Capítulo 52

Hola, hola!!! Qué tal?! Feliz domingo de resurrección o pascuas para todas! Que sirva para reflexionar y no solo para comer chocolate eh! :P Empiecen con todo la semana y terminen de 10 el domingo!!! Besos y mañana nos leemos ;)

P.D.: Alguna de ustedes quisiera hacer la carátula/portada/foto o como quieran que le llamen de esta nove para subirla una vez que termine?! Gracias desde ya por la ayuda!

Twitter: @Caparatodos

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—Sólo de que hacía frío.

—¿Qué crees que pasó, Daniel?

Capítulo 52:

—Si te lo digo, volverás a molestarte como la última vez que te acompañé al trabajo.

Lali le puso la mano en la mejilla.

—Es probable que tengas razón. Gracias. Eres un buen amigo. La próxima vez que me enoje tú deberías hacer lo mismo.

—Nunca podría enfadarme contigo, Lali. Siempre serás mi chica.

Lali sonrió dejando que el comentario le resbalara como agua de lluvia.

—Te acompañaré a tu casa —se ofreció él.

—No, gracias. Eres muy amable, pero quiero estar sola un rato. Una de las cosas que tiene de bueno este lugar es que una mujer todavía puede caminar sola por la noche.

Sin embargo, al salir de la casa se preguntó si seguiría siendo verdad. Una voz anónima la había amenazado. ¿Corría peligro al pasear sola? Tal vez había hecho mal en no prestar atención. Tal vez no debería haber rechazado la oferta de Daniel. Pensó en ir a la casa de Peter, pero las luces estaban apagadas y siguió de largo.

Le desanimaba sentirse tan nerviosa en la ciudad que siempre había significado para ella seguridad. Oyó el primer ruido cuando dobló una esquina. Parecía como si un pie humano hubiera roto una rama caída. Lali volteó la cabeza, pero sólo había oscuridad.

Apuró el paso. Oyó una rápida sucesión de pisadas, o al menos, eso le pareció. Asustada, caminó aún más deprisa. El grito de un gato le puso los pelos de punta, pero fue el sonido de una respiración trabajosa lo que la hizo correr. No tenía la ropa ni el calzado adecuado, pero corrió con todas sus fuerzas. Había muerto una niña y Abel había aparecido ahogado. No tenía la menor intención de convertirse en la siguiente casualidad.

Si hubiera podido pensar con claridad se habría detenido a las pocas cuadras, pero sólo quería estar en la seguridad de su casa. Delante de la entrada tropezó con una piedra y cayó al piso. Su rodilla derecha se llevó la peor parte del golpe. Se tocó y notó un líquido en el sitio donde se había roto el pantalón. Ignoró la herida, se levantó y siguió corriendo. Las lágrimas brotaban de sus ojos al llegar a la puerta. Como de costumbre, no había dejado la luz prendida.

Rebuscó en su cartera. Se regañó a ella misma por su mala costumbre. El perseguidor podía llegar en cualquier momento. Todo lo que tenía que hacer era acercarse por la espalda, taparle la boca y apretar su garganta hasta que dejara de respirar.

—Lali, ¿te pasa algo?

Lali se dio la vuelta y vio una sombra levantarse de la mecedora. Intentó gritar, pero ningún sonido salió de su garganta. La sombra se acercó. Esperaba haber encontrado su destino cuando descubrió que se trataba de Peter. Corrió a sus brazos desesperadamente.

Peter la apretó con fuerza y se alegró de haber cedido al impulso de verla aquella noche. No sabía la causa de su conmoción, pero estaba seguro de que tenía que ver con el misterio que se adueñaba de Arcadia.

—¿Qué te pasa, chiquita? —preguntó acariciándole el pelo—. Espero no haberte asustado. Estaba sentado esperando a que llegaras.

Lali lloraba a mares sin preocuparse en frenar las lágrimas.

—Alguien me estaba siguiendo. Escuché pasos y una respiración pesada y…

—Tranquilízate, La. No hay nadie, sólo yo. Dame tu cartera y déjame buscar las llaves.

Cuando entraron, Peter le limpió la herida mientras ella le contaba lo sucedido. Había dejado de llorar, pero el miedo no se le había quitado del todo. Peter estaba furioso pensando en que alguien había tratado de asustarla.

—¿Quién habrá sido? —preguntó ella, sentada en el borde de la tina.

Tenía la rodilla llena de sangre. Peter le había cortado la pernera. Al principio le dolió, pensando en que había arruinado el pantalón, pero se consoló al darse cuenta de que podía haber sido peor. Peter estaba más preocupado de lo que le habría gustado admitir.

—Esto no puede seguir así —dijo él—. Una cosa es que alguien intente incriminarme y otra muy distinta que intente hacerte daño.

—Creo que más bien trataba de asustarme —objetó ella, aunque no lo creía del todo—. Pero, ¿por qué? Hemos hablado con todos los que tenían algo que decir sobre Erika y no tenemos más que cuando empezamos.

—Alguien debe creer que estamos cerca de descubrirlo.

—Pero no es verdad, Peter. Nuestro mejor sospechoso terminó ahogado. La única explicación que tiene sentido es que se suicidó al no poder soportar la culpa por más tiempo. Pero, entonces, ¿por qué han intentado asustarme? No creo en fantasmas. Si hubiera matado a esas dos niñas la locura se habría terminado.

Peter acabó de curarla y le tendió la mano para que se levantara.

—Creo que deberías llamar a Joaquín y contarle lo que ha pasado. Nunca seremos bastante cuidadosos con todo lo que ha estado sucediendo.

Un rato después, Lali estaba sentada en el sillón con un vaso de leche en la mano. Tenía la cabeza apoyada en el hombro de Peter y se sentía cómoda.

—Joaquín parecía más enojado que preocupado. Me ha dicho que no tendría nada que temer si no andará por ahí, interfiriendo en su trabajo.

Peter sonrió porque había esperado esa misma reacción de su cuñado.

—¿Ha sido antes o después de aconsejarte que dejaras de verme?

Lali comenzó a reír. A Peter le alegró que olvidara el susto que se había llevado.

—Las dos cosas. No puede decirse que haya sido discreto.

Se acurrucó contra él. A Peter le gustó la sensación de tener su cuerpo tan cerca. Ella lo había necesitado, tal vez más que nunca, y él había estado allí, deseoso de reconfortarla. Se juró a sí mismo que aquella noche no se negaría el placer de hacerle el amor.

—¿Por qué me esperabas, Peter?

Peter se preguntó si podía decirle la verdad: que no podía soportar un día sin verla. Pero no estaba preparado para hacer esa confesión.

—Fue un impulso. Llámalo sexto sentido, quizás. Pero algo me dijo que no todo iba bien.

—Gracias por haber estado aquí cuando te necesitaba.

Peter le acarició el pelo y la besó en la frente.

—No fue nada. No pienses más en eso.

—No puedo dejar de hacerlo. Pienso en ti a cada momento.

—Yo también pienso en ti —susurró él.

Deseaba hacerle el amor más que charlar, pero entendía que Lali necesitaba sentirse segura. Lo que no sabía era si podía ofrecerle esa seguridad.

Continuará…