Capítulo 27

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Lali lo miró. Tenía las mejillas cubiertas de lágrimas. La esperanza se había acabado. No siguió sus pasos hasta secar las lágrimas. Cuando llegó al auto, se arriesgó a mirarlo. Pero en lo que a él respectaba ya no había nada más que decir.

Capítulo 27:

Un poco más tarde, contemplando a Lali alejarse por la vereda, Peter se dijo a sí mismo que era un estúpido. Ella llegó a la puerta de su casa, se volteó por última vez, y desapareció en el interior. Peter se quedó solo con el recuerdo de aquellos pelos largos y las caderas flotando ante sus ojos.

—¡Estúpido! —repitió en voz alta.

Tenía blancos los nudillos de la fuerza con que sujetaba el volante. Desde que Lali había aparecido con sus ojos tristes y su compasión en el entierro de su madre, Peter no había actuado de una forma racional. Supo que la decisión que había mantenido inamovible durante tantos años se tambaleaba. Había jurado que jamás tendría nada que ver con ella otra vez. Sin embargo, nada más con llegar a Arcadia, la había invitado a cenar, la había abrazado, la había llevado a su escondite secreto y había accedido a resolver el crimen con su compañía.

Además, habían quedado a las nueve del día siguiente para el viaje a Buenos Aires y hacer una visita a Martha Calderón.

Una locura. Peter había construido una vida en Buenos Aires que no incluía las miserables sospechas de un pueblo ni el silencio de la mujer que amaba. Había logrado tener una posición como novelista de éxito a base de ambición y duro trabajo. Tenía un departamento en Buenos Aires, un grupo de amigos, compañía femenina cada vez que la deseaba y cierta felicidad.

No conseguía explicarse por qué estaba dispuesto a tirarlo todo por la borda sólo por poder ver a una vez más Mariana Espósito. La luz del atardecer envolvía la casa de su madre en unas sombras que reflejaban su estado de ánimo. ¿Qué había esperado al exigir explicaciones cuando sabía que no había nada completamente blanco o negro? Sacudió la cabeza porque sabía la respuesta.

Quería que ella le dijera que lo sentía, que se había arrepentido de su silencio desde ese mismo día porque siempre lo había amado. Sobre todo, quería que le dijera que todavía lo amaba. Sin embargo, ella había dado vueltas y había murmurado algo acerca del autoritarismo de su padre.

—Nunca tendría que haberle preguntado. Nunca debería haber permitido que volviera a aparecer en mi vida.

Salió del auto y vio que Daniel estaba sentado en su entrada al otro lado de la calle. Peter levantó una mano para saludarlo, pero Daniel no respondió. Se levantó de su silla y se metió a la casa. Peter pensó que cuando ni siquiera el contador del lugar lo saludaba era una señal de que nadie lo quería ver allí.

Horas más tarde, Peter estaba en la cama mirando al techo. Casi nunca se arrepentía de sus acciones, pero tenía que reconocer que la decisión de quedarse en Arcadia había sido un error. Unos días antes, había llegado a creer que podría empezar una nueva y más sencilla vida en el lugar que lo había visto crecer. Pero se había engañado a sí mismo. ¿Acaso no había tenido siempre una vena desafiante que impregnaba sus acciones? ¿Cómo se le había podido ocurrir que podría vivir satisfecho en Arcadia?

Juntó las manos detrás de la nuca y suspiró. La parte más conservadora de sí mismo añoraba una mujer y una familia, pero tenía treinta y dos años y no estaba más cerca del matrimonio que cuando tenía veinte. Todas sus relaciones se habían terminado pasados unos pocos meses. Pensó en la última mujer que había conocido en Buenos Aires. Era una rubia de rasgos delicados y una belleza clásica, pero su recuerdo lo dejó helado. Sabía que pensar en Lali tendría sobre él un efecto completamente distinto, pero se rehusó a hacerlo. Ya había pensado en ella demasiado. Peter cerró los ojos y se sumió en un sueño profundo.

Los bosques de Palermo, eran una mezcla de la agonía del pasado y de las promesas del presente. Los árboles adornaban la avenida. Peter iba a baja velocidad porque los turistas cruzaban la calle sin prestar mucha atención al tráfico. Lali se alegró de que el auto fuera descapotable porque así podía disfrutar del aire fresco.

La primavera era una maravillosa explosión de flores, fragancias, lluvias refrescantes y un tiempo casi perfecto. Lo único que molestaba a Lali eran las grandes cantidades de turistas que lo invadían todo. Había sido una chica de pueblo durante demasiado tiempo como para encontrarse cómoda entre la multitud.

—Es muy hermoso, ¿no te parece, La?

Lali se limitó a asentir en silencio. La conversación durante el viaje había sido muy impersonal. Tenía la impresión de que Peter había declarado una tregua. Ella había pasado una noche horrible recordando la discusión que habían tenido y no estaba dispuesta a declarar otra guerra.

Al fin llegaron a la casa de fachada gris donde vivía Martha Calderón. Peter silbó por lo bajo para verla.

—No sabía que los Calderón tuvieran tanto dinero.

Lali sacudió la cabeza. Por primera vez desde que había comenzado el viaje podía centrar su atención en algo que no fuera Peter. Más allá de la hermosa fachada, las ventanas necesitaban mantenimiento, el jardín estaba descuidado y todo la casa necesitaba una mano de pintura.

—No lo tienen. Como muchas otras familias, tienen esta casa. Sin embargo, necesitan hasta el último centavo para conservarla.

—¿Y tú cómo sabes? —preguntó él mientras caminaba a su lado.

Peter la tomó del brazo. Lali sintió que se le ponía la piel de gallina por la excitación que despertaba con su solo contacto.

—Peter, trabajo en una tienda. La gente habla. Apuesto a que conozco un poco de la vida de todo aquel que haya vivido en Arcadia alguna vez.

—¿Nunca te has cansado de vivir en un lugar donde no hay secretos?

Continuará…