Capítulo 67

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Él agarró su muslo como si pensara que ella planeaba alejarse y no quisiera dejarla ir.

Capítulo 67:

—¿Necesitas ir a algún sitio?

—No.

—¿Entonces por qué no te quedas donde estás? Yo haré lo mismo.

—¿Aquí mismo? ¿Desnudos?

—Ajá. —Él metió los dedos entre su pelo y movió las caderas con lentitud. Se retiró, la penetró otra vez y la sensación volvió de nuevo—. Quiero más de la mejor parte. ¿Y tú?

Bueno, quería más. Quería bastante más de él, pero aparte de lo que quería de Peter, no estaba preparada para afrontar lo que la esperaba fuera. Todavía no. Le rodeó la cintura otra vez con la pierna y comenzaron a moverse despacio con arremetidas ligeras y persistentes, pero las cosas se calentaron demasiado rápido y, de alguna manera, acabaron sobre la alfombra rodando por encima de la ropa interior que ella había tirado allí la noche anterior. Finalmente, Lali se puso a horcajadas sobre sus caderas.

—Pon las manos detrás de la cabeza —le pidió.

La sospecha brilló en sus ojos, pero lo hizo mientras preguntaba.

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a hacer que tu mente explote.

—Ésa es una declaración atrevida.

Lali solamente sonrió. Había ido a clases de danza del vientre durante seis meses, el tiempo necesario para saber cómo rodar las caderas y moverse sensualmente. Levantó las manos por encima de la cabeza y giró las caderas mientras se contoneaba. Cerró los ojos y se abandonó al goce de sentirlo en lo más profundo de su ser.

—¿Te gusta?

—¡Sí!

Ella sonrió ampliamente y reteniéndolo profundamente en su interior, hizo que su mente explotara.

—¿Estás segura de que no huelo a mujer? —preguntó Peter por tercera vez en el comedor mientras se subía sus boxers.

Lali le enterró la nariz en el cuello. Después de que se levantaran del piso del dormitorio, lo había metido medio aturdido a la ducha para reanimarlo con una esponja y una pastilla especial de su jabón casero de lilas. Él no había dejado de quejarse del olor a mujer hasta que ella se había arrodillado ante él para enjabonarlo de arriba abajo.

—Creo que no —dijo, poniéndose la ropa interior. A ella le olía a Peter.

Lali cruzó los brazos y apoyándose contra la mesa lo observó abrocharse los pantalones. La luz acariciaba su pelo mojado.

—No quiero que contestes el teléfono hoy—dijo, entrando en la sala y agarrando su camisa y su saco—. Al menos, no hasta pasadas las tres. Ignacio podría intentar contactarse contigo después de la detención y te sugeriría que no hablaras con él. —Metió los brazos en la camisa y se abotonó los puños antes que el frente—. Y asegúrate de comer algo. No quiero que te enfermes.

¿Qué le pasaba con la comida? Lali lo observó desde el comedor, amándolo tanto que le dolía. No sabía cómo, pero había sucedido. Él no era el tipo de hombre que se había imaginado que podía llegar a querer, pero era el hombre perfecto para ella. Sintió los rápidos latidos de su corazón, el aleteo incesante en su estómago y lo supo en su alma. Era algo más que buen sexo. Más que orgasmos alucinantes. Él era su hombre y ella su mujer. Positivo y negativo.

Pero una pequeña duda disminuyó la sensación de euforia. No estaba segura de si él había llegado a la misma conclusión que ella.

Peter metió la mano en el bolsillo de su saco, sacó su celular y miró la pantalla.

—Tal vez deberías quedarte con tu mamá algunos días. ¿Dónde está el teléfono?

Lali señaló a sus pies, donde estaba tirado en el suelo. Él agarró su saco y el estuche y volvió al comedor. Peter recogió el teléfono con una mano y apretó el botón para obtener línea, luego marcó los números.

—Lanzani —dijo, mientras colocaba el estuche y el saco sobre la mesa— Bueno, mi celular estaba en el auto... ¿Qué? Acabo de encontrar un teléfono para devolverte la llamada. —Se metió la camisa y luego agarró el saco—. Dime que estás bromeando. ¡Ni siquiera es mediodía! —Con el teléfono entre la oreja y el hombro pasó los brazos por las mangas—. ¿Cuándo fue eso?... Voy para allá —dijo, y colgó el auricular en el soporte—. ¡Dios!

—¿Qué?

Él la miró, después se sentó en una silla y se puso las medias.

—No puedo creer que me pase esto. No es posible.

—¿Qué?

Peter se cubrió la cara con las manos y se frotó la frente como si tuviera la piel tensa.

—Demonios —suspiró, y dejó caer las manos—. Ignacio y Salazar cambiaron la hora del encuentro. Los arrestaron hace quince minutos. Intentaron contactar conmigo desde la oficina, pero no pudieron. —Se puso los zapatos y se levantó.

—Oh.

Agarrando el estuche con su pistola, corrió a la puerta.

—No hables con nadie hasta que vuelva contigo —dijo por encima del hombro. Murmuró unas cuantas palabrotas más, luego salió de la casa sin siquiera decir adiós.

Continuará…