Capítulo 6

Hola, hola!!!! ¿Cómo las trata el día? Espero que bien y que ya estén disfrutando de el sábado ;) Gracias por sus comentarios!!! Besos y nos leemos mañana!!! Buen Finde!

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Lali intentó no dejarse intimidar, pero no pudo evitarlo. La tenía intimidada. Era un hombre muy grande y ella se sentía muy pequeña encerrada con él en aquella habitación.

Capítulo 6:

—Sé lo mismo que cualquier persona que se haya interesado por el robo. —Y era bastante, pues el robo aún seguía siendo noticia. El gobierno había declarado públicamente su malestar. El dueño de la pintura estaba fuera de sí y la policía había salido en las noticias, quedando como una sarta de ineptos.

—¿Le interesa el arte? —preguntó él, su voz profunda pareció llenar cada recoveco de la habitación.

—Por supuesto, yo misma soy artista. —Bueno, ella era más bien alguien que pintaba, no una artista. Aunque podía conseguir un parecido razonable, nunca había dominado del todo la complejidad de retratar de manera realista las manos y los pies. Pero le encantaba pintar y eso era lo que importaba.

—Entonces entenderá por qué el señor Arredondo está tan ansioso por recuperar el cuadro —dijo, dejando la fotografía a un lado.

—Me imagino que sí. —Pero aún no entendía qué tenía que ver eso con ella. Hubo una época en la que Marcelo Arredondo había sido amigo de la familia, pero eso había sido hace mucho tiempo.

—¿Ha visto o se ha encontrado alguna vez con este hombre? —le preguntó Lanzani mientras deslizaba otra foto hacia ella—. Su nombre es Simón Fernández.

Lali miró la foto y negó con la cabeza. El hombre no sólo tenía los anteojos más gruesos que había visto en su vida, si no que se veía un poco amarillento, casi enfermo. Por supuesto, era posible que se hubiera encontrado antes con él y no lo reconociera. La foto no había sido tomada en las mejores circunstancias. Seguro que sus propias fotos de identificación eran horribles.

—No. No creo haberlo visto nunca —respondió, deslizando la foto hacia él.

—¿Alguna vez su socio, Ignacio Pérez, mencionó su nombre? —preguntó el otro hombre.

Lali miró al hombre de más edad con el pelo un poco canoso. En su placa se leía jefe Vázquez. Ella había visto demasiadas películas para no saber que él representaba el papel del «policía bueno» frente a Lanzani, que hacía de «policía malo», aunque eso no lo hacía menos duro que Lanzani. Aun así, de los dos, Vázquez parecía el más agradable. Le recordaba a su tío Juan y, además, su aura era menos hostil que la del detective.

—¿Ignacio? ¿Qué tiene que ver Ignacio con ese hombre?

—El señor Fernández es un ladrón profesional. Es muy bueno y sólo roba lo mejor. Hace una semana fue arrestado por robar casi veinticinco mil dólares en antigüedades. Mientras estaba bajo custodia, declaró que sabía quién podía tener la pintura del señor Arredondo —la informó Vázquez moviendo una de sus manos sobre el montón de fotos—. Nos dijo que le habían propuesto robar el Monet, aunque no aceptó el trabajo.

Lali se cruzó de brazos y se recostó en el asiento.

—¿Por qué me cuentan todo esto? Creo que deberían hablarlo con él—dijo apuntando a la foto de la mesa.

—Lo hicimos, y durante la confesión delató al traficante. —Vázquez hizo una pausa mirándola como si esperara algún tipo de reacción.

Lali supuso que se estaba refiriendo a un traficante de arte. Pero seguía sin saber qué tenía que ver con ella.

—Tal vez debería decirme exactamente qué me quiere dar a entender. —Señaló con la cabeza en dirección a Lanzani—. ¿Y por qué me ha estado siguiendo «el motociclista del infierno» todos estos días?

Lanzani mantuvo el ceño fruncido, mientras la cara del jefe permanecía inalterable.

—Según el señor Fernández, su socio compra y vende antigüedades sabiendo que son robadas. —Vázquez hizo una pausa antes de añadir—: También es sospechoso de ser un intermediario en el robo Arredondo. Eso lo hace culpable de un montón de cosas, incluyendo robo a gran escala.

Ella se quedó sin aliento.

—¿Ignacio? No puede ser. ¡Ese señor Fernández miente!

—A usted le parece, pero ¿por qué iba a mentir? —preguntó Vázquez—. Hicimos un trato a cambio de su confesión.

—Ignacio nunca haría eso —aseguró ella. Su corazón latía desbocado y, por más que tragaba aire, nada tranquilizaba su espíritu ni aclaraba su mente.

—¿Cómo lo sabe?

—Sólo sé que es así. Sé que nunca se involucraría en algo ilegal.

—¿En serio? —La expresión en los ojos de Lanzani le decía que estaba tan impaciente como sonaba—. ¿Puede decirme por qué?

Lali lo recorrió brevemente con la mirada. Un mechón de pelo le caía sobre la frente. Él alcanzó el bloc de notas y comenzó a garabatear con un lapicero. La energía negativa le rodeaba como una nube negra y atravesaba el espacio entre ellos. Obviamente le costaba controlar el enojo.

—Miren —comenzó, y paseó la mirada de un hombre a otro—. En primer lugar, lo conozco desde hace varios años. Claramente me enteraría si vendiera antigüedades robadas. Trabajamos juntos casi todos los días. Si él estuviera escondiendo algo de esa magnitud, lo sabría.

—¿Cómo? —preguntó Vázquez.

No parecía el tipo de hombre que creyera en auras, así que se abstuvo de mencionarle que no había percibido ningún aura negra rodeando a Ignacio últimamente.

—Sólo lo sabría.

—¿Alguna otra razón? —preguntó Lanzani.

—Sí, es Acuario.

El lapicero del detective salió volando por el aire, dio varias vueltas y aterrizó en alguna parte detrás de él.

—¡Dios mío!

Continuará…