Capítulo 68

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—No hables con nadie hasta que vuelva contigo —dijo por encima del hombro. Murmuró unas cuantas palabrotas más, luego salió de la casa sin siquiera decir adiós.

Capítulo 68:

Peter hizo girar el volante describiendo una U en mitad de la calle de Lali. La llanta derecha subió a la vereda mientras se arrancaba el parche de nicotina de la cintura y lo lanzaba por la ventanilla. Se puso los lentes de sol y buscó en la guantera hasta que encontró una cajetilla de cigarros. Sacó uno y lo encendió. Una nube de humo se extendió hacia el parabrisas cuando tomó una profunda calada. Apretaba la mandíbula con tanta fuerza que le rechinaban los dientes. No sabía cómo explicaría la nueva abolladura del auto. Una abolladura que era exactamente del tamaño de su pie. Le hubiera gustado patearse el mismo si eso fuera humanamente posible.

El arresto más importante de su vida y lo había arruinado. Se lo había perdido porque estaba manteniendo relaciones sexuales con su colaboradora. No importaba que tal vez, técnicamente, ella ya no lo fuera en el momento del acto; él estaba de servicio y no habían podido localizarlo desde la comisaría. Habría preguntas. Y no tenía las respuestas. Ninguna que quisiera dar a preguntas como: «¿Dónde te habías metido, Lanzani?»

Y qué podía decir: «Bueno, jefe, como creí que el arresto sería a las tres, pensé que tenía un montón de tiempo libre para acostarme con mi colaboradora.» Peter se rascó la frente y continuó pensando. «Y, fue tan increíble, después de la primera vez que me calenté de nuevo y tuve que repetir. Y la segunda vez fue tan espectacular que pensé que iba a necesitar reanimación. Y jefe, le aseguro que no sabe lo que es realmente una ducha hasta que no ha sido enjabonado y acariciado por Mariana Espósito.» Si admitiera eso, probablemente tendría que devolver la placa y convertirse en guardia.

Otra nube de humo llenó el auto cuando Peter exhaló. Existía la posibilidad de que nadie descubriera su relación con Lali. Él indudablemente no pensaba difundir el suceso ni siquiera para descargar la conciencia. Pero ella podría hacerlo y entonces estaría arruinado. Cuando el caso fuera a juicio, podía imaginar al abogado defensor de Ignacio acosándolo con preguntas del tipo: «¿No es verdad, detective Lanzani, que ha mantenido relaciones sexuales con su colaboradora, la socia de mi cliente? ¿Y no podría ser todo esto un montaje contra mi cliente por celos?»

Tal vez algún supermercado necesitara a alguien para vigilar las tiendas por la noche.

A Peter le llevó quince minutos y otro cigarro estacionar el auto delante de la comisaría. Cerró los puños con fuerza y los metió en los bolsillos de los pantalones controlando su enojo. La primera persona que encontró camino de las oficinas fue al jefe Vázquez.

—¿Dónde te habías metido? —gruñó Vázquez. El capitán parecía diez años más joven que el día anterior y lo cierto era que sonreía por primera vez desde el robo Arredondo.

—Ya sabes dónde. —Peter y otro detective habían pasado la noche anterior y las primeras horas de la mañana estudiando los planes del departamento para el arresto. Habían hecho planes de emergencia. Planes que obviamente habían puesto en marcha sin él—. Fui a casa de la señorita Espósito para avisarle sobre el arresto de Pérez. ¿Dónde lo tienen metido?

—Pérez y Salazar están aún con Miranda. No quieren hablar —contestó Vázquez, mientras caminaban por el pasillo hacia las salas de interrogatorios. Durante los diez días anteriores, el ambiente en el edificio había sido sombrío y lleno de tensión. Ahora todos los que pasaban por delante de Peter, desde detectives hasta sargentos, lucían una gran sonrisa. Todo el mundo respiraba con alivio menos Peter. No estando tan al borde del abismo—. ¿No hueles a flores? —preguntó Vázquez.

—No huelo nada.

El capitán se encogió de hombros.

—No pudimos localizarte.

—Bueno, es porque no tenía el celular encima. —Lo cual era básicamente cierto. El aparato estaba en los pantalones y no los tenía puestos cuando sonó—. No sé cómo pudo haber sucedido.

—Ni yo. No entiendo cómo un detective con nueve años de experiencia puede andar sin el celular. Cuando supimos que Pérez había cambiado la hora de la reunión y vimos que no podíamos localizarte enviamos una patrulla a la tienda. El oficial informó que tocó en las dos puertas, pero no contestó nadie.

—No estaba allí.

—Enviamos a alguien a casa de Espósito. Tenías el auto estacionado fuera, pero nadie abrió la puerta.

Continuará…