Capítulo 88

Hola!!! ¿Cómo les va muchachas? Espero que todo bien por ahí y ya listas para el feriadito de mañana! :D Gracias por leer y por estar tan metidas con la nove, me encanta leerlas y ver cuánto la disfrutan!!! Son lo más ;) Igual, les cuento que está llegando a su fin…! Besos y hasta mañana!!!!

Twitter: @Caparatodos

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No quería sentarse, pero las rodillas le fallaron. Le estaba costando asimilar lo que Peter acababa de decirle.

La pesadilla terminó.

Capítulo 88:

Semanas y semanas de miedo agonizante, de soledad tan profunda que a veces pensaba que moriría sólo de eso. Semanas de aislamiento y exilio. De despertarse sudando y temblando de miedo.

La pesadilla terminó.

De su pecho salió un sollozo, y luego otro. Y otro.

—Ay, Dios —dijo entre lágrimas y sin poder respirar bien.

Peter la agarró de las manos suavemente.

—Ya está. Ya no tengo que quedarme aquí. Puedo hacer lo que quiera, puedo volver a casa. Oh, Dios mío, puedo volver a casa. No veo el momento. Ay, no veo el momento. Quiero irme a casa ya. —Las lágrimas rodaban por sus mejillas como nunca antes y el corazón le latía desbocado en el pecho. Lali apenas se dio cuenta de que Peter la había soltado.

Se pasó las temblorosas manos por el pelo. Sólo podía pensar en una cosa: volver a casa.

La pesadilla terminó.

Miró a su alrededor y se concentró en Peter, que se alejaba. Santiago también se estaba alejando. Pablo le daba la espalda y estaba quieto, junto a la puerta.

De repente, Lali recordó lo que había dicho y le preocupó qué interpretaría Peter. Pensaría que se refería a que quería irse a casa y no volver nunca más. Pero no se refería a eso... para nada. Lo que de verdad había querido decir era... era... no tenía ni idea de qué había querido decir.

Lali trató de poner sus ideas en orden, pero no funcionó. Sólo le provocó dolor.

Se dio cuenta de los progresos que había hecho en entender a Peter, de lo bien que se le daba ahora ver en su rostro lo que pensaba. Peter estaba de pie, frente a ella, derecho, alto y ancho, y su rostro era impenetrable.

Santiago estaba sacando a los dos agresores por la puerta. Pablo ya se había ido. Y Peter tenía una mano en el marco de la puerta.

—No te molestarán nunca más. —Su voz era tan distante como su rostro—. Lavalle dijo que te llamaría para hacer una declaración, pero no será en un futuro cercano. Te reservaré un pasaje para mañana; uno de mis hombres te llevará al aeropuerto.

—No, yo... —Lali estiró una mano. No podía soportar ver esa mirada perdida en la cara de Peter. Pero su cuerpo era una oleada de sentimientos que no podía controlar. Se mordió el labio y dejó caer la mano.

Quería decirle un montón de cosas a Peter, pero al parecer no iba a poder, porque antes de que le diera tiempo a levantarse, él ya se había ido.

Puede que fuera mejor así.

No había forma humana de que pudiera explicarle nada a nadie, aquella noche no y en ese momento menos aún.

Lali se recostó en la silla; esa espantosa silla de rota.

La sorprendió darse cuenta de que iba a extrañar esa estúpida silla. La que tenía en Buenos Aires estaba tapizada con una fina tela beige, pero esta espantosa silla tenía... personalidad.

Iba a extrañar un montón de cosas.

Volvía a casa. Por primera vez, Lali se permitió saborear la idea. Casa.

Casa.

¿Pero qué tenía allí? ¿Cuál era su casa ahora? ¿Qué la esperaba? ¿Su trabajo? Pese a que consiguiera recuperar su trabajo, enseguida se hartaría de él. Pero si hasta había barajado la posibilidad de independizarse.

Vería a Candela y a Jerónimo.

Aunque, de repente, Lali se dio cuenta que durante el tiempo que llevaba en Fiambalá, nunca se había preguntado cómo les estaría yendo. En la oficina, Jerónimo, Candela y ella se había llevado bastante bien, leían los mismos libros y se reunían los sábados a tomar un café y conversar. Pero eso era todo.

No era como allí, que estaba involucrada en las vidas diarias de sus amigos. Quería saber cómo le iba a Euge, si Sortie sería todo un éxito. Quería seguir probando las deliciosas recetas de Nadia. Quería ayudar a Beatriz a redecorar su tienda. Stefano le había mencionado que había escrito ciento veinte páginas de ciencia ficción y quería leerlas.

No podía dejarlos.

Lali se quedó mirando el húmedo hocico que había junto a ella. Federico, su gato siamés, habría encontrado ya otra familia a la que mandar. No como Frodo, que la necesitaba. No podía dejarlo.

No podía dejar a Peter.

Ni en un millón de años.

La emoción y el alivio del momento la habían hecho reaccionar así, pero ahora empezaba a verlo todo mucho más claro. Quería que Peter volviera... su Peter, que la hacía sentir a salvo y excitada al mismo tiempo, que la regañaba y le arreglaba las cosas.

La efusividad de emociones empezaba a remitir, dejándola más tranquila y decidida.

Había sido una tonta, pero no pasaba nada. Peter la perdonaría. Tenía que hacerlo, de lo contrario... pelearía. Ya habían luchado una vez en broma, y él se había reído tanto que se las había ingeniado para hacerlo caer al suelo.

Bueno, aunque él tuviera ese estúpido orgullo, no era su caso. Lali se levantó, agradecida de que por fin las rodillas le respondieran.

Levantó el teléfono y se lo quedó mirando. No tenía linea. Lo sacudió, como si así fuera a conseguir arreglarlo. El teléfono sonó y, sorprendida, dejó el auricular y lo miró fijamente. Volvió a sonar y entonces se dio cuenta de que lo que sonaba era la puerta, y no el teléfono.

Fuera quien fuera, tendría que irse porque ahora mismo no quería hablar con nadie que no fuera Peter.

Lali abrió la puerta y se encontró con Tatiana Olavide.

—Hola —dijo, sonriendo tímidamente—. Me voy. Vuelvo a casa, con papá. Supongo que, después de todo, tenía razón. Sólo quería despedirme. ¿Puedo pasar un minuto?

Definitivamente, Tatiana no era Peter. Lali quería que se fuera, pero sus buenos modales ganaron. Se despediría de Tatiana y luego iría corriendo a buscar a Peter.

—Claro. —Lali sonrió forzadamente y retrocedió para que pasara—. Pasa.

—¡Qué tarde más movidita la que tuvimos! —dijo Tatiana. Dejó la maleta en el suelo—. Estaba muerta de miedo.

—Sí. —Lali se dirigió a la cocina, puso agua a hervir y volvió con dos tazas—. Por suerte, todo terminó.

—Bueno, ese es el problema, Lali —dijo Tatiana con pesar—. Me temo que no ha terminado.

Tatiana Olavide tenía un arma, y la estaba apuntando a ella.

Continuará…