Capítulo 41

Hola!!! Yo, por aquí, de nuevo! Cómo les va?! Se nota que están con ganas de leer o muy intrigadas, y me encanta!!!! Gracias por sumarse hoy y nada a seguir leyendo ;) Besos y hasta dentro de un rato! +35

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

—Te equivocas conmigo, Joaquín —dijo Peter cuando las dos mujeres desaparecieron escaleras arriba—. Algún día demostraré que todos me deben una disculpa.

—No aguantes la respiración esperando o no será sólo una niña la que muera.

Capítulo 41:

Lali caminaba por la sala de Ana sintiéndose como un prisionero en la cárcel. Una vez más deseó haberse resistido a quedarse en casa de su hermana. Tampoco quería estar sola, pero estaba segura de que Peter no lo hubiera permitido. Podían haber discutido sus diferencias o estar uno en los brazos del otro. Sintió que la temperatura de su cuerpo se elevaba al pensarlo e intentó concentrarse en otra cosa.

No sabía lo que él y su cuñado habían discutido. ¿Sabía Joaquín que su lugar secreto era donde habían aparecido los restos de Erika? ¿Sabía Peter que ella lo amaba? Su expresión aquella tarde había sido una mezcla de preocupación y dolor. ¿Pensaba que volvía a abandonarlo?

—Lali, Joaquín y yo tenemos que hablar contigo.

Su hermana entró seguida de Joaquín y se sentaron en el sofá haciéndole un gesto para invitarla a imitarlos. Lali sintió curiosidad por saber a qué se debía la seriedad de sus caras.

—¿Tuvieron alguna dificultad para hacer dormir a los niños? Sé que estaban inquietos por lo de Erika. Aunque no es eso de lo que quieren hablar, ¿no?

—Se trata de Peter, cariño —dijo Ana, mirando a su marido—. No sabemos muy bien cómo decirlo pero…

—Espera. Déjame adivinarlo. Quieren advertirme sobre lo peligroso que es. Piensan que mató a Erika y ha secuestrado a Luz. Si lo entiendo bien, la noche en que Erika desapareció estaba conmigo. Es increíble que pudiera estar en dos lugares a la vez ya que yo no tengo nada que ver con la desaparición y asesinato de Erika. Después, vuelve a la ciudad para el entierro de su madre y arriesga toda su carrera de éxito, por no decir su propia vida, y secuestra una segunda niña. Para mí está todo clarísimo.

Joaquín y Ana intercambiaron una mirada de preocupación.

—Lali —dijo Ana—. ¿Sabes algo sobre el padre de Peter?

—No entiendo. ¿Qué tiene que ver su padre con todo esto?

—No debería decirte esto ya que forma parte de una investigación en curso —intervino Joaquín—. Pero hemos decidido contártelo visto que pasas bastante tiempo con él.

—¿Pueden decirme de una vez de qué están hablando?

—Ya sabes que Peter es sospechoso —dijo Joaquín, ignorando el bufido de disgusto de Lali—. Forma parte del proceso investigar la historia de los sospechosos. Llamé a la central y pedí su certificado de nacimiento.

Joaquín hizo una pausa y Lali sintió temor. Por la expresión de su cara sabía que había algo terrible en el pasado de Peter.

—Su padre fue un hombre llamado Pablo Lanzani. Me sorprendí e hice algunas averiguaciones sobre su padre.

—La —intervino Ana—, Pablo Lanzani murió el año pasado en el hospital psiquiátrico de Rosario. Estuvo ingresado desde que se volvió loco hace veinte años —. Lali se preguntó si Peter lo sabría. Era terrible descubrir que su propio padre no había podido resistir las presiones del mundo. Pero ¿por qué le contaban aquello? ¿Qué tenía que ver su enfermedad mental con las tragedias de Arcadia?—. Lali, ¿me has escuchado? —insistió su hermana.

—Sí, pero sigo sin entender por qué me cuentan todo esto.

—¿Y sí Peter salió a su padre?

—¿Perdón? —preguntó Lali, pensando que no había entendido bien.

—¿Y si fue Peter quien secuestró a Erika hace doce años? Admitamos que estuvo contigo. ¿Pero y si la retuvo en algún lugar, fue a verte y después acabó lo que había empezado? —dijo Joaquín—. ¿Y si al volver a la escena del crimen el impulso asesino hubiera vuelto a despertarse en él?

—De todas las estupideces que escuché en mi vida ésta se lleva el premio mayor. ¿Están intentando decirme que debo considerar la posibilidad de que esté loco?

—Pero es una posibilidad.

—Entonces explícame quién se metió en mi casa y destruyó mi cama a cuchilladas. Acuérdate que estoy ayudando a Peter. Ni siquiera tú puedes encontrar un móvil.

—¿Y si destrozó tu habitación para que pensáramos que otro era el responsable de los secuestros? ¿O porque teme que averigües que él es el verdadero culpable? —insistió Joaquín—. Sólo porque estuviste con él antes de descubrir los destrozos no quiere decir que no lo hizo.

—No. Definitivamente esto es el colmo. No puedo creer lo que estoy escuchando.

—Sólo te lo decimos porque estamos preocupados por ti —dijo Ana en tono cariñoso—. Creemos que debes saber a lo que te arriesgas con él.

—Sólo porque el padre de Peter estuviera enfermo no pueden decir que él lo esté. Los dementes no escriben libros, ni lloran la muerte de su madre, ni sufren por la desaparición de unas niñas.

—Tampoco tienen cuernos en la cabeza, ni rabo —contraatacó Ana—. Piensa en lo que te hemos dicho, Lali. Y, por favor, ten cuidado.

—No se preocupen. Les aseguro que tendré cuidado, pero no será de Peter. Alguien destruyó mi habitación, ¿recuerdan? Y ahora, si me perdonan, me voy.

Lali se fue con la cabeza en alto. Ana y Joaquín intercambiaron una mirada y sacudieron la cabeza con preocupación.

Continuará…