Capítulo 70

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—¿Qué le dijiste? ¿Qué sabe?

Capítulo 70:

—Lo que sabe no debe preocuparte. Todo lo que necesitas saber es que yo estaba en Whim para cumplir con mi deber.

—Sí, seguro —se burló él—. Cuando tenías a La contra la pared con la lengua dentro de su boca haciéndola gemir me pareció algo más que deber.

Valdés levantó la mirada y Peter sonrió con facilidad.

—Algunos días fueron mejores que otros. —Se encogió de hombros y sacudió la cabeza como si Ignacio sólo dijera tonterías—. Sé que estás muy enojado conmigo, pero voy a darte un consejo. Puedes seguirlo o puedes mandarme a la mierda otra vez, a mí me da lo mismo, pero ahí va: no eres la clase de hombre que se deja arruinar por nadie y ahora no es el momento de tener escrúpulos. El barco se está hundiendo, Ignacio, o te salvas o te ahogas con las demás ratas. Sugiero que elijas la primera opción antes de que sea demasiado tarde. —Miró a Ignacio por última vez, luego salió del lugar y se dirigió a las celdas.

En contra de lo que había dicho Valdés a Ignacio, Gerónimo Salazar no cooperaba en lo más mínimo. Estaba sentado en la celda esperando impacientemente con la mirada fija en los barrotes. La luz del techo formaba una sombra grisácea en su cabeza calva. Peter observó al traficante de arte esperando sentir la adrenalina que le haría rugir la sangre. Esa que siempre aparecía en el momento de hacer cantar a un estafador pese a la advertencia de que cualquier cosa que dijera se usaría en su contra. Esa sensación no llegó. En su lugar, Peter sólo se sintió cansado. Mental y físicamente.

La energía que llenaba la comisaría lo mantuvo despierto y alerta el resto del día. Escuchó los detalles del arresto de Ignacio y Salazar, y luego algo más sobre la historia que fue procesada y reprocesada de principio a fin manteniendo su mente ocupada para no pensar demasiado en Lali y lo que tenía intención de hacer con ella.

—¿Alguien trajo flores? —preguntó Walter en el pasillo.

—Es cierto, huele a eso —añadió Darío.

—No huele a nada, demonios —gritó Peter a sus compañeros, luego enterró la nariz en el trabajo de oficina.

Se pasó el resto de la tarde oliendo a lilas y esperando que el hacha cayera sobre su cuello. A las cinco, agarró la ruma de papeles del escritorio y se fue a casa.

Sam estaba en su jaula al lado de la puerta principal.

—Hola, Peter —lo saludó tan pronto como éste entró.

—Hola, amigo. —Peter lanzó las llaves y el montón de papeles sobre la mesa delante del sillón, luego dejó salir a Sam de la jaula.

—¿Qué tal la tele hoy?

—Mar...l Maar... —chilló Sam saliendo por la puerta de alambre y volando a la parte superior del gimnasio de roble.

Peter no había dejado que Sam, durante varios meses, viera ciertos programas. No desde que había adquirido un lenguaje vulgar para presumir de él en los momentos más inoportunos.

—Tu madre es una bola de grasa.

—Silencio —suspiró Peter, hundiéndose en el sofá. Había pensado que Sam había olvidado aquello.

—Compórtate —imitó desde su perchero sobre la tele.

Peter recostó la cabeza contra el respaldo y cerró los ojos. Su vida se iba al tacho. Había arriesgado su carrera y aún había posibilidades de que su trabajo estuviera en peligro. Estaba hasta el cuello y su pájaro tenía una boca sucia. Todo estaba fuera de control.

Sin trabajo que lo distrajera, volvió a pensar en Lali, en el día que la había arrestado. Su opinión sobre ella había dado un giro de ciento ochenta grados en menos de una semana. La respetaba y se sentía realmente mal porque lo más probable era que tuviera razón sobre la tienda. Su nombre y el local estaban ahora vinculados al robo más voceado de los últimos meses. Probablemente tendría que cerrar, pero gracias a su pequeño y hábil abogado, no lo perdería todo. Al menos esperaba que no lo hiciera.

Y luego pensó en esa deliciosa boca sobre la suya y sus pechos contra su torso. En sus caricias sobre su espalda y abdomen. Las manos contra la piel tersa del estómago y sobre el aro del ombligo. Todavía podía ver los aretes de perlas entre su pelo mientras la miraba a la cara y sentir el calor de su cuerpo bajo el suyo. Era hermosa con ropa y asombrosa sin ella. Había conmocionado su mundo derritiendo su mente, y si fuera cualquier otra mujer estaría tratando de encontrar una forma de desvestirla otra vez, y otra. Estaría en el auto camino a su casa para obligarla a desnudarse y ponérsele a horcajadas sobre el regazo.

Ella le gustaba un poco. Bueno, le gustaba un poco mucho. Muchísimo. Pero que una mujer le gustara demasiado no significaba que la amara. Incluso aunque una relación con ella no fuera tan complicada, Lali no era el tipo de mujer con la que se veía sentando cabeza. No quería lastimarla, pero tenía que mantenerse alejado de ella.

Respirando profundamente, se despeinó el pelo con los dedos, luego dejó caer las manos en el regazo. Tal vez no tenía nada de qué preocuparse. Nada por lo que sentirse culpable. Ella no tenía por qué esperar nada. Era grandecita. Una chica inteligente. Probablemente sabía que lo de la cama, lo del suelo y lo de la ducha había sido un error garrafal. Seguramente temía volver a verlo. Habían sentido algo intenso durante un par de horas, algo realmente bueno, pero no podía ocurrir de nuevo. Ella también lo sabía. Tenía que saber que no había ninguna posibilidad de que mantuvieran una relación.

Continuará…