Capitulo 69

Hola chicas!!!! ¿Qué tal las trata el sábado? Espero que todo bien y lo estén disfrutando! ;) Gracias por leer!!!!! Besos y mañana nos leemos de nuevo! 

Twitter: @Caparatodos

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—¿Dónde vamos? —preguntó Lali.

Peter prácticamente la metió corriendo en la camioneta, se subió y salió de allí quemando llantas.

—A tu casa —le dijo con firmeza—. Esta vez vamos a hacerlo bien. Vamos a disfrutarnos toda la noche

Capítulo 69:

—Otro menos. —Andrés Ballón colgó el teléfono con fuerza y se giró hacia su jefe.

—¿Otro qué? —Lavalle mordisqueó la pizza helada y dura como una piedra. La cafetería cerraba los domingos y, de todas formas, ya eran más de las once de la noche. Las reducciones de personal habían sido lo peor; Ballón y él se habían visto obligados a hacer horas extras.

—Testigo.

—Dios. —Lavalle tragó la pizza con dificultad—. Ya van dos.

—En dos días —asintió Ballón.

—¿Quién fue?

—Ni idea. A ver. —Ballón abrió un archivo de su ordenador y tecleó rápidamente un par de datos—. Aquí está. El tipo se llamaba Sergio Muente. Trabajaba en Farmacéutica Naturel. Le habíamos cambiado el nombre a Gonzalo Portela y estaba en Perico, Jujuy.

—¿Asesinato?

—Accidente.

Lavalle resopló.

—Bueno... —Ballón hizo una mueca—... Te cuento. Nuestra gente fue a... —Volvió a mirar la pantalla de la computadora—... Jujuy. La policía local decía que había sido un accidente, pero se llevaron a nuestros hombres de apoyo. Perder a dos testigos, en dos días no es moco de pavo. Pero al parecer, fue un accidente. Los cables de la casa no estaban bien. Hubo un cortocircuito y lo sorprendió metido en la tina. Murió inmediatamente. Las autoridades lo han repasado una y otra vez, pero no han encontrado nada raro. Y nosotros tampoco.

—Bien, pues que nuestros hombres vuelvan a repasarlo todo al dedillo. Perder a dos testigos así... —Lavalle frotó con enojo una mancha de grasa que tenía en la corbata—... Esto empieza a parecer de broma. Dime... —Lavalle levantó la vista de golpe—... ¿A cuanto está Perico de donde metimos a Mariana Espósito? —Espósito era, sin duda alguna, la testigo protegida más valiosa de esos momentos.

—A varias horas.

—¿Mismo archivo?

—Sí. —Ballón parecía resignado. Los dos se habían opuesto a la decisión de organizar los archivos por código postal del crimen.

A Lavalle se le erizó el pelo de los brazos.

—Sácala de ahí —dijo tranquilamente—. Sácala de ahí ahora mismo.

—Pero... jefe. —Ballón se removió incómodo y señaló el nuevo manual de reglamentos—. Reglamento 5: «Prohibidos los gastos innecesarios». Cuesta un dineral trasladar a un testigo y tenemos que justificarlo. Si nuestra gente dice que Espósito no corre peligro y, aún así, la sacamos de ahí, nos meteremos en problemas.

—¡Dios! —Lavalle golpeó el manual de reglamentos—. ¡No sé cómo ni quién, pero alguien tiene el archivo! Tienen que tenerlo. A lo mejor lo sacaron cuando estuvimos pasándolo a CD, hace un par de semanas. ¿Te acuerdas? Tuvimos algún tipo de fallo en el sistema. Bueno, pues alguien debe de haberse metido en nuestro sistema. ¡Y está deshaciéndose de todos los que estaban en ese archivo! Tenemos que sacar a Espósito de ahí.

—Jefe, deja que haga el papel de abogado del Diablo. Dios sabe que ella lo haría. —Ballón miró hacia el techo y los dos supieron que se refería a la nueva directora. Levantó un puño y Lavalle no pudo evitar pensar en lo sucio que estaba—. Primero —dijo Ballón, subiendo un dedo sucísimo y casi sin uña—. Por poco improbable que parezca, la policía, todas las autoridades y nuestra propia gente han determinado que ambas muertes han sido accidentales.

—Ah, la poliiii-cíííííía...

—Espera. Segundo. —Otro dedo—. Se ofrece una recompensa de dos millones de dólares por la cabeza de Mariana Espósito. Y las noticias al respecto han atravesado el país unas tres o cuatro veces; a saber cuántos aspirantes a delicuentes y profesionales han respondido a la llamada. ¿De verdad crees que alguien lo suficientemente inteligente como para penetrar en nuestras redes y descubrir dónde tenemos a Espósito está ahí fuera ahora mismo, eliminando una por una a las personas de ese archivo en... qué... fecha de declaración? Por matar a Uturria y Muente ha debido de llevarse un par de cientos, como mucho. ¿De verdad crees que dejaría a Lali y los dos millones en último lugar? ¿Tiene sentido eso?

Visto así, no.

—Y en cualquier caso —continuó Ballón—, hemos vuelto a codificar todos nuestros archivos con un código de 240-bit. Nadie va a entrar ahí, jefe.

Lavalle se mordió los labios, pensando con fiereza. Por lo general, confiaba en el instinto de Andrés Ballón.

Pero Ballón no parecía estar demasiado bien últimamente. Tenía unas espantosas ojeras bajo los ojos. Lavalle observó a Ballón, que tamborileaba nerviosamente sobre el manual. No parecía en buena forma.

—Pero tú decides, jefe —dijo Ballón.

—Así es. —Lavalle suspiró, despidiéndose mentalmente de una tranquila semana—. Y voy a hacer caso a mis instintos. Vamos a sacarla de ahí.

Continuará…