéramos a Castillo —dijo, recurriendo a todo su autocontrol, ganado a pulso a lo largo de los años, a fin de parecer sereno.

Ella le apretó la mano.

—Peter, han muerto tres personas. Creo que eso pesa mucho más que mi comodidad personal. —La mirada que le lanzó decía mucho más que las palabras, pero Peter no estaba seguro de cómo interpretarla… aparte de comprender que no quería irse.

¿Cómo podría arreglarlo para que pudiera quedarse? Sin lugar a dudas, encontrar a quien había armado todo la absolvería, pero, como ella misma había dicho, les habían arrebatado todas las pistas de las manos. Peter entrecerró los ojos. O tal vez no.

—¿Te acuerdas del vestido verde que te pusiste para ir a la casa de Gastón? Póntelo.

—¿Qué? Teniendo en cuenta el poco tiempo que…

—Y zapatos de tacón. Hay algunos en el closet en caso de que no hayas traído. —Ella seguía mostrándose terca, y Peter agachó la cabeza para besarla—. Confía en mí. Me reuniré contigo en la entrada.

Continuará…