Capítulo 60

Buenas, buenas Chicas, pericas!!! ;) ¿Cómo las trata la vida? ¿Qué tal su día? Ojalá que todo bien, y si no es así, que la estén remando para sacar lo mejor y sobre llevar lo que les toca pasar! Un beso y mil gracias a todas!!!! Mañana nos leemos!

Twitter: @Caparatodos

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Después de la mascarilla, probaron el tónico de Lali y la crema hidratante. Cuando Eugenia se fue, ambas mujeres tenían los poros limpios y un brillo saludable en la piel. Lali preparó una pizza vegetal para cenar y se sentó delante de la tele para comérsela. Con control en  mano, hizo zapping buscando algo donde pudiera ver al hombre de las fantasías de su amiga. Quería ver qué encontraba Eugenia tan fascinante en un hombre que ni siquiera se fijaría en ella, pero el timbre sonó antes de que hubiera tenido la posibilidad de revisar cada canal. Colocó el plato en la mesita de café y fue a la puerta. Con solo abrir la puerta, Peter entró en la casa como un tornado. Tenía un pantalón corto negro con letras en el trasero. Las mangas de su polo habían sido cortadas y los agujeros de las sisas le llegaban casi hasta la cintura. Sus medias blancas estaban ligeramente sucias, los zapatos eran viejos. Parecía un macho arrogante, igual que la primera vez que lo había visto apoyado contra un árbol en el parque fumando como chino en quiebra.

Capítulo 60:

—Ok, dime, ¿dónde está? —se detuvo en medio de la sala.

Lali cerró la puerta y se apoyó contra ella. Subió la mirada por sus piernas y muslos a la cicatriz que marcaba su piel.

—Dale, Lali. Entrégamelo.

Ella levantó la mirada a su cara. Tenía una marcada sombra de barba y la miraba con el ceño fruncido. Hubo un tiempo en que había pensado en él como alguien amenazante e intimidador, un matón. Pero ya no.

—¿No tienes que tener una orden, una autorización judicial o algo por el estilo antes de meterte en casa de una persona?

—No juegues conmigo. —Apoyó las manos en las caderas y ladeó la cabeza—. ¿Dónde está?

—¿El qué?

—Genial. —Él dejó la billetera y las llaves junto al plato de la mesita de café, luego procedió a mirar detrás del sofá y en el armario.

—¿Qué haces?

—Te dejo sola veinticuatro horas y vas, y haces esto. —Atravesó el comedor donde rápidamente miró alrededor, luego continuó por el pasillo dejando un reguero de palabras tras él—. Cuando comienzo a pensar que tienes dos dedos de frente vas y cometes una estupidez.

—¿Qué? —El sonido de sus pasos se perdía en su dormitorio, y Lali lo siguió rápidamente. Cuando llegó, ya había abierto y cerrado la mitad de los cajones—. Si me dices lo que estás buscando, podría ahorrarte tiempo.

En lugar de contestarle, él abrió de golpe las puertas del ropero y empujó a un lado la ropa.

—Te advertí que no lo protegieras.

Se dobló por la cintura ofreciéndole a Lali una maravillosa vista de su retaguarda. Cuando se enderezó, tenía una caja en las manos.

—Oye, deja eso en su sitio. Contiene cosas personales.

—Deberías haberlo pensado antes. A partir de ahora no tienes cosas personales. Estás tan implicada que creo que ni siquiera ese abogado que tienes pueda ayudarte.

Vació la caja sobre la cama y docenas de sostenes, culottes, portaligas, bustiers y tangas cayeron sobre el edredón. Él clavó la mirada en la lencería con los ojos como platos.

Si Lali no hubiera estado tan enojada, se habría reído.

—¿Qué es esto? —dijo, agarrando una de las pendras negras de encaje. Colgaban de su dedo índice mientras las inspeccionaba desde todos los ángulos—. Tienes ropa interior de prostituta.

Le arranchó la tanga y la tiró con el resto sobre la cama.

—Eugenia me regala lencería seductora de su tienda, pero no la uso.

Él agarró un corsé color cereza adornado con flecos negros. Se veía como un niño en una tienda de golosinas. Un niño con las mejillas teñidas de color azulado por la sombra de la barba.

—Me gusta éste.

—Obvio que te gusta. —Cruzó los brazos y apoyó el peso sobre un pie.

—Deberías usarlo.

—Peter, ¿para qué viniste?

A regañadientes, él sacó la mirada de la ropa interior esparcida sobre la cama.

—Recibí una llamada informándome de que Ignacio te pasó algo en un paquete de correo.

—¿Qué? ¿Así que se trata de eso? Él sólo quería que viera unos pósters de películas antiguas que compró por Internet.

—Entonces es verdad que estuvo aquí.

—Sí. ¿Cómo lo supiste?

—Demonios. —Lanzó el corsé sobre la cama y salió del dormitorio—. ¿Por qué lo dejaste entrar?

Lali iba un paso por detrás con la mirada clavada en el mechón que le rosaba la frente.

—Es mi socio. ¿Por qué no lo iba a dejar entrar?

—Y, no sé. Puede que porque es un ladrón y está involucrado en los robos de arte. ¿Qué te parece eso para comenzar?

Lali apenas oyó lo que dijo. Un pánico repentino la invadió mientras lo seguía pasando por el baño hasta el final del pasillo. Lo agarró del brazo y tiró de él, pero fue como tratar de detener a un camión. Se puso delante de él y abrió los brazos bloqueando la puerta del estudio.

—Éste es mi estudio privado —dijo con el corazón en la boca—. No puedes entrar.

—¿Por qué?

—Porque no.

—Dime algo mejor.

¡No se le ocurría nada!

—Porque lo digo yo.

Él la tomó por los brazos con sus fuertes manos y la apartó de su camino.

—¡No, Peter!

La puerta se abrió. Durante unos segundos, que parecieron eternos, el silencio flotó en el aire, y Lali le rogó a cualquier dios que pudiera escucharla que de alguna manera el estudio no estuviera tal y como lo había dejado la última vez que había estado allí.

—Dios mío.

Supuso que estaba igual.

Continuará…