Capítulo 52

Hola, hola!!!! ¿Cómo les va? ¿Qué tal arrancaron el día? Espero que todo bien! Les subo nove tempranito, dedicada a Chari que hoy cumple su aniversario 30 :O No es moco de pavo, chicas!!! Así que nada, para festejar subo uno ahora y a la noche, antes o después de mi examen, depende de cómo van leyendo subo el otro ¿¿¿les parece??? Bueno, nos leemos más tarde y lean mucho!!!!! Besos y tengan buen día!

¡¡¡¡FELICITACIONES Chari!!!!! Hay que saber llegar y disfrutar tanto lo bueno y lo malo durante los años ;) Que sean muchos más viviendo momentos lindos! (siii al final siempre me pueden, son mi talón de Aquiles jajajaja)

Twitter: @Caparatodos

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Giró y comenzó a subir los escalones. Ella miró alrededor, él le agarró la mano y la hizo subir detrás de él. Subieron tres escalones más y todo resultó muy fácil.

Capítulo 52:

La noche se había vuelto realmente fría cuando llegaron al auto y Lali estaba quería llegar a su casa para darse un largo baño caliente. Pero quince minutos después estaba sentada en el sillón de Peter, los brillantes ojos amarillos y negros de su loro la mantenían inmóvil en el asiento. Peter andaba, de un lado al otro, por la sala de estar con el teléfono en la oreja. Hablaba lo suficientemente bajo para que no lo escuchara, luego entró al comedor.

—Hazte esta pregunta. ¿No crees que deberías sentirte especial? Contesta, idiota.

Lali se asustó y volcó toda su atención a Sam.

—¿Perdón?

El loro agitó sus alas dos veces, luego voló al brazo del sillón. Se balanceó sobre sus patas, inclinó la cabeza y la analizó.

—Ah... Paula, ¿quieres una galletita? Dale, alégrame el día.

Supuso que tenía sentido que el loro de Peter repitiera las frases de una película. Se quedó quieta mientras el ave caminaba por el respaldo del sillón; tenía un aro metálico alrededor de una de sus escamosas patas.

—Lorito bonito —dijo ella suavemente y miró hacia donde estaba Peter. Todavía estaba en el comedor dándole la espalda mientras apoyaba todo su peso sobre un pie. Sostenía el teléfono entre el hombro y la oreja mientras se masajeaba el otro hombro con la mano libre. Durante un segundo se preguntó si se habría lastimado ayudándola a bajar de la terraza, pero entonces Sam dejó escapar un silbido agudo y se olvidó de Peter. El loro se balanceó de un lado a otro y luego se subió a su hombro.

—Compórtate.

—Peter —gritó ella, mirando fijamente el pico negro de Sam.

—Lorito bonito — repitió Sam y apoyó la cabeza contra su sien e hinchó el pecho.

Lali nunca había tenido aves alrededor y, ni mucho menos, sobre su hombro. No sabía qué hacer o decir. No sabía nada sobre el comportamiento de los pájaros, pero tenía claro que no quería que se molestara. Había visto una documental en la tele y la imagen de la mujer con los ojos picoteados cruzó como un relámpago por su mente.

—Lorito bonito —dijo, y miró desesperada al otro lado de la habitación—, Socorro.

Peter finalmente la miró sobre el hombro con su ya habitual ceño fruncido mientras seguía hablando por teléfono. Después de algunas frases más, colgó y volvió a la sala.

—Sam, ¿qué estás haciendo? —preguntó dejando el teléfono sobre la mesa—. Bájate.

El loro restregó suavemente la cabeza contra Lali, pero no se bajó de su hombro.

—Sam, te estoy hablando. —Peter se palmeó el hombro—. Ven aquí. —Sam no se movió, en vez de eso bajó la cabeza y tocó con el pico la mejilla de Lali.

—Lorito bonito.

—¡Wow! —Peter se puso las manos sobre las caderas y ladeó la cabeza—. Le gustas.

Ella no estaba muy convencida.

—¿En serio? ¿Cómo puedes saber eso?

Se puso frente a ella.

—Te acaba de besar —dijo, luego se inclinó hacia delante y colocó la mano debajo de los pies de Sam—. Últimamente ha estado de un humor de perros. —Sacudió los dedos y con la mano rozó su pecho a través de la tela de la blusa—. Creo que piensa que encontró novia.

—¿Yo?

—Ajá. —Su mirada bajó a su boca, luego regresó al loro—. Da un pasito, Sam. Sé un buen pájaro. —Finalmente, Sam obedeció y brincó sobre la mano de Peter.

—Compórtate.

—¿Yo? No soy yo quien anda frotando la cabeza contra una chica guapa para besarla. Sé cómo comportarme. Bueno, esta noche al menos. —Le sonrió a Lali y luego llevó al loro a la enorme jaula delante de un ventanal.

Lali se levantó y lo observó acariciar suavemente las plumas de Sam antes de meterlo en la jaula. El policía malo no era tan malo después de todo.

—¿De verdad cree que soy su novia?

—Posiblemente. Ha estado picando papel de periódico y colocando sus juguetes en él. —Sam saltó sobre un palo y Peter cerró la puerta alambrada—. Pero nunca lo he visto comportarse como lo hizo contigo. Normalmente tiene celos de las mujeres que traigo a casa y trata de echarlas.

—Entonces supongo que tuve suerte —dijo ella, preguntándose cuántas mujeres habría llevado a casa y por qué eso debería importarle.

—Bueno, quiere dormir contigo. —Se giró y la miró—. No puedo culparlo por eso.

Como cumplido no era el mejor, pero por alguna extraña razón las palabras le llegaron al corazón y se le aceleró el pulso.

—Eres el rey de los piropos, Lanzani.

Él sonrió como si lo supiera de sobra y le señaló la puerta.

—¿Quieres que pare en algún sitio de camino a tu casa? ¿Quieres comprar algo para comer?

Ella se levantó y lo siguió.

—¿Tienes hambre?

—No, pero pensaba que tal vez tú sí.

—No, comí antes de la fiesta de Ignacio.

—Ah. —La miró por encima del hombro—. Está bien.

Durante el recorrido, sus pensamientos volvieron una y otra vez al tipo de mujer que Peter llevaría a su casa. Se preguntó cómo serían y si se parecerían a Marcela. Suponía que sí.

Peter parecía tan distraído como Lali y ninguno de los dos intentó conversar hasta que estuvieron a tres cuadras de la casa de Lali.

—Fue una fiesta interesante la de Ignacio. —Estaba segura de que ese tema daría mucho de sí.

Él no le dio la razón. Simplemente soltó una especie de gruñido.

—Ignacio es un estúpido.

Lali se dio por vencida y el resto del camino fueron en silencio. El tampoco dijo nada mientras la acompañaba por la vereda ni cuando agarró las llaves de su mano. La luz de la entrada acarició su perfil y su pelo por encima de las orejas mientras se inclinaba hacia delante y abría la puerta. Se enderezó y movió su hombro como si todavía le molestara.

—¿Te lastimaste ayudándome esta noche? —preguntó.

—Sufrí un tirón en un músculo el otro día moviendo los estantes de la tienda, pero sobreviviré.

Él se enderezó y ella lo miró, su cara ya tenía otra vez la sombra de la barba y la tensión le arrugaba la frente.

—Puedo darte un masaje —sugirió ella rápidamente antes de pensarlo mejor y cambiar de opinión.

—¿Sabes hacerlo?

—Por supuesto. —Una imagen de Peter con nada más que una toalla cruzó por su mente y le calentó la boca del estómago—. Soy casi profesional.

—¿De la misma forma que casi eres vegetariana?

—¿Otra vez estás burlándote de mí? —Ella había ido a clases de masajes y, aunque no tenía el título, se consideraba toda una profesional.

Su risa repicó en el silencio de la noche y se vio envuelta en la profundidad del sonido masculino.

—Obviamente —admitió sin pizca de vergüenza.

Al menos era honesto.

—Te apuesto lo que quieras a que hago que te sientas mejor en menos de veinte minutos.

—¿Qué quieres apostar?

—Veinte pesos.

—¿Veinte? Que sean cuarenta y cerramos trato.

Continuará…