Capítulo 54

Hola!!! ¿Cómo estuvo su día? Ya listas para el viernes y el finde??? No saben las ganas que tengo de que llegue jajajaja Gracias por el aguante! :D besos y mañana nos leemos!!!

Twitter: @Caparatodos

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Bueno, podía quedarse. Siempre y cuando recordara que Lali era su colaboradora y que involucrarse con ella arruinaría su trabajo. Y eso no iba a pasar. De ninguna manera.

Capítulo 54:

—¿No te vas a quitar la ropa?

—Me voy a dejar el pantalón.

Ella negó con la cabeza.

—Preferiría que no lo hicieras. El aceite te lo puede malograr.

—Correré el riesgo.

—Ni siquiera te voy a mirar. —El tono de su voz y el frunce de sus labios eran pruebas más que suficientes de que pensaba que se estaba comportando de una manera totalmente absurda. Luego ella levantó la mano derecha como para hacer un juramento—. Lo prometo.

—Esa toalla es muy chica.

—Oh. —Ella salió y volvió un rato después con una toalla de playa. Se la lanzó al brazo del sillón, al lado de él—. ¿Te sirve ésta?

—Sí, sí, está bien.

Lali, fascinada, prestó atención a las manos de Peter cuando se sacó el polo del pantalón. Como si fuera un striptease de una lentitud exasperante, él jaló lo suficiente de la prenda para ofrecer una visión de su estómago y de la línea vertical de vello oscuro antes de que la tela le tapara la cintura de nuevo. Ella soltó el aliento que no sabía que estaba conteniendo y subió la mirada a su cara, a esos ojos que parecían observarla. Él levantó una mano para coger un pliegue del polo entre los hombros. Luego lo pasó sobre la cabeza y lo tiró sobre el sillón, al lado de la toalla de baño que había rehusado ponerse antes. Sus manos empezaron a desabrochar la correa y rápidamente ella alejó la mirada.

Centró la atención en el aceite de almendras que había echado en un pequeño recipiente amarillo y dejó que siguiera calentándose en el hornito. Tenía la boca increíblemente seca y mojada a la vez. Aunque había bajado la mirada para que no la sorprendiera comiéndoselo con los ojos, había tenido una buena visión del vello que cubría los bien definidos músculos del pecho, bajaba por el esternón y el estómago, y desaparecía bajo la pretina de los pantalones. Su pecho era más opulento de lo que había pintado y el vello del pecho más suave.

Agregó tres gotas de bálsamo y eucalipto al aceite de almendras, luego colocó el recipiente y el hornito en una mesita al lado de la chimenea. Peter giró la silla para ponerla frente al fuego y se sentó a horcajadas. Apoyó los brazos sobre el respaldo y le regaló la imagen de su espalda. Su piel se extendía sobre los duros músculos y la línea de la columna, desde sus hombros hasta la zona lumbar, donde tenía pegado un parche de nicotina que quedaba medio escondido por la gruesa toalla blanca que rodeaba sus caderas.

—¿No crees que estoy sentado demasiado cerca del fuego? —preguntó.

—Si tu piel no está caliente, tus poros estarán cerrados para los beneficios curativos del bálsamo y el eucalipto. —Se puso al lado de él y ahuecó una mano sobre su frente mientras le colocaba la otra en la nuca—. Deja caer un poco la cabeza —dijo, y suavemente le apretó los músculos rígidos del cuello—. Conduce toda esta tensión a la cabeza. Ahora inhala profundamente y contén la respiración hasta que te diga —lo instruyó, mientras le frotaba con el pulgar las vértebras y el suave pelo de la nuca. Contó hasta cinco y retiró el pulgar—. Suelta el aire y, con él, la tensión que sientes en la cabeza. Libérala.

—¿Lali?

—Sí, Peter.

—No tengo nada en la cabeza.

El aroma relajante de lavanda y geranio llenaba la sala de estar cuando se puso detrás de él. Deslizó las manos a sus sienes y las masajeó para expulsar la tensión que él pensaba que no tenía.

—Peter, estás tan tenso que podrías romperte. —Lentamente le metió los dedos en el pelo a ambos lados de la cabeza; el pelo se curvó alrededor de sus nudillos cuando los entrelazó encima del cráneo. Presionó con las palmas y aflojó—. ¿Cómo te sientes cuando te hago esto?

Él gimió de gusto.

—Eso pensé. —Estuvo un poco más de lo habitual masajeándole la cabeza y el cuello, pero el pelo se sentía tan suave entre sus dedos que no quería dejar de tocarlo. Un cálido estremecimiento subió por sus brazos tensando sus senos; se obligó a sí misma a apartarse, a renunciar al placer de acariciarle el pelo.

Tomó el pequeño recipiente y derramó una pequeña cantidad de aceite de masaje en las palmas de las manos.

—Inhala profundamente y luego contén la respiración. —Colocó las manos sobre los hombros y comenzó a moverlas apretando los músculos. Los trapecios y deltoides estaban tensos y llenos de nudos. Deslizó las manos hasta el borde de los hombros y las bajó por los brazos hasta los codos—. Siente la tensión en la cabeza y libérala mientras sueltas el aire —le indicó, aunque notaba que él no usaba la respiración para relajarse. Luego le masajeó los bíceps—. Acumula toda tu energía negativa, expúlsala y reemplázala por energía universal.

—Lali, me estás asustando.

—Shhh. —No creía que existiera nada que lo asustara, y menos ella. Sumergió los dedos en el aceite, luego deslizó las palmas de abajo arriba por su espalda, preparando y calentando sus músculos para un masaje más profundo. Moldeó con las manos los contornos de su piel, sintiendo y aprendiendo su forma—. ¿Es aquí donde te duele? —preguntó moviendo las manos al hombro derecho.

—Un poco más abajo.

Ella masajeó, apretó y frotó una gota de aceite de pimienta negra sobre los músculos doloridos. El calor del fuego calentaba la piel de Peter mientras la luz de la chimenea dibujaba sombras en ella y hacía brillar su pelo. Un cosquilleo placentero se asentó en el estómago de Lali; su mente y espíritu lucharon entre sí para que abandonara lo impersonal del contacto. Podía no ser una masajista profesional, pero conocía bien la diferencia entre un masaje curativo y un masaje sensual.

—¿Lali?

—Sí.

—Lamento lo que sucedió hace unos días en el parque.

—¿Cuando te ataqué?

—No, eso no lo lamento. Lo disfruté demasiado.

—¿Entonces qué es lo que lamentas?

—Que estuvieras asustada.

—¿Y eso es lo único que sientes?

—Bueno, sí.

Suavemente, ella hundió las puntas de los dedos en su piel. Tuvo la impresión de que no pedía disculpas con frecuencia, y agradeció que hiciera el esfuerzo.

—Debo admitir que nunca me habían confundido con un acosador.

—Seguro que sí, sólo que nadie te lo ha dicho antes. —Sonrió y continuó masajeándole el hombro y los brazos—. Algunas veces tu aura resulta muy amenazadora. Deberías controlarlo.

—Trataré de hacerlo.

Ella deslizó las manos otra vez hacia arriba y presionó los pulgares en la base de la nuca.

—Siento haberte lastimado en la pierna.

Uno de sus pulgares le rozó la mandíbula cuando él la miró por encima del hombro. Los oscuros ojos de Peter la contemplaron, la luz envolvía su rostro con un brillo dorado.

—¿Cuándo?

—El día del parque cuando te tumbé. Luego fuiste cojeando hasta tu auto.

—Ésa es una vieja lesión. No fue culpa tuya.

—Ah.

—Suenas decepcionada.

—No. —Abrió los dedos en abanico, moviendo las manos por los costados del tórax—. No es decepción exactamente. Pero fuiste tan malo que me gustaba pensar que te había hecho sufrir un poquito.

Él sonrió antes de voltearse de nuevo.

—Bueno, aún ahora, cada vez que entro a la comisaría tengo que escuchar un montón de cosas sobre ti y la lata de laca. Lo más seguro es que siga sufriendo por tu culpa durante años.

—Cuando cierren el caso, todo el mundo se olvidará de mí. —Bajó las manos por sus músculos hasta las costillas que limitaban el abdomen—. Es probable que hasta tú me olvides.

—Eso no va a suceder nunca —dijo él con voz ronca—. Nunca te olvidaré, Mariana Espósito.

Continuará…