Capítulo 44

Hola, Manola!!!! Cómo dicen que les va?! Me da alegría que les guste la nove y las tenga tan intrigadas! Está bueno para ejercitar el cerebro creando hipótesis :P Gracias y más gracias por sus comentarios, coparse hoy con los capítulos y leer la nove! Son inigualables :D Gracias y que empiecen más que bien la semana!!! Un beso enorme y nos estamos leyendo!

Twitter: @Caparatodos

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—Estás diciendo que la secuestraron porque vivía en la casa de al lado. Supongamos que es verdad. ¿Quién puede odiarme tanto como para asesinar a una niña inocente para que me condenen por un crimen?

Capítulo 44:

—Yo iba a preguntarte lo mismo —contestó ella, observando angustiada cómo fruncía el ceño.

—Daniel.

—¿Daniel? ¿Cómo se te ha podido ocurrir eso?

—Para mí tiene lógica. Vive al frente de mi casa y de la de los Calderón en aquella época. Pudo haberme visto hablando con Erika esa noche y esperar a que me fuera para actuar.

—Pero es ridículo que…

—Es quien más desearía quitarme de en medio. Está enamorado de ti, Lali. ¿Y si sabía lo nuestro hace doce años? ¿Y si se volvió tan loco como para no poder soportarlo? Eso incluso podría explicar la desaparición de Luz. Yo volví a Arcadia y nos ha visto juntos. Si funcionó una vez, puede volver a funcionar.

—Brillante. Sólo que tu teoría tiene un fallo.

—¿Cuál?

—Daniel es incapaz de hacerle daño a alguien por no decir que de asesinar. Una vez que cenó en mi casa una mosca estaba molestándonos. Yo estaba ocupada con la comida y le dije dónde estaba el matamoscas pero se negó a usarlo. Me dijo que nunca había matado nada. Al pensarlo me di cuenta de que ni siquiera lo he visto pisar una hormiga.

Lali tenía razón. El Daniel que Peter conocía era la personificación de la tranquilidad.

—De repente sea un fallo en mi teoría, pero sigue siendo la más factible. Es cierto que está locamente enamorado de ti.

—Lo sé y yo lo quiero. Sólo que de otra manera. Me gustaría que algún día pudiera aceptarlo.

—Tampoco le caes bien a Gabriel Flores —continuó ella—. Fue a la tienda el otro día y me dijo que me mantuviera lejos de ti. Supongo que ésa es la razón por la que no nos ha quitado la mirada desde que llegó.

—¿Qué estás insinuando con eso?

—Que tal vez encontró el cuerpo porque sabía dónde buscar exactamente.

—Espera un momento —dijo Peter—. Estás hablando del hombre más admirable que he conocido jamás. En el colegio lo peor que hizo fue olvidar una monografía en su casa.

—Y tú te olvidas que nunca le caíste bien —dijo ella, ignorando el sarcasmo.

—No pensé que tú lo supieras. Es gracioso, han pasado quince años y tengo la impresión de que lo recuerda como si hubiera sido ayer. El día de la discusión me miró con verdadero odio.

—Tengo entendido que te dedicabas a molestarle.

—Era una tontería. En ese entonces, él era la estrella del equipo de básquet y se jactaba de ser el mejor todo el tiempo. Pero yo sabía que podía derrotarlo en un mano a mano. Cuando lo desafié, no podía imaginarme que se lo diría a medio colegio. Yo creí que sólo seríamos él y yo y la cancha vacía…

—Pero fue todo el mundo. Incluso Ana estuvo allí. Lo sé porque recuerdo cuándo me lo contó.

—No fue mi culpa que se rompiera una pierna. Jugaba muy duro porque lo estaba avergonzando delante de sus amigos. Recuerdo que fue el mejor enfrentamiento mano a mano que he jugado en mi vida. Me saltó por detrás cuando yo me disponía a lanzar. Cayó sobre la cancha de cemento y se rompió la pierna. Con eso se terminó la estrella del último año. Siempre me culpó a mí por eso. A veces creo que pensaba graduarse en básquet.

—Todavía te guarda rencor.

—Sí —admitió él—. ¿Pero el rencor es un motivo para asesinar a una inocente? A mí me parece que no.

Lali miró a Gabriel y descubrió que éste seguía mirándolos. Aquella ocasión, no sólo no desvió la mirada sino que entrecerró los ojos para observar a Peter.

—No le caes bien, eso es seguro.

—A la mayoría de la gente en este pueblo no le caigo bien. Tu cuñado, Joaquín, es el ejemplo perfecto y no creo que él sea el asesino. ¿Acaso tú lo crees?

—Por supuesto que no. ¡Por el amor de Dios! Es el jefe de policía.

—¿Quién, entonces?

—¿Quién más tiene algo en tu contra?

—Tal vez te equivoques al pensar que yo soy el motivo. Tal vez el asesino simplemente sea un psicópata, un loco.

«Un loco», repitió Lali para sí. Alguien que aparenta ser perfectamente normal, pero que está trastornado. Lali se obligó a dejar de pensar antes de que fuera demasiado tarde.

—¿Qué te pasa, Lali? Te pusiste pálida en menos de un segundo.

—No, nada. No te preocupes —dijo ella, forzando una sonrisa—. Estoy bien.

—El viejo Abel Pintos está loco —dijo Peter al cabo de un rato—. Lo vi hace unos días. Eran las doce y ya estaba completamente borracho. Gritaba algo sobre la condenación eterna. Me dijo que me arrepintiera de mis pecados.

Abel era una institución en Arcadia, tan viejo como los árboles de la plaza. Vivía con una vieja y se gastaba la mayor parte de su dinero en vino barato. Joaquín lo había encerrado varias veces por conducta escandalosa y había ido en varias ocasiones a un centro de desintoxicación. Nunca se había curado.

—¿Crees que puede estar detrás de todo esto? —preguntó Peter.

Lali se mordió el labio. Sabía que los chicos de la ciudad lo molestaban por su aspecto desaliñado y su permanente estado de embriaguez. A Abel no debían gustarle los niños.

—Es posible. No sé por qué no he pensado antes en él. Quizás, mañana, deberíamos buscarlo para hablar con él.

—Ni hablar. Después de lo de anoche no quiero que te metas en nada. Hablaré yo con él.

Lali tomó un sorbo de su café y aprovechó para mirar a Peter con disimulo. No significaba mucho, pero estaba sinceramente preocupado por ella. Ya era algo. Sin embargo, no era lo bastante como para impedirle hablar con Abel.

Continuará…