Capítulo 72

Hola, hola!!!!! ¿Qué tal estuvo su día? Ojalá todo bien y metiéndole que ya se viene semana santa!!! Gracias por leer y estar ahí! Gracias por la info de la nove que buscábamos también! GENIAS GENIAS!!!! Un bezaso y nos leemos mañana!!! :D

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Algo la había asustado. Y mucho. Al diablo. Nada ni nadie iba a atemorizar a esa mujer. Con gesto áspero, Peter se levantó y la siguió.

Capítulo 72:

Lali temblaba cuando se escabulló de Peter. Miró la hora que era: las diez de la noche. No podía ser nadie de Fiambalá, porque allí todos se metían a la cama a las nueve en punto. Sólo podía ser una persona.

Héctor Lavalle. Y si le estaba llamando a estas horas, no podían ser buenas noticias.

Se quedó quieta medio minuto junto a la cama, hasta estar segura de que las piernas no le fallarían. Su orgasmo acababa de terminar y aún se sentía de mantequilla. Al levantarse, cogió la bata que había en una silla mientras se dirigía a la sala.

—¿Aló? —Seguía teniendo la voz ronca del sexo; carraspeó para aclarársela—. ¿Aló?

—¿Lali? ¿Mariana Espósito? —El corazón de Lali le dio un vuelco al oír en voz alta, por primera vez desde hacía seis semanas, su verdadero nombre.

—Señor Lavalle —susurró. Estaba claro que las reglas se habían acabado. Estaba usando su verdadero nombre y no se quejó cuando Lali hizo lo mismo con él. Algo iba muy, muy mal.

—Así es. Héctor Lavalle. Ahora, quiero que me escuche muy bien, Lali. Tenemos motivos para creer que su identidad ha sido desvelada. No estamos completamente seguros, pero preferimos no arriesgarnos. De ahora en adelante, no quiero que salga de su casa. No quiero que hable con nadie; ni que se ponga en contacto con nadie. Con nadie en absoluto, ¿me entiende? No puede confiar en nadie. Puede estar en peligro y vamos a buscarla. Ahora escuche, esto es lo que quiero que haga...

Se le resbaló el teléfono de las manos debido a los nervios y cayó estrepitosamente sobre la mesa. Podía oír la voz de Héctor Lavalle gritándole desde el auricular; un sonido apenas perceptible:

—¿Lali? ¡Lali! ¡Respóndame! ¿Qué está pasando? ¿Lali?

—¿Quién era? —preguntó una voz ronca a sus espaldas.

Lali ahogó un grito y se giró. Peter estaba en la puerta, apoyado sobre el marco. «No quiero que hable con nadie. No quiero que confíe en nadie», le había dicho Lavalle.

Bueno, aunque Peter no hablaba demasiado, acostarse con él probablemente estuviera entre la lista de cosas que no hacer de Lavalle.

—Nadie —dijo casi sin aliento. Se agachó sin ver y colgó el teléfono—. Absolutamente nadie. Se... se habían equivocado de número. —Tenía la bata abierta. Era de locos. Peter y ella acababan de hacer el amor y allí estaba ella, tapándose con fuerza con la bata. Peter dio un paso adelante y Lali retrocedió instintivamente.

—¿Lali? —Peter frunció el ceño—. ¿Qué sucede? —Caminó hacia ella, que retrocedía cada vez, hasta que se dio contra la pared. Lali agarró la pared que había detrás de ella, como si pudiera protegerla. Como si hubiera algo capaz de protegerla de Peter.

Era tan fuerte que le daba miedo. No lo había visto muchas veces desnudo a plena luz. Era imponente. Tenía los brazos y hombros llenos de músculos, fuertes y poderosos. Si la atacaba, no tendría sentido que luchara contra ellos. Peter podría acabar con ella en un segundo si quería.

Lali recordó haber leído en alguna parte que los soldados de Esparta peleaban desnudos para aterrorizar al enemigo.

Bueno, ahora entendía porqué. Ella estaba aterrorizada.

Peter se detuvo junto a ella y puso un brazo a cada lado de Lali. Estaba atrapada.

Miró fijamente su pecho, a la hendidura en que se unían los pectorales, antes de subir poco a poco la mirada. Su rostro era inexpresivo. Era el rostro de un desconocido. El rostro de su amante.

«No confíes en nadie».

Alargó una mano temblorosa para tocarle la barbilla. Podía sentir el movimiento de los músculos de la mandíbula. Sacudió la cabeza despacio, sin perderlo de vista.

—Que Dios me ayude, si no puedo confiar en ti... no quiero seguir viviendo.

Peter no contestó. Abrió los brazos y Lali se abalanzó sobre ellos.

Después de mecerla unos minutos, Peter la llevó al sillón y se sentaron. Lali le rodeó el cuello con las manos y lloró. Era completamente imparable. Lloró de rabia, desesperación y miedo, aferrándose con fuerza a él, que no decía nada. Se limitó a quedarse sentado y a acunarla hasta que se tranquilizó.

A Lali se le ocurrió que a lo mejor ésta sería la última vez que vería a Peter. Lo que sentía por él era tan fuerte, mucho más de lo que hubiera sentido nunca por un hombre y, ahora que lo había encontrado, iba a perderlo.

En una hora, tal vez en dos, la policía vendría a buscarla y se la llevaría a otra parte. Desaparecería en mitad de la noche.

Sabía muy bien que tendría que cortar todo lo que la uniera a su vida anterior. A sus vidas, en este caso. Así que dejaría Fiambalá para siempre y acabaría en vaya a saber uno donde, con un nombre y una identidad nuevos. El juicio de Fadul no se llevaría a cabo hasta dentro de unos meses, según le había dicho Lavalle. Después, tendría que mantenerse en el programa hasta que todos los recursos hubieran finalizado; eso sería un año, a lo mejor dos, antes de ser libre para poder ir a donde quisiera.

¿Lo suyo con Peter aguantaría un par de años de ausencia? Era todo tan nuevo, tan reciente... Sólo llevaban dos semanas siendo amantes, de las cuales una él no había estado. Ni siquiera habían hablado demasiado. La mayor parte del tiempo que pasaban a solas estaban haciendo el amor. A lo mejor eso era todo; sexo.

Aun así, le estaría eternamente agradecida a Peter por el tiempo que habían pasado juntos. La había mantenido cuerda, especialmente durante las noches. Tuvo un repentino flash de ella misma en su nueva vida; en algún pueblecito anónimo de algún sitio, completamente sola... y se dio cuenta de lo mucho que Peter significaba para ella.

Estaba sentada sobre su regazo. Él seguía desnudo, y podía sentir su erección bajo los muslos, pero no se la estaba frotando contra ella. Había hundido la cabeza en el cuello de Peter, que apoyaba la barbilla en su cabeza. Le besó el cuello, fuerte, cálido y húmedo de sus lágrimas.

—Tengo que contarte algunas cosas —le dijo en voz baja, secándose los ojos en los hombros de él.

—Sí. —Sintió que asentía con la cabeza—. Te escucho.

Continuará…