Capítulo 5

Hola chicas!!! ¿Cómo les va? Espero hayan tenido un buen día y ya con las pilas arriba para disfrutar el finde!!!! Gracias por leer!!!! Besos :D y nos leemos mañana!

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

—Bueno, lo haría, pero ya no la veo —dijo mirando a Benjamín. «Te chaparía solo por haber desaparecido», pensó levantando el vaso.

Al final las cosas le estaban saliendo bien.

Capítulo 5:

Lali había cruzado el local diciéndose que no sabía qué era peor, si hablar con ese tipo o ir al matrimonio de Ana sin acompañante. Cuando llegó cerca de la tarima, se abrió paso hasta llegar bajo la barandilla y de camino oyó algún retazo de conversación, aunque no se detuvo hasta que Benjamín dijo: «Pero por diez mil tienes que acostarte con ella».

«¿Qué?», pensó. Cerca de la puerta había mucho ruido, a lo mejor no había escuchado bien.

«Juego limpio —continuó Benjamín—. Te doy un mes pura que le quites ese saco gris de cuadros.»

Lali miró su ropa.

«Eso es facilísimo», dijo alguien. Lali pensó «Hijo de puta, el mundo está lleno de idiotas como tú» y se obligó a seguir caminando en lugar de subir y matarlos a los dos.

Volvió donde estaban María y Candela hecha una furia. Sabía perfectamente lo que estaba tramando Benjamín. Creía que como no se había acostado con él, no lo haría con nadie. Ya le había avisado sobre las precipitadas suposiciones que hacía y en vez de seguir su consejo había continuado pidiéndole que saliera con él.

«Porque pensó que era una presa fácil —cayó en la cuenta—. Porque la había visto y había pensado que era una mujer inteligente y gordita que nunca lo engañaría y que estaría agradecida de que se acostara con ella». «Hijo de puta», dijo en voz alta. Se acostaría con Juan Pedro Lanzani sólo por devolvérsela. Pero entonces no podría ajustar las cuentas con éste. Qué tonta era. Gorda y tonta, ¡qué tal combinación!

—¿Qué pasa? ¿Hablaste con él? —preguntó María cuando llegó a la barra.

—No. En cuanto terminen sus copas nos vamos —dijo girándose hacia la tarima para mirarlos, igual que ellos la miraban a ella.

Benjamín la observaba con arrogancia, pero Juan Pedro Lanzani apretó su vaso como si hubiera visto a la muerte.

—Ahí está. Te dije que volvería. Anda a buscarla, Peter —lo animó Benjamín.

—Esto... —empezó a decir enviando mentalmente a la mujer del saco gris de cuadros al último círculo del infierno.

—Una apuesta es una apuesta.

Peter dejó el vaso vacío en la baranda y pensó con rapidez. La chica no parecía estar muy a gusto, así que no era descabellado pensar que aceptaría su propuesta de ir a cenar, para poder salir de allí.

—Mira, Benjamín, el sexo no entra en el juego. Soy fácil, pero no un idiota. Si quieres apostar cien a una salida, bien, pero eso es todo. Nada con perspectivas a futuro.

—No, voy a apostar por la salida también. Cien si sales de aquí con ella. Pero los diez mil siguen en pie. Si pierdes... —empezó a decir sonriendo y alargando el «pierdes»—. Darás un seminario gratis.

—No puedo aceptar esa apuesta —rechazó intentando utilizar otra táctica—. Tengo dos socios que...

—Por mí no hay problema. Peter no pierde nunca —intervino Agustín.

—Bueno, pero para Victorio sí lo hay —respondió Peter fulminándolo con la mirada.

—Victorio, ¿entras?

—Sí, obvio —contestó éste sin quitar la vista de la rubia de la barra.

—¡Victorio! —exclamó Peter.

—Es la cosa más bonita que he visto en mi vida —aseguró.

—Acabas de apostar que puedo llevarme a la cama a una mujer —le explicó con paciencia—. Dile a Benjamín que no quieres apostar un seminario de diez mil dólares.

—¿Qué? —preguntó apartando la vista de la rubia.

—He dicho que... —empezó a decir Peter.

—¿Por qué ibas a apostar por algo así?

—Ésa no es la cuestión. La cuestión es si puede hacerlo o no —razonó Agustín.

—Claro, pero...—dijo Victorio.

—Entonces hay apuesta —sentenció Benjamín.

—No —replicó Peter.

—No crees que puedas ser capaz de hacerlo. Estás perdiendo facultades —aseguró Benjamín.

—No se trata de mí —dijo en el momento en el que Melisa volvió a incorporarse al grupo y le puso la mano en el brazo. Se inclinó hacia él y Peter sintió que se le aceleraba el pulso.

—Está esperándote —dijo Benjamín con retintín.

—¿Estás saliendo con alguien? —preguntó Melisa, cuyo brillo había desaparecido.

«¡Bueno, bueno!», pensó Peter.

—¿Peter? —dijo Benjamín.

—¿Peter?—repitió Melisa.

—Me encanta—aseguró Agustín.

—¿Qué? —preguntó Victorio.

Peter suspiró. Era la de saco a cuadros o Melisa, estaba contra la espada y la mujer que quería casarse con él.

—Sí, estoy saliendo con alguien —le informó apartando el brazo.

Se abrió camino entre ella y Benjamín y fue hacia la barra deseándoles lo peor que se le ocurrió, que se vayan bien lejos.

Continuará…