sábado, 26 de abril de 2014

Capítulo 83


Hola, hola!!!!! ¿Cómo les va? Espero que todo bien!!!! Les cuento, hoy voy a subir este, porque el final tiene que ser este final de capítulo para que quede :O y meterle intriga jajaajjja y en un rato subo otro porque este es muy cortito y no es justo para ustedes que por mi maniatiquería lean menos de lo promedio! ;) Así que en un rato las leo!!!! Firmen, disfruten y espero les guste!!!! Buen finde!!!

Twitter: @Caparatodos
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De repente, necesitó que Peter supiera que le importaba. Levantó la cabeza para decírselo, pero le puso un dedo en los labios.

—Duerme ahora, chiquita —le susurró—. Mañana tienes una fiesta.

Capítulo 83:

—¡Hey, Lavalle! —La voz del joven ayudante resonó en la oficina vacía.

—Buenas—respondió gruñendo Héctor Lavalle mientras le daba un mordisco a su sándwich. Eran las nueve de la noche y estaba haciendo horas extra. Otra vez.
Lavalle recogió el paquete marcado con el sello de URGENTE y lo abrió, despidiendo al ayudante con un gesto de la mano. Era un disco.

Héctor suspiró y sacó la hoja que venía adjunta; estaba cansado y sin fuerzas. A lo mejor Andrés lo había contagiado; hacía dos días que estaba enfermo, sin ir a trabajar, y a Héctor se le empezaba a acumular el trabajo.

Leyó el mensaje sin concentrarse del todo en lo que decía. Habían estado interviniendo el teléfono de José Ignacio Ferrero por un caso de drogas que no tenía nada que ver con el caso de Fadul, pero el agente encargado le había enviado el audio considerando que podría resultarle interesante.

Lavalle metió el disco en la computadora, tentado por la curiosidad. Llevaba demasiado tiempo haciendo horas extra y, por primera vez, la idea de pasar el día con su familia política le atraía más que estar allí.

Se estremeció. No podía ser; estaba cansado, eso era todo. Lavalle volvió a desear que Andrés no se hubiera enfermado. Pulsó el botón de play.

El sonido llegaba un poco mal y le costó unos minutos darse cuenta de qué decían y quién lo decía. En cuanto lo hizo, se le pusieron los pelos de punta. Detuvo el audio y volvió a empezar. Tamborileó los dedos unos segundos sobre la mesa, sin atreverse a volver a pulsar el botón de play; sabía que, después de eso, no volvería a trabajar igual. Lo pulsó.
Se oyó el ruido de un teléfono y después una voz impaciente.

—¿Sí? Ferrero al habla.

—¿Señor Ferrero?

—Sí, soy yo. ¿Quién es?

—Un amigo, señor Ferrero. O, más bien dicho, un amigo de Isaías Fadul.

—Lo escucho.

—Sé dónde está Mariana Espósito...

—Espere un segundo. Sabe que no puedo escuchar ese tipo de información. Iría totalmente en contra de la ley.

—Bueno, y cómo…

—Pero imaginemos una situación hipotética. Imaginemos que cuelgo el teléfono ahora y dejo que su llamada se vaya al buzón. Cuando deje su mensaje, yo estaré fuera de la habitación, así que no sabré qué ha dicho. E imaginemos... hipotéticamente, claro, que cuando visite a mi cliente llevara el audio. Sigamos imaginando que tuviera que mostrarle otra parte de ese audio. No sabré qué dice el mensaje hasta haberle dado play y, para entonces, será demasiado tarde. ¿Me entiende?

—Por supuesto.

—Bueno, entonces cuando cuelgue, saldré de mi oficina y estaré fuera un cuarto de hora, ¿con eso está bien?

—Sí, no es más que una dirección. Pero quiero dinero. Quiero la mitad de la recompensa. Quiero un millón de dólares...

—No sé de qué está hablando. Pero si tiene cualquier petición, dígasela al buzón de voz.

Se oyó el click del teléfono al colgar y Lavalle apagó el audio. No quería seguir escuchando. Se sentó con la cabeza entre las manos y dejó que la tristeza lo embargara. Tenía que hacer un millón de cosas y andaba escaso de tiempo, pero necesitaba un minuto para pensar en silencio.

El hombre que había vendido la información acerca del paradero de Mariana Espósito iba a ser perseguido por la ley. Perdería su trabajo, su sueldo, sus amigos y su libertad. Atentar contra la seguridad en beneficio propio conllevaba a una pena de hasta 25 años de cárcel. El hombre ya había perdido a su familia.

Héctor Lavalle acababa escuchar a un hombre suicidándose. Pero no se trataba de un hombre cualquiera... si no de su mejor amigo desde hacía veinte años.
El hombre que había traicionado a Mariana Espósito era Andrés Ballón.

Continuará…

5 comentarios:

  1. No lo puedo creer,definitivamente necesito otro

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  2. Por algo dicen q el sospechoso siempre esta cerca!Pobre Lavalle ,q decepcion !

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  3. K cerca lo tenia Lavalle.
    Quien menos te imaginas ,te traiciona x dinero.Pobre Lavalle ,k gran decepción se llevó.

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  4. omg , es super la noveeeeeeelaaaaaaaa, ahh no se c,m decirtelo es lomejor q leiiiiii , creeme si algundia llegas a publicar un libro sere la primera en comparlo jajaj masssssss

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