Capítulo 84

¡Estoy aquí otra vez ♫  ♪ ♫! No sé qué les pareció el capítulo anterior, al final, pero ya mañana las leeré por partida doble para saber sus reacciones ;) Gracias por leer! Saturday night, #Enjoy!!!! Las quiero y hasta mañana!!!!!! Besos

Twitter: @Caparatodos

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Héctor Lavalle acababa escuchar a un hombre suicidándose. Pero no se trataba de un hombre cualquiera... si no de su mejor amigo desde hacía veinte años.

El hombre que había traicionado a Mariana Espósito era Andrés Ballón.

Capítulo 84:

—¡Bienvenidos! —dijo Euge alegremente. Era por la tarde y había una tormenta terrible. Peter le puso una mano en la espalda a Lali y atravesó la puerta de Sortie, muerto de miedo.

Aquello no le gustaba nada.

—Entren —les dijo Euge, agarrando a Lali de la mano—. Tienes que ver cómo decoramos los platos, te va a encantar. Y Nadia ha hecho un pan de anís que te mueres.

«Dios, espero que no», pensó Peter con amargura, soltando la mano de Lali. No quería que se alejara demasiado, aunque fuera para seguir a Euge a la cocina. Le hizo una seña a Pablo, quien se levantó y siguió a las dos mujeres. Lali se quedó donde estaba, junto a la ventana, mirando fijamente el local y la calle. Ambos eran buenos hombres.

Peter miró a su alrededor. Por primera vez aquel día, dio gracias por la tormenta. Muy pocos que no conociera habían podido ir a la fiesta. Leonardo, más que orgulloso, estaba sentado con Stefano en una mesa que había cerca de la cocina. En otra mesa, tres familias de Fiambalá, estaban pasándola bomba; y había otras dos parejas de El Puesto que conocía, aunque no recordaba sus nombres. Además, una pareja mayor a la que no conocía se deleitaba con una selección de los mejores postres de Nadia; pero ambos rondaban los setenta y Peter resistió la tentación de acercarse y pedirles el documento.

Observó a un tipo al que no había visto nunca. Parecía un vendedor ambulante; se lo quedó mirando fijamente hasta que, un par de minutos después, el tipo alejó la vista para encontrarse con la mirada hostil de Salvador. El hombre tamborileó un par de minutos sobre la silla, dejó el tenedor en el plato y se levantó, rebuscando dinero en los bolsillos. Al poco, la pareja de ancianos se fue también.

Peter vio a la joven rubia con la que había estado hablando Lali cuando fue a buscarla y la sacó de la reunión de mujeres. Se preguntó si debería acercarse a la joven a pedir disculpas por su comportamiento del otro día, pero al final decidió que no era necesario. A la mierda los modales.

Peter se giró con los ojos entrecerrados hacia el alboroto que había en la puerta. Ya tenía la mano puesta en la pistola cuando se dio cuenta de que sólo era la voz de Renato Muños felicitando a Nadia y a Euge. Respiró hondo para tranquilizarse.

Lo había calculado a propósito para llegar justo para cuando los últimos clientes se estuvieran yendo. Estaba casi seguro de que no habría clientes para cenar; durante todo el día habían anunciado una tormenta fuerte, y sólo un loco se arriesgaría a salir a la carretera con ese clima.

Peter se sentó en la mesa que Euge les había reservado y esperó con resignación a que Lali saliera de la cocina. Por enésima vez aquel día, Peter se arrepintió de haber aceptado que Lali fuera a celebrar con sus amigas, y rogó por que pronto se terminara.

Era la última vez que le permitiría ir a un lugar público antes del juicio, fuera cuando fuera.

Empezaba costarle hacer todo. Peter no sabría cuánto más podría aguantar aquella situación; si pudiera convencerla para que se quedara con él... torció de pronto la boca en una sonrisa; la primera desde hacía una semana.

Claro, eso solucionaría todos sus problemas. Si pudiera convencer a Lali de que se quedara con él, todo sería mucho más fácil. Se permitió soñar despierto un rato. A lo mejor podría convencerla para que decorara un poco la casa, como había hecho con Euge y Beatriz. Que la hiciera más agradable. Tal vez pudiera convencerla para que se quedara. A lo mejor, si jugaba bien sus cartas, podría convencerla para que se quedara permanentemente...

—No sabes lo que me gusta verte sonreír —dijo Lali, deslizándose en el asiento que había junto a él—. Empezaba a pensar que se te había quedado el ceño fruncido para siempre.

Euge puso dos enormes platos delante de ellos.

—Un poco de todo —le dijo a Peter—. A comer. —Peter fue incapaz de reconocer la mayor parte de lo que había en el plato.

Pero Lali parecía saber qué era todo aquello.

—Mmm —suspiró, cerrando los ojos y saboreándolo todo—. Soufflé de papa; puré de manzana; pavo... Nadia se superó.

Euge rió feliz.

—Sí, está buenísimo, ¿no? Prueba el pavo. El editor de la sección culinaria del diario estuvo aquí y le gustó tanto que va a escribir un artículo. —Euge miró a su alrededor—. Aunque menos mal que no todo el mundo ha podido venir; aún no tenemos todos los problemas solucionados. Hemos encargado demasiados pavos, pero pocas verduras; además, estamos quedándonos sin café y tortas. Aun así —dijo, encogiéndose de hombros—, conforme vayamos ganando experiencia, irá mejorando. Para ser principiantes, no lo estamos haciendo tan mal.

Peter se puso manos a la obra, aunque no tenía mucha hambre. Empezó masticando despacio, y enseguida se animó. No, no lo estaban haciendo nada mal. Disfrutó de dos mordiscos antes de que su placer se viera interrumpido de golpe.

Sonó su celular y, al ver quién era, se quedó helado. Era el número de Lavalle. No podía ser nada bueno.

Continuará…